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Opinión

El circo del dedo

El dilema de: ¿me gusta o yo pienso?

Javier Horacio Contreras Orozco

domingo, 25 septiembre 2022 | 06:00

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Qué paradojas de la vida actual: hemos sustituido el “yo pienso” por el “me gusta”. Ya somos más proclives a preferir un like que decir porqué me gusta. El like o la manita con el dedo pulgar hacia arriba es utilizado invariablemente decenas y a hasta cientos de veces en un día. 

Es el símbolo práctico pero pobre para calificar o darles valor a las personas o a las ideas. Un like equivale a la acumulación de puntos en una carrera desenfrenada por tener un arsenal de bonos como si jugáramos al Monopolio y vamos juntando propiedades para tener más poder.

En muchos casos vivimos para obtener likes. Competimos por ser campeones en recibir ese pequeño dibujito de dedo hacia arriba que nos dice que somos mejores, que sobrevivimos y no sucumbimos a la muerte de ser condenados al desplome por un fatídico dedo hacia abajo.

Somos dependientes de la gran voluntad del emperador como en el Imperio Romano que con solo orientar su dedo pulgar hacia arriba o hacia abajo decidía la vida o la muerte. La gran expectación del público en circos romanos que con angustia o morbo estaban atentos a la mano del emperador para conocer la suerte o la desgracia, la vida o la muerte. Todo dependiendo de un pulgar.

Hoy vivimos pendientes de un pulgar. Somos exitosos si recibimos muchos dedos pulgares orientados al cielo, somos fracasados si en nuestro celular aparecen pulgares dirigidos hacia abajo, al infierno.

El nuevo estatus de los “likes” en el espacio público o privado constituyen los nuevos valores de credibilidad o aceptación.

No hay argumentos de peso ni razones de justificación. No se exponen ideas ni motivaciones. Simple y sencillamente es un expresión impulsiva o emocional por aprobar o desaprobar. Las elecciones, en lugar, de ampliar un abanico de alternativas, se reducen a un maniqueísmo de si o no. Un referéndum sin sustento o respaldo.

Sí me gusta y doy un like para quedar bien con un contacto, para satisfacer la petición de un conocido o desconocido, para ver si me gano algo, para elogiar el ego de alguien o le pongo el no me gusta para desgraciar al que sueña con ser famoso.

Asi, con esa simpleza y pobreza de esfuerzo mental las redes sociales nos han ido domesticando. Somos autómatas del ocio, de la aprobación o desaprobación. Nos gusta pensar con pulgar arriba o pulgar abajo.      

Esos cambios bruscos de paradigmas se han desarrollado, especialmente por el uso de tecnologías digitales, que han ido suplantando no tan solo otros medios, sino al mismo ser como tal. 

El problema es que esas decisiones no quedan en el ámbito de lo privado, sino son públicas. Son extremadamente visibles y exhibicionistas. Buscamos likes no tan solo para alimentar nuestro ego de satisfacción, sino para presumir y gritar a los cuatro vientos que ya no importa subir a la cima más alta, ganar un extenuante maratón o alcanzar las metas más difíciles. No, el símbolo del nuevo triunfo es acumular muchos likes y presumirlos, hacerlos visibles.

Los nuevos modelos de triunfo no son los que a lo largo de años de disciplina, esfuerzo y estudio logran vencer los retos más inalcanzables. Hoy, con un perfil extrovertido, no importa el nivel de estudio o cultura, se lanza por las diferentes plataformas digitales y se conviertan en los nuevos líderes de opinión o como se les ha bautizado de influenciadores o influencers. 

   Y si esa es la regla en el espacio público, pues todos los actores de ese espacio indudablemente están sujetos a esas condiciones. 

La política también es una de las principales usuarias y víctimas de este escenario, donde la representación de la realidad va acorde con una percepción que se construye para estar a tono con la imagen del gobernante o candidato. Las formas narrativas son novedosas, no por originales, sino por breves, simples y emocionales.

Esto ha generado lo que se llama hipervisibilidad: la búsqueda en las redes sociales de fama y de mayor alcance, aunque la imagen sea sin sustento ni esencia, lo importante es que sea “vista” por un número considerable de internautas, lo que modificará el área comunicativa. Si antes la regla era que una mentira contada varias veces se convertía en verdad, ahora la fórmula sería que, si una idea, persona o percepción es visitada por miles y miles de usuarios de la red, entonces se convertía en una verdad, sin importar la calidad, veracidad y seriedad.

Estas reflexiones llevan a lo que se llama una mutación en el discurso mediático, entendido como el predominio de lo emotivo y espectacular por sobre lo informativo. Los discursos en la política ya no van dirigidos a la razón, sino a la emoción de los hombres.

“El mundo actual concede claramente la primacía a la ligereza frívola”, escribió Lipovetsky al esbozar su teoría de la civilización de lo ligero donde concluye que internet no educa a nadie y que los que menos están enganchados a las pantallas de los celulares obtienen mejores resultados en educación.

Como las redes sociales son virtuales, entonces son volátiles y por lo tanto ligeras. Despegan al hombre de su realidad, crean ambientes o sistemas digitales, paralelos. 

Sin embargo, aparte de las redes sociales también hay medios que han colaborado enormemente a esa ligereza frívola y a esa vida vacía, porque la misma educación y cultura ha ido cediendo ante las tecnologías.

   “Si el universo –dice Lipovetsky- consumista está íntimamente relacionado con el movimiento de aligeramiento de la vida es porque no deja de multiplicar las ofertas de confort, de desarrollar las facilidades, comodidades y atractivos del bienestar materia, y con ello, la era consumista triunfa una cultura cotidiana que ostenta el sello de la ligereza hedonista”.

Para llegar al concepto de ligereza, la ruta es por el hedonismo y consumismo que son de las principales facetas del humano del siglo XXI. 

El hedonismo, -el placer sensitivo por el placer- es tan antiguo como el hombre. Siempre se ha presentado en diferentes épocas de la humanidad, con las correspondientes adaptaciones, siempre buscando la facilidad y comodidad, dándole gusto al gusto o a los placeres. Si bien, no tiene nada malo satisfacer necesidades naturales, el problema es que esos gustos se convierten en la prioridad y se invierten las cosas: los placeres por encima de los valores, el “me gusta” por encima del “pienso”.

Y en ese afán de satisfacer los placeres y gustos, el consumismo se disparó a alturas insospechadas, siendo la cantidad y la variedad los nuevos parámetros de progreso y bienestar. Vivimos una nueva forma de dictadura: la ciberdictadura por la dependencia digital en el ecosistema que vivimos.  

Estas son algunas de las reflexiones vertidas en el libro Tiranía de los Likes (CONTRERAS, 2022) que el pasado jueves nos invitaron a presentar en UTEP (Universidad de Texas en El Paso).

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