Estado

'Muertas de Juárez' empezaron en Chihuahua

Cynthia a sus 11 años fue abusada y asesinada hace 38 años

David Piñón
El Diario

domingo, 21 julio 2019 | 06:00

Chihuahua— Ella salió de su casa a comprar dulces a la tienda un martes por la tarde. Apareció muerta el día siguiente por la mañana, con señas de haber sido golpeada y violada.

Sucedió el 7 de abril de hace 38 años, un martes de Semana Santa. Desde entonces data el primer asesinato de una mujer sólo por ser mujer. 

La víctima fue una pequeña de 11 años de edad que tuvo la desgracia de caer en las manos de uno o varios criminales a los que la justicia jamás alcanzó, pues siempre se sospechó que se usó un chivo expiatorio para cubrir a los verdaderos asesinos. 

No es un caso más de la frontera. Ocurrió en la capital, en Chihuahua, donde en realidad comenzó el estigma de las muertas de Juárez, diez años antes de lo reportado oficialmente.

Cynthia vivía por la calle Sicomoro y Pimentel, entonces las pocas casas que había en el lugar estaban rodeadas de grandes lotes baldíos, los niños salían a las calles con relativa tranquilidad a hacer los mandados, sin preocupación alguna de los padres.

Esa tarde veía la televisión junto a su hermana menor. Su madre planchaba la ropa a unos pasos, la hermanita pidió un Carlos V para el antojo de la tarde. Más que el chocolate quería salir a la calle, dar la vuelta a la tienda y regresar a ver la tele de nuevo. 

En un corte comercial pidieron permiso para ir a comprar los dulces, pero a la más chica se lo negaron. Hizo el berrinche de su vida y se quedó pegada al barandal blanco cual reo de una prisión, llorando enojada porque sólo pudo ir su hermana.

La última imagen en vida que tiene de Cynthia es a través de ese barandal, borrosa por las lágrimas que le llenaban los ojos. Se alejó de su vista rumbo a la tienda.

Pasaron los minutos. Era mucho para que no regresara. Sólo había un camino sencillo de unas cuantas cuadras por dónde ir y volver, así que no había explicación para el retraso.

El hermano mayor fue enviado a buscarla, cuando el tiempo comenzaba a preocupar a su familia. Nada, no estaba en la tienda, tampoco se la encontró por el camino.

La señora se alarmó, no había razón para el retraso que ya iba para la media hora. Salió ella misma con la niña menor caminando rápido. 

Preguntó al señor de la tienda y le confirmó que la pequeñita había comprado los dulces.

De vuelta en la casa preocupada, asustada, temerosa, esperaba que ya estuviera de vuelta y nada. Salieron otra vez todos a preguntar con vecinos, recorrer las calles, buscar y pensar dónde se había metido. Todos casi se volvían locos de la desesperación, la incertidumbre.

Una investigación falsa

Horas después de reportar lo ocurrido, la Policía Municipal llegó a atender el llamado de los padres de Cynthia, para entonces desesperados por no poder encontrarla.

Que si tenía novio, que si se fue peleada con la familia, que si había tenido problemas con la mamá, el papá, los hermanos. Todas respuestas negativas.

Después de una noche en vela la noticia llegó por la mañana. Los padres se derrumbaron cuando los agentes les dijeron que habían encontrado el cadáver de su hija. Que había sido violada y asesinada con saña.

Su hermana pequeña ni siquiera comprendía qué era una violación. Pero vio la desgarradora escena de su madre gritando. Eso la marcó, igual que los chocolates que hasta la fecha detesta.

Ella, su hermana, recuerda cómo escuchaba las pláticas de los adultos sobre lo ocurrido.

A Cynthia la interceptaron en la calle y la subieron a la fuerza a un carro. Se la llevaron a algún lugar, la atacaron sexualmente, la mataron y la dejaron en uno de los baldíos cercanos a su casa por la noche o madrugada. 

Había señas de que participaron en el crimen dos o tres atacantes. Huellas, elementos biológicos, prendas que eran pistas reales para una investigación sólida.

De hecho las versiones que surgieron independientes de la investigación formal, apuntaban a la participación de hijos de políticos y empresarios de la época, de reconocidos apellidos, pero ninguno fue llamado siquiera a declarar.

Los mismos policías que participaron en los inicios de la investigación detallaban la existencia de evidencia de dos o más atacantes que aprovecharon la vulnerabilidad de la pequeña para raptarla, atacarla y matarla; luego la dejaron en un lugar justo para que la encontraran.

'¿No hace falta la Alerta de Género? Qué tontería...' 

A casi cuatro décadas de distancia, la hermana de Cynthia no ha podido superar lo ocurrido. Llegó a caer al Hospital de Salud Mental por varios intentos de suicidio, a causa de las secuelas que le dejó vivir la tragedia a tan corta edad.

“¿No hace falta la Alerta de Género? Qué tontería”, dice al criticar la opinión de la directora del Instituto Municipal de las Mujeres, Margarita Blackaller, quien eso consideró cuando le cuestionaron lo que pensaba sobre la declaratoria que exigen las comisiones de derechos humanos y organizaciones sociales.

Quien dice eso, señala, es porque no conoce la indeleble huella que deja el feminicidio, que mata no sólo a una mujer, sino a toda su familia; y luego destruye pedazo a pedazo a la sociedad. 

A la fecha la hermana recuerda hasta lo que llevaba puesto y cómo, por su edad, la invadió desde entonces un irracional sentimiento de culpa que la llevó a pensar que se merecía haber muerto junto con Cynthia.

Haber vivido el crimen a tan temprana edad generó en ella todo tipo de trastornos mentales, que hasta la fecha lucha por superar.

Los asesinos impunes dejaron más víctimas en su camino. Ni cuenta se dieron, y tal vez no les interese saberlo, pero mataron a esa niña y de alguna forma también mataron a su hermanita con el atroz crimen, así como al resto de la familia.

Si la cárcel para los responsables verdaderos no hubiera servido para reparar el daño causado, su impunidad sí agravó las consecuencias que vivió después, una vida de depresiones, relaciones tóxicas, violencia de todo tipo, con el mismo origen de un brutal crimen sin castigo y sin atención.

Después de recorrer los infiernos de la depresión y la locura a causa de un luto no superado, ella se aferra impotente a la mica de llavero con la foto de su hermanita que tantas veces ha llorado. 

Es el mismo llavero que cargaba Cynthia cuando la alcanzaron sus asesinos. El mismo llavero que encontraron en la escena del crimen, junto con la bolsita de papel y los chocolates Carlos V que medio derritió con el calor de sus manos, al apretarlos con fuerza por el miedo que debió haber sentido desde el rapto hasta su muerte.

dpinon@diarioch.com.mx

close
search