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Opinión

De las aulas al debate presidencial

El domingo 28 de abril, las cámaras de televisión se encendieron para transmitir el segundo debate presidencial en México

Erasto L. López / Analista Ciudadano

martes, 30 abril 2024 | 06:00

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El domingo 28 de abril, las cámaras de televisión se encendieron para transmitir el segundo debate presidencial en México. Un escenario que debería ser un foro de ideas y propuestas para guiar al país hacia un futuro mejor se convirtió en un espectáculo deslucido donde predominaron las descalificaciones, las promesas vacías y las estrategias de apariencias sobre la sustancia. Los candidatos parecían más interesados en ganar un concurso de popularidad que en enfrentar los problemas reales del país. La escena me recordó a las elecciones estudiantiles de mi juventud, donde las promesas y los espectáculos superficiales opacaban la importancia de un ejercicio democrático.

Recuerdo mi tercer año de secundaria, en las elecciones de la sociedad de alumnos estaba marcado no por el interés en propuestas sólidas o ideas de mejora estudiantil, sino por el deseo de ganar a cualquier costo. La planilla victoriosa utilizó tácticas que incluían regalar besos en la mejilla, paletas de corazón y pulseras de colores, sin presentar una propuesta clara para beneficiar a los estudiantes.

Otro recuerdo que vino a mi es de la preparatoria, con una madurez ligeramente mayor y cerca del final de nuestros años escolares, las elecciones siguieron un patrón similar. Las propuestas se centraron en beneficios superficiales como fiestas de fin de curso y relajar el código de vestimenta, como, por ejemplo, no utilizar uniforme los viernes, en lugar de abordar asuntos más sustanciales que afectaban nuestra formación académica y la mejora de las instalaciones. La planilla ganadora promovió su campaña con hamburguesadas, prendedores y pulseras, repitiendo la fórmula de ganar a través del entretenimiento y la gratificación instantánea.

En la universidad, se espera encontrar un ambiente donde la lógica y la coherencia predominaran sobre los juegos de popularidad. Sin embargo, la realidad fue una continuación de las mismas tácticas. La planilla que se llevó la victoria utilizó imágenes de su candidata en traje de baño y organizó eventos sociales como comidas al aire libre, perpetuando la idea de que la política es más una cuestión de imagen y menos de sustancia.

La falta de educación política formal en las escuelas contribuye a este problema. No se enseña cómo funciona la democracia, qué representa un voto y cómo evaluar críticamente las propuestas de los candidatos. Como resultado, muchos ciudadanos ven las elecciones como poco más que un juego, donde lo que cuenta es derrotar al oponente, no las ideas o el potencial para mejorar la comunidad.

El espectáculo del debate del 28 de abril es una consecuencia de esta educación deficiente. En lugar de debates sobre cómo abordar la violencia, mejorar la economía, o reformar el sistema de salud y educación, tenemos candidatos que parecen jugar a ser celebridades, donde lo que prevalece son las estrategias de marketing político y no las soluciones a los problemas reales de los mexicanos.

Si queremos cambiar esta dinámica y fomentar una cultura más seria y sustantiva, necesitamos empezar desde la base: la educación. Es imperativo incorporar una educación cívica en los programas escolares que enseñe a los jóvenes el valor de la política como herramienta para el cambio social y no solo como un teatro de vanidades.

Mientras esto no suceda, Ciudad Juárez, Chihuahua y el resto de México seguirán siendo escenario de una política que se siente más como un espectáculo que como un proceso serio y reflexivo. Para construir un país mejor, debemos demandar más de nuestros líderes y de nosotros mismos como electores. Solo entonces podremos esperar un cambio verdