Nuevo Casas Grandes

Presentará Rubén Osorio obra basada en la época revolucionaria

El también conferencista llegó a Chihuahua en 1953 a trabajar al Sanatorio Palmore

José Miranda Madrid/El Diario

viernes, 06 diciembre 2019 | 15:43

Nuevo Casas Grandes.- Mi profesión no es ser historiador, ni escritor. Así se definió el doctor Rubén Osorio Zúñiga, quien tiene programado la presentación de un nuevo libro, cuya materia primordial se enmarca en el ámbito de la époco revolucionaria en México, en especial sobre el General Felipe Ángeles y en lo general de varios aspectos desconocidos del Centauro del Norte Francisco Villa.

El también conferencista, hoy en día, médico jubilado, estudió medicina en la ciudad de Puebla, Puebla, y llegó a Chihuahua en 1953 a trabajar al Sanatorio Palmore. De ahí pasó al Hospital Central, luego a la Clínica del Parque y finalmente al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) donde se jubiló en la década de los ochenta.

Al final de su vida profesional, salió del país a trabajar. Primero a Cuba en el Caribe, y después a Somalia, en África.

“Bellísima isla, buenos hoteles, bar bellísimo”, señala al recordar la isla caribeña.

De su estadía en ese país apunta: “Creo que mi esposa y yo dejamos un recuerdo ahí de ser muy profesionales en nuestro trabajo y que no todos los mexicanos somos flojos ni borrachos y que sabemos amar nuestra profesión”.

En ese ínter, recuerda que le cayó, lo que señala, como “un contrato muy raro”, que lo llevó a Somalia en África, solo, porque no admitieron a su esposa, ya que no permitían la entrada a matrimonios porque ahí se estaba en guerra.

“De hecho me agarró la guerra allá. Los combates en la capital Mogadiscio. Fueron días muy difíciles. Me tocó palpar una de las grandes tristezas de este mundo al ver la pobreza en la que muchos países viven”, narra.

Asegura que las condiciones de pobreza en las que se vive en muchos países, afecta en forma directa el trabajo hospitalario, porque en ellos los hospitales están muy pobres, no hay escuelas de medicina, no se forman cuadros médicos y es necesaria la ayuda de naciones europeas, de Canadá, de Estados Unidos, de Australia.

En el marco de las oportunidades que dice, tuvo para trabajar en el extranjero, señala que por lo menos en Haití y en Santa Lucía, su esposa y el, fueron los primeros mexicanos en trabajar allí, y su primera impresión fue en el sentido de que iban a verlos a ver si no habían llegado emplumados de la cara y la cabeza.

“Los mexicanos somos desconocidos en el trabajo profesional, aunque creo que hoy en día, ya cambiaron las cosas y veo a muchos mexicanos viajando a Europa, y estudiando ya han muchos y eso de da gusto, porque están poniendo en bien el nombre de México”, añade.

Luego, vuelve a su estadía en Somalia, en donde menciona que no aguantó nada más que tres meses porque no soporto los bombardeos, las balaceras, los asesinatos en la calle, los crímenes horribles, los hospitales saqueados y sin enfermeras.

“Hasta los alambres de las instalaciones eléctricas se roban para hacer balas y no había enfermeras porque entraba una facción en guerra a la ciudad, iba al hospital y las violaban y se iban, después entra otra facción, las volvían a violar, y pues se iban… No, no, no, una cosa horrible”, rememora.

Recién llegado a Somalia, apunta, que fue recibido en un hospital que se llamaba Digfer, “más o menos del tamaño del seguro social, quizá un poco más grande, como para unos 400 pacientes”.

Las instalaciones abandonadas totalmente, al entrar, se percibía el olor a muerte, los quirófanos sin oxígeno, sin luz eléctrica. No había nada, ni medicamentos, salvo en el último piso unos pacientes encamados y cada uno de ellos con una metralleta debajo de la cama, por si llegaban a matarlos.

Los médicos somalíes, a los que calificó de “muy capaces”, pero a la vez de “pobrecitos”, porque dijo, estaban atenidos a la ayuda extranjera.

De su breve instancia en el país africano, además tiene presente, un incidente que sucedió entre un soldado somalí y un funcionario de la Cruz Roja, 

“Le llevaban harina a la gente que estaba afuera de la ciudad, y a la que consideraban enemiga los que estaban adentro. Discutieron y terminaron por darle un balazo por la espalda”, detalló.

Otra de las escenas que también le dejaron una fuerte impresión, “fue ver tendidos en los jardines, en los pasillos de los hospitales a los heridos desangrándose y sin poder hacer nada por ellos”.

En medio de todo eso, detalla, no se podía dedicar a la historia, pero asegura que al regresar a Chihuahua, retoma nuevamente su afición por escribir.

“Por eso me han ido colgando libros”, añade.

En cuanto a su próxima obra, menciona que prácticamente ya para estas fechas debe estar lista.

“En ella hablo de cómo y porque sometieron a un Consejo de Guerra al general Felipe Ángeles. Hay cosas que no se nos han dicho. Y el otro gran personaje, pues es el general Francisco Villa, con el aporte de nueva información basada especialmente en su correspondencia.

