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Opinión

Crisis humanitaria de la migración

El domingo pasado fueron descubiertos en la ciudad de Chihuahua más de 300 migrantes en unos pequeños cuartos a la espera de ser transportados hacia la frontera

Arturo García Portillo
Analista

viernes, 24 septiembre 2021 | 06:00

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El domingo pasado fueron descubiertos en la ciudad de Chihuahua más de 300 migrantes en unos pequeños cuartos a la espera de ser transportados hacia la frontera. La gran mayoría hombres, pero había seis de entre 11 y 17 años, menores que viajaban no acompañados por sus padres. 

La Fiscalía General del Estado ubicó el refugio y a partir de ahí un operativo conjunto con la Policía Municipal logró llevarlos a albergues y tomar la información necesaria para saber cómo llegaron hasta ahí y quiénes eran ellos. Hombres adultos, guatemaltecos, algún ecuatoriano, hondureños. Pocas mujeres y los niños. Para agravar la sensación de esta tragedia humana, los del Instituto Nacional de Migración… se enteraron por las noticias al día siguiente. Ni sus luces. 

Se ha establecido que la inmigración ilegal no es propiamente un delito en México, así que en general no se hace nada con ellos. Por eso simplemente se les deja que sigan su camino, se queden o hagan lo que quieran. Alguien puede entender que así son abandonados a su suerte, o que esto es una irresponsabilidad por no actuar para evitar los problemas que pueden causar. 

Hace muchos años escuché una expresión “el siglo XX será el siglo de las migraciones. Grupos enormes de seres humanos se desplazarán fuera de sus lugares de origen”. Y hemos visto cumplirse puntualmente esta dura profecía. 

Desde su origen el ser humano es un ser viandante. Al principio nómada en una tierra sin fronteras, recolectando frutos o persiguiendo las presas de su alimento. Después se hizo sedentario al entender el ciclo de la vida en el cultivo de plantas y la domesticación del ganado. Es solo hasta la creación de ciudades e imperios, cuando se desarrollan las nociones de cultura, pueblo, territorio, con la creación del derecho, la herencia de tierras y bienes, que nos anclamos al lugar en que nacimos y nos criaron nuestros padres. Las limitaciones básicas de movilidad, durante 20 siglos casi solo a caballo, nos restringieron naturalmente a espacios bien delimitados. 

Pero moverse empujados por un apremio ineludible a través de mares o desiertos, atravesando continentes, desafiando clima, geografía, y todas las expresiones de la perversidad humana, es verdaderamente abrumador por la tragedia que expresa. 

El motor que impulsa esos viajes a oscuras son siempre el hambre, la violencia, la pobreza, la enfermedad, la muerte. Problemas resueltos para unos pocos, pero cuya solución no está disponible para oleadas humanas que desesperados intentan huir de fatal destino en busca de un poco de bienestar. 

Todo México en este momento es territorio de paso de grupos humanos intentando llegar a la frontera norte, que solo en pocos casos lograrán cruzar y quedarse. Chihuahua en particular lo ha sido quizá desde siempre. La gran pregunta es qué hacer, si esto tiene o no solución. 

El gobierno nacional mexicano, veleidoso, simplista y mal administrador como es, quiere soluciones mágicas, igual que en todo. AMLO pidió ya a Estados Unidos meterle una enorme cantidad de millones de dólares a los países centroamericanos para retener ahí a su gente. Y además con los programas de becas y sembrando vida. Cuya eficacia desde luego no hay manera de demostrar. Y sin contar que alguien ya se puso a hacer las cuentas y eso costaría más de 45 mil millones de dólares sin asegurar su éxito. Con la sola indiferencia a su propuesta ya debió entender el sentido de la respuesta. Pero no se da por aludido. 

Entre tanto, hay que violar la ley o cerrar los ojos. Los norteamericanos deberían deportar hasta sus lugares de origen. Y en cambio básicamente apenas los cruzan la frontera. Y obtienen la docilidad de la autoridad mexicana, con todo y Guardia Nacional, para sellar la frontera sur. O la ceguera de no verlos atravesar tres mil kilómetros. O como aquí, no ver que 300 indocumentados sean encerrados durante un mes, como es el caso que da pie a este artículo. 

Pero lo más lamentable, fuera de los enojos del orden político es que siendo una nación que ha experimentado el dolor de la pérdida de nuestros propios connacionales, no entendamos la dimensión humana de este drama, y no diseñemos los mecanismos de fondo. Como el trato humanitario, diseño de planes de migración ordenada, planes de cooperación internacional funcionales, no becas que se agotan en una semana. 

Y en el fondo, el respeto a la fundamental dignidad del migrante. El reconocimiento de la condición de necesidad y del apremio existencial que origina su partida. Librarlos de ser convertidos en mercancía que se transporta, se ignora, se alquila o se vende. 

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