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Opinión

Educación para los niños migrantes en Ciudad Juárez

Con la gestión de la UNICEF, autoridades educativas del Gobierno estatal y federal, se logra un avance de alcance extraordinario para la comunidad infantil migrante

Laura Estela Ortiz Martínez
Doctora

viernes, 30 septiembre 2022 | 06:00

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La hora de entrada es a las 2:00 de la tarde, pero ellos están haciendo línea, bañados, muy limpios, peinados, la carita llena de crema y los ojos les brillan de emoción, con su mochila azul claro a la espalda desde las 12:40 del día en el patio, desesperados porque el camioncito amarillo que los lleva a la escuela se estacione por fin frente a la entrada principal de la Casa del Migrante donde viven desde hace poco o mucho tiempo. La mayoría de ellos no han conocido libros, cuadernos, nada relacionado con la educación, del lugar donde vienen la mayoría no hubo interés, ni oportunidad, no hubo dinero, ellos tenían que trabajar para ayudar a su familia, otros vienen de lugares donde el acceso a las escuelas es imposible por la geografía, hay que pasar colgados a una rama por puentes movedizos, hay que cruzar ríos, montañas y zonas de pantano caminando largas distancias. Cuando por fin llega una remota posibilidad de acudir a un centro educativo llega el momento de huir, de correr, de buscar un lugar diferente, lejano, donde no les hagan daño, donde no los secuestren, a donde puedan esconderse del trabajo forzado, de la vida en las calles y las drogas. Otros muchos son arrancados del seno familiar y de sus raíces de identidad, yendo a vivir a un país distinto al que nacieron, en busca de una nueva y diferente manera de vivir, o por lo menos eso creen o eso desean.

El 15 de septiembre, llenos de sentimientos encontrados, los niños y jóvenes del albergue se despedían de sus mamás, papás y hermanitos, algunos lloraban por separarse unas horas de su familia, y otros brincaban de emoción, otros más, iban con angustia al preguntarse, ¿qué será eso que le llaman escuela?

Con la gestión de la UNICEF, autoridades educativas del Gobierno estatal y federal, se logra un avance de alcance extraordinario para la comunidad infantil migrante, se unen a esto la disposición amorosa del personal del albergue, psicóloga, trabajadoras sociales y voluntarias para cumplir un sueño y un derecho con el que cada niño nace y con el cual deben crecer y vivir: acceso a la educación.

La familia de casa del migrante atiende a cientos de niños desplazados que huyen de la violencia, la miseria y la guerrilla. Diferentes idiomas, lenguajes y dialectos se mezclan a la hora de la comida y de la convivencia, el tiempo, en el albergue, puede ser una semana, hasta un año; depende de su estado migratorio y del proceso que ellos puedan estar llevando con diversas instituciones para su asilo político, pero mientras tanto, a estudiar se ha dicho.

La labor de convencimiento dirigida a madres e hijos para asistir a la escuela, fue un esfuerzo verdaderamente titánico, por toda la casa, los patios, las habitaciones, los jardines se escuchaban lamentos, llantos y enojos, negándose rotundamente a que los pequeños asistieran a una institución educativa. Incertidumbre total. Pero los ángeles encargados, en menos de dos semanas tenían a toda la comunidad migrante controlada, llenaron formatos, clasificaron papelería, sacaron copias, tomaron fotografías tamaño infantil, consiguieron ropa, útiles escolares, mochilas, entrevistaron, acompañaron, no había más remedio… a la escuela van porque van, no hay de otra.

La escuela primaria Pascual Ortiz Rubio, abre sus puertas a los niños migrantes con rezago escolar por pandemia, recibieron a los que por movilidad vieron interrumpidas sus lecciones, y a la mayoría de ellos que nunca habían conocido una escuela, la ceremonia de protocolo consistió en presentar a cada uno de los nuevos alumnos con la comunidad escolar,  los maestros acogen abrazan y caminan  con  nuestros niños,  adecuan,  ajustan,  reconstruyen sus  programas  y contenidos de estudio  de acuerdo a los diagnósticos, tomando en cuenta  las deficiencias y problemas que los pequeños llevan a cuestas, pero la disposición de incluirlos en el sistema es notoria y palpable, el reto lo han tomado a cuestas de la mejor y más noble manera, creando un ambiente de aprendizaje en donde ellos se sientan cómodos y felices, que se olviden por cuatro, cinco o más horas, para siempre, de la miseria y las privaciones que han tenido que vivir, que aprendan matemáticas, que sueñen con números, letras, cuentos, leyendas y no con hambre e injusticias, que socialicen, que se envuelvan en la gran aventura de las ciencias y las artes, que manipulen plastilinas, acuarelas, colores de cera, que jueguen baloncesto, béisbol y carreras en los patios con sus semejantes.  La educación tiene que cambiar su perspectiva de vida, modificar la creencia de que la pobreza está marcada en sus pueblos, familias y en su vida, una etiqueta que vienen cargando por generaciones pero que ahora tienen la oportunidad de rechazar para convertirse en los ingenieros, los médicos, maestros, profesionistas que cambiaran el destino, ahora tienen la oportunidad de aprender, de enriquecer su espíritu, valores y todas aquello que caracteriza a los seres humanos. El derecho a la educación es de ellos por fin y ahí va incluido el derecho a ser felices, a descubrir un nuevo mundo donde la marginación no sea un factor común en su vida.

Son las seis de la tarde, las mamás inquietas observan por entre las rejas que envuelven las instalaciones de la Casa del Migrante, quisieran que su mirada llegara a muchos metros, allá donde sus niños empiezan a abordar el transporte que los regresará con ellas, poco a poco se escucha el bullicio de los niños que bajan contentos las escaleras del camioncito amarillo, un beso de bienvenida, es hora de merendar en el comedor con su familia e irse a sus habitaciones a realizar la tarea y a soñar bonito con un despertar mejor.

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