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Opinión

El día que el Hijo del Santo luchó en Villas de Salvárcar

El Hijo del Santo tenía que cerrar su lucha en el Parque Deportivo y Recreativo Villas de Salvárcar con la firma de su dinastía

Jesús Antonio Camarillo
Académico

sábado, 04 mayo 2024 | 06:00

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El Hijo del Santo tenía que cerrar su lucha en el Parque Deportivo y Recreativo Villas de Salvárcar con la firma de su dinastía. Su papá inmortalizó la llave “de a caballo” y así habría de cerrar la función que encabezó el pasado domingo, muy cerca del Día del Niño, en ese lugar tan emblemático que los organizadores escogieron para una función gratuita, como un regalo para los pequeños de Ciudad Juárez.

Pasaron ya 14 años desde que se perpetrara la masacre cuya nota le dio la vuelta al mundo. El 2010 quedaba marcado como el año más violento en la historia de Ciudad Juárez. Tres mil homicidios, tan sólo en ese año, convertían a la ciudad en la más violenta del mundo. La masacre de Villas de Salvárcar era el reflejo de una urbe convertida en zona de guerra.

El entorno que sólo la lucha libre puede generar, con los niños vitoreando la presentación del gladiador más pequeño del mundo, Microman, que antecedió en uno de los encuentros a la lucha del Hijo del Santo, era algo parecido a la antítesis de la tragedia. Muchos de esos pequeños no conocen qué fue lo que ocurrió en eso que el mundo conoce como “lo de Villas de Salvárcar”. Ellos sólo saben que les encantó Microman, el gladiador que no llega al metro de estatura, con su peculiar manera de caminar en el cuadrilátero es capaz de transportarlos por los suaves conductos de la fantasía, en un universo donde el bien permanece nítido y, casi siempre, vence al mal. Por eso Microman es capaz de vencer a luchadores de gran altura. Los envuelve, se les cuela, les llega por donde menos se lo esperan. Microman triunfa sobre sus contrincantes. Y los niños ríen, pensando que también ellos son capaces de vencer a la encarnación del horror, sea cual sea su investidura.

Para esos niños embelesados con el Hijo del Santo y Microman, el parque recreativo Villas de Salvárcar no evoca ya tragedia. Sus padres tal vez les contarán lo que ocurrió muy cerca de donde ahora juegan y se deleitan con los lances de esos extraordinarios gladiadores, pero los niños reconstruirán los hechos casi como una leyenda. La ambigüedad en la contemplación del tiempo deja su marca, y aunque no son muchos los años transcurridos, ellos medirán la temporalidad con otro rasero, no con el del adulto. Para muchos de sus padres y abuelos, en cambio, la narrativa es otra. Vivirán con las huellas que dejó la masacre. Alguna vez, años después de los homicidios de los jóvenes, una mujer que habita en la colonia declaró a los medios nacionales que la zona era algo así como un panteón viviente. Enfermedades físicas y psicológicas afloran, quizá, hasta la fecha, en varios de sus moradores.

Es domingo, muy cerca del Día del Niño. Catorce años después de lo que motivó la atención del mundo. Cuatro gladiadores en el evento estelar de la tarde se disputan el triunfo de una lucha en relevos sencillos. Bajo un sol benevolente, en el centro del Parque de Villas de Salvárcar, el escenario es un cuadrilátero que se aprecia más pequeño de lo acostumbrado. Los rudos, Aéreo y el Hijo de Fishman contra El Hijo del Santo y Magno. El heredero de la leyenda plateada, quien ha dicho que su retiro está cada vez más próximo, se desenvuelve casi como en sus años mozos. Portando flexibilidad, con la técnica que siempre lo ha caracterizado, como pez en el agua prepara un vuelo teniendo como objetivo la humanidad de sus adversarios. Sube a la tercera cuerda y cae sobre uno de ellos en el centro del ring. Ahora el Hijo del Santo prepara la rúbrica de su padre y parte de su legado. Es la “de a caballo”, señores. Su rival no aguanta ni tres segundos el castigo. Se rinde. La gente está feliz. No es para menos, por esta ocasión el bien ha triunfado en Villas de Salvárcar.

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