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En silencio enfrentan la guerra

Alberto Ramírez Zapata conforma el equipo de intendencia, un ‘ejercito’ básico que colabora de manera callada y casi imperceptible a que médicos y enfermeras luchen a diario por sanar a los enfermos de Covid-19

Natalia Piña / El Diario

lunes, 22 junio 2020 | 16:32

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“Está difícil aguantar muchas horas con todo el equipo, porque a veces se te empañan mucho los lentes o sientes que no puedes respirar, parece que se te va el aire. Y estando allá adentro no te puedes quitar nada”

Alberto Ramírez Zapata

Intendente

Cuando pensamos en los héroes del sector salud usualmente aparecen en nuestra cabeza las imágenes de médicos y personal de enfermería. Y aunque efectivamente ellos conforman las primeras líneas de batalla contra el Covid-19, existen otros trabajadores de suma importancia en los hospitales que a menudo, pasan desapercibidos. 

Su trabajo es arduo, silencioso, noble y muy necesario, tan importante que los hospitales de Ciudad Juárez simplemente no podrían funcionar. Es la labor de intendencia. 

Alberto Ramírez Zapata, de 27 años, es uno de los encargados de limpiar y desinfectar el área de urgencias del Hospital General. Él, como la mayoría de las personas que trabajan en sanidad, no se avergüenza de aceptar que el miedo y la preocupación de contagiarse de coronavirus son el pan de cada día. Pero también sabe que tiene una gran responsabilidad consigo mismo, con su familia y con las personas de la frontera que se encuentran luchando contra esta terrible enfermedad. Por ello, todos los días se esfuerza para mantener en un grado óptimo las instalaciones del nosocomio.

“Es trapear, recoger basura, limpiar muebles, mesas, camas. Está difícil aguantar muchas horas con todo el equipo, porque a veces se te empañan mucho los lentes o sientes que no puedes respirar, parece que se te va el aire. Y estando allá adentro no te puedes quitar nada”, cuenta a El Diario de Juárez y, ante la pregunta de si él dejaría su trabajo por uno más ‘seguro’, responde de manera contundente: “No, yo continuaría haciendo mi trabajo”. 

Para algunos puede parecer una respuesta sencilla de responder al saber que Alberto lleva un año estudiando enfermería y que tiene como meta dedicarse de por vida al cuidado de los otros, pero no lo es. Como padre soltero, esta pregunta sólo demuestra su compromiso con la búsqueda del bienestar de su comunidad.

“Mis primeras preocupaciones fueron principalmente familiares, porque yo vivo solo con mi hijo. Era la afectación más grande. Pensé: ‘Si me llego a enfermar, ¿dónde va a parar?’. O traerle la enfermedad a él”. 

“Mi hijo, que ya está un poquito grandecito, me dice: ‘Papá no vayas a trabajar, porque allá en tu trabajo hay coronavirus’”, explica.

“Morir”, ese es el mayor miedo de Ramírez, quien, aunque nunca ha buscado ningún tipo de reconocimiento por su trabajo, acepta que es entristecedor que la mayoría de las personas ni siquiera lo voltean a ver o no se preocupan ni por responderle un “buenos días”. 

En los zapatos del otro 

Sin importar los retos a los que se enfrenta en su trabajo, como el uso del equipo de protección durante seis horas a lo largo de seis días a la semana, Alberto tiene muy en claro sus prioridades como ser humano. Una de ellas es la empatía. 

A pesar de que no ha tratado de cerca con pacientes del hospital, él ve a diario a las personas entubadas, luchando por su vida y piensa que, de estar en su lugar, se sentiría más seguro si viese que todo se encuentra en una condición impecable. 

Esa es otra de sus motivaciones. Alberto se pone a diario en los zapatos del otro, “como si algún día fuera a estar ahí”, y mantiene una actitud positiva ante las adversidades y ante el hecho de tener que estar separado de su hijo más tiempo de lo que acostumbraba.

Durante los seis años que tiene laborando en el Hospital General, le ha tocado trabajar por bastante tiempo en jornadas nocturnas y, antes de la llegada del Covid-19 a la ciudad, su rutina se dividía entre llevar a su pequeño hijo de cuatro años a la escuela, luego recogerlo, comer a su lado, jugar con él en el parque y ayudarle con su tarea y hacer la propia.

Ahora su realidad es muy distinta. Por protección de su pequeño, que cumple cinco años el 25 de junio, sigue toda una serie de pasos que implican estar menos tiempo a su lado.

“En la noche que me voy a trabajar lo dejo con alguien para que me lo cuide. Ya llego yo a mi casa en la mañana y me cambio afuera, tengo una bolsa y ahí dejo todo el uniforme. Llego, me baño, me desinfecto todo, me pongo otra ropa y me espero unas tres horas y ya voy por él”, relata. 

Alberto confiesa que esto no ha sido nada fácil. Que no sólo ha tenido que lidiar con las preocupaciones diarias, sino también con la pérdida de su abuela y con casos de compañeros que se han contagiado de Covid-19.

“Ya están bien, salieron bien, pero si se han enfermado y si me han contado que se han puesto mal a un grado de estarse despidiendo de sus familiares”, dice.

Por esto, también, afirma que a él si le mortifica ver que las personas no sigan las recomendaciones de sanidad. 

“Ellos (las personas) no han tenido algún problema o a un familiar enfermo o alguien muy cercano. Si ellos entraran así a una parte del hospital, para que vieran como están los pacientes entubados, entenderían un poquito más”, concluye.

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