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Opinión

Derechos políticos | Tic-tac, tic-tac ¿cuánto tiempo esperar?

No existe normatividad en la que se observe que los poderes del Estado cuenten con un período en el que se establezca un tiempo de aprendizaje, es decir, la obligación de administrar el poder es desde el primer día

Jorge Breceda
Analista

sábado, 18 septiembre 2021 | 06:00

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Tic-tac representa la onomatopeya del reloj, es ese sonido que indica que cada día que pasa son 24 horas menos en el poder, los gobernantes tienen la obligación de maximizar su actuar público porque minuto a minuto se les extingue su posibilidad de trascender. Porque, así como la vida se extingue, el poder público muere sin paciencia, ni pretextos.

Ahora bien, no existe normatividad en la que se observe que los poderes del Estado cuenten con un período en el que se establezca un tiempo de aprendizaje, es decir, la obligación de administrar el poder es desde el primer día. 

Dicho lo anterior, es dable realizar un ejercicio de ejemplificación con un mito, una frase potente y una descripción sucinta de la historia, para luego establecer un argumento entre ambos a suerte de conclusión. 

Primero, repasemos el mito de Narciso -el cual puede explicar el fenómeno contemporáneo de conocerse a si mismo-, este inicia cuando Eriope -madre de Narciso- acude con el sabio Tiresias para preguntarle: ¿mi hijo llegará a anciano?, este le responde, llegará a viejo siempre y cuando no se conozca a sí mismo. 

El sentido de la respuesta cobra importancia cuando crece Narciso -hombre guapo e interesante- y comienza a despreciar a todas las ninfas, aquella mujer que se enamoraba de él era castigada por la humillación del repudio. 

Esta situación llega a los dioses quienes castigan a Narciso obligándolo al “mal de amor”, la pena consistía en que se enamoraría de la primera persona que él mirara, lamentablemente sucede que Narciso ve su reflejo de un lago y al quererse abrazar, muere ahogado.

Segunda, es José Ortega y Gasset quien acuñó la frase “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, el filosofo reflexiona en cómo el contexto influye de manera irremediable, tan es así que la biografía de una persona se encuentra preescrita dos terceras partes solo por conocer su contexto.  

La circunstancia es la parte de la vida que no se elige, pero que configura elementos como: ¿dónde nació? ¿Qué nivel educativo y económico tienen sus padres? ¿Dónde estudió usted -situación que no elige-? Las respuestas a las anteriores, configuran la identidad y no existe la mínima posibilidad de influir en ellas.

Tercera, en el año 80 se inaugura el coliseo romano, una estructura maravillosa, solo las dimensiones son atractivas para la vista, evento que básicamente se apura porque en el 79 Pompeya y Herculano son sepultadas por el Vesubio, es decir, Roma se encontraba en una gran tragedia. 

Esto llega al análisis de Tito y -con el objetivo no claudicar su reinado- promueve un programa de 100 días de espectáculo, por la mañana se cocinaban hogazas de pan para ser entregadas de manera gratuita en los descansos y por la tarde promovían eventos con todo lo requerido para mantener la atención del público. 

Con relación a lo descrito debemos de exigir a la élite política un quehacer inmediato, no permitir pretextos como falta de presupuesto, antecedentes de mala administración, malos sindicatos, endeudamiento público, resistencia al cambio, imposiciones de gobiernos federales o estatales. 

Los funcionarios gubernamentales deben derrotar a las circunstancias antes relatadas, estableciendo esa tercera parte de la que habla Ortega y Gasset que puede conformar otra realidad, modificar por medio de la fuerza de la voluntad en la innovación y reingeniería en la administración pública. 

¿Cómo hacerlo? Evitar el síndrome de Narciso al no caer en el mal de amores: autoamándose, evitar enajenarse tanto de sí mismos que eso produce mal gobierno, al no encontrar disensos a su alrededor, solo aplausos que no cuestionan, sino que rinden absoluta pleitesía.

Ahora bien, superando la circunstancia, la ciudadanía deberá de exigir que los gobernantes no llenen la agenda pública de circo o pan, no permitir una sociedad radicada en el espectáculo -Debord- en la que los gobernantes nos engañen con políticas públicas que regalen dinero -o productos-, utilicen los medios de comunicación para exaltar actos insignificantes e improductivos gubernamental.  

Por último, hay que reiterar que la diferencia entre vivir una vida y el servicio público radica en que el primero se desarrolla con conocimiento empírico y el segundo, exige experiencia previa para desarrollar por lo que no se permiten personas inexperimentadas, es decir, no se permiten consejos sobre cómo gobernar, sino perspectivas fundadas o no se paga por aprender, sino por quehacer. 

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