“Mucho se nos ha dicho que era analfabeta, pero por suerte, tengo en mis manos, copias de no menos de 300 cartas y es así como me he enterado de cómo era”, apunta.

A partir de ello, dice, ha podido mezclar la información oral, hablando con la gente, y la información documental, siempre buscando plasmarla con un leguaje accesible que se entienda a la primera lectura, para que no digan después “que me quiso decir en este párrafo. No le entendí. Trato de evitar eso”.

Luego de reiterar que no es historiador y escritor por profesión, el médico Rubén Osorio Zúñiga, señala que un amigo suyo, dueño de una librería llamada La Sorbona en la ciudad de Chihuahua, le habló para pedirle que leyera unos papeles.

“Era un poema muy largo y quería mi opinión. Le dije que me lo prestara porque en ese entonces trabajaba en el Seguro Social. Se negó. No me tuvo confianza, así que le dije que no le podía dar mi opinión de un trabajo de historia cuando no me tenía confianza para prestarme el escrito”, señala.

A final de cuentas, el amigo le prestó el documento, bajo la súplica de que no lo fuera a perder.

Esa noche, menciona, leyó el poema que después se publicó como un romance histórico villista en el que se narran más o menos unos tres meses de los movimientos en el Estado de varios grupos guerrilleros que tenía Villa a fines de 1916 y principios de 1917.

El poema arranca el 15 de octubre de 1916, más o menos unos siete meses después del ataque a Columbus y dura tres meses, ya que se acaba en los primeros días de 1917.

Al principio, asegura, no se dio cuenta de la importancia de los poemas que se escribieron al calor de la guerra de Revolución, sin embargo, posteriormente se entera que es a través de este medio como los pueblos recurren a la transmisión de sus hechos de armas o históricos.

“Es muy importante esto, porque precisamente de 1916 del ataque de villa a Columbus, a 20 que es cuando hace la paz con el gobierno nuestros historiadores no nos dicen nada. Se pueden revisar los libros de historia de 1917 a 1920 hasta la paz de Sabinas y los historiadores de Chihuahua solo revelan a un Francisco Villa que anda solo a salto de mata, un facineroso, un criminal, un sanguinario, violador,  que anda robando para subsistir con su grupo”, abunda.

Los poemas, posiblemente autoría de un poeta llamado Juan Manuel de la Rosa del pueblo de San Andrés, eran versos de cuatro líneas y ocho sílabas (octosílabos), que después se convierten en corridos porque son fáciles de recordar.

Es entonces, cuando, el médico, escritor, historiador y conferencista Rubén Osorio Zúñiga, precisa que logró apreciar el poema en todo su valor.

Es ahí donde realmente comienza su pasión por la historia revolucionaria. Entresemana trabaja en el IMSS y los fines de semana se va al poblado de San Andrés a investigar y es cuando encuentra una historia muy diferente a la que circulaba en la época de la Revolución y alrededor del General Villa en especial.

“Ese fue mi primer trabajo”, apunta, tras reconocer que cometió varios errores porque no conocía el trabajo de editar un libro, ni las fuerzas que se mueven contra quienes lo escriben.

El inicio lo dejó muy complacido por todo el esfuerzo que llevó a cabo para hacerlo.

“Entonces, pues, ya me seguí porque ese tipo de historias me puso en contacto con la voz del pueblo y naturalmente me enamore de la historia oral de Chihuahua que no estaba nada, casi nada explorada porque los historiadores se basaban en los documentos y los documentos reflejaban la historia oficial, pero no lo que realmente pasó en el pueblo, lo que le paso a la gente”, puntualiza.

El famoso y conocido suceso del linchamiento de San Miguel, Canoa, población cercana a la capital de Puebla, lo llevó también a fortalecer su espíritu “chirinolero”, investigador y escritor, que lo llevaron a acumular, en sus ratos de ocio, y andar de vago, de entre 80 y 100 cintas de entrevistas con la gente de los pueblos, sin tener una clara idea del valor que podrían tener.

Detalla que la vida lo puso en contacto con el historiador austriaco Friedrich Katz, del cual se hizo amigo, quien lo orientó a entrelazar los hilos de la historia oral y la documental para de esa manera crear una trama histórica diferente.

Así, lo que empezó como una curiosidad, se convirtió en un hobby, y más tarde, una vez retirado del IMSS, pasó a ser una segunda vocación.

“No profesión porque no vivo de eso. Vocación, porque lo hago con mucho gusto y respeto las grandes leyes de la historia: no decir mentiras, no ocultar la verdad y ser neutral”, puntualiza.

Además de sus simpatía por la Revolución, en el estado de Chihuahua, por el General Villa, señala que Tomóchic es otro de sus grandes temas.

“La historia de Chihuahua verdaderamente apasionante. Se pinta sola”, acota.

Al hablar sobre su actividad como conferencista, Osorio Zúñiga, señala que la edad lo ha llevado a hacer cambios, porque ya le fatiga el viajar, pero con todo y ello, enfático asegura: “voy a seguir dando conferencias, pero más selectivamente, mientra siga conservando mi buena memoria”.

gallito@ncg.diario.com.mx

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