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Opinión

Entre el eclipse y las campañas electorales

El pasado 8 de abril de 2024, los juarenses fuimos testigos de un fenómeno tan fascinante como inquietante: un eclipse solar

Erasto L. López
Analista Ciudadano

martes, 16 abril 2024 | 06:00

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El pasado 8 de abril de 2024, los juarenses fuimos testigos de un fenómeno tan fascinante como inquietante: un eclipse solar. Mientras algunos contemplaban el evento astronómico con admiración y curiosidad científica, otros lo envolvieron en un manto de supersticiones, viéndolo como un presagio ominoso o un signo de tiempos turbulentos. Este contraste entre la ciencia y la superstición sirve como un microcosmos perfecto para observar cómo, en pleno siglo XXI, antiguas creencias aún encuentran eco en la vida moderna, y cómo estas se reflejan en escenarios mucho más amplios y complejos, como las contiendas electorales para la Presidencia de la República en México.

En la actual carrera hacia Palacio Nacional, donde figuras como Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez se disputan la preferencia del electorado, hemos visto cómo el fanatismo y la superstición se entrelazan de manera preocupante. En debates y discursos, es común escuchar a candidatos que, en lugar de presentar propuestas claras y basadas en evidencia, optan por apelar a las emociones y miedos más profundos de los votantes. Se prometen milagros económicos, se demonizan oponentes y se distorsionan realidades con tal de ganar favor. Y lo más alarmante es que estas tácticas, que se asemejan más a conjuros supersticiosos que a estrategias políticas racionales, encuentran un terreno fértil entre parte del electorado.

Este fenómeno no es exclusivo de México, pero en el contexto de Juárez y el país en general, donde las cicatrices de la corrupción y las promesas incumplidas aún duelen, el fanatismo político puede ser particularmente pernicioso. La historia nos ha enseñado que los líderes elevados a la categoría de mesías rara vez cumplen con las expectativas y, en muchos casos, el poder absoluto que les concede un electorado cegado por la devoción conduce a abusos y retrocesos democráticos.

No es casualidad que estos comportamientos encuentren paralelos en las reacciones supersticiosas al eclipse. Así como algunos temían que el oscurecimiento del sol trajera consigo desgracias, otros ven en un candidato la luz que disipará todas las tinieblas. Esta forma de pensar, alimentada por la desinformación y el miedo, no solo desvirtúa el proceso democrático, sino que también pone en riesgo la capacidad de la sociedad de enfrentar sus problemas de manera efectiva y colectiva.

Sin embargo, aún hay espacio para la esperanza y la acción. Como ciudadanos de Juárez y de México, tenemos el deber de ejercer nuestro derecho al voto de manera informada y reflexiva. Debemos cuestionar, debatir y exigir cuentas, no solo durante las campañas, sino a lo largo de todo el ejercicio del poder. Los líderes políticos deben ser vistos no como salvadores, sino como servidores públicos cuyas políticas y acciones deben estar sujetas al escrutinio y la evaluación constantes por parte del pueblo, las instituciones civiles y democráticas.

Los juarenses, y todos los mexicanos, necesitamos cultivar una cultura política mucho más crítica y menos fanática. Debemos aprender a discernir entre el espectáculo y la sustancia, y a no dejarnos cegar por promesas que, aunque rimbombantes, son tan efímeras como la oscuridad durante un eclipse. Solo así podremos asegurar que el poder siempre esté controlado por el pueblo, y que nuestras instituciones reflejen los valores de justicia, equidad y transparencia que merecemos.

La democracia requiere de nuestra participación activa y consciente, y no hay mejor momento para comenzar que ahora, en este cruce de caminos histórico. Así como el sol emerge nuevamente tras el eclipse, también nosotros podemos emerger de las sombras del fanatismo y la superstición para encaminarnos hacia un futuro más brillante. 

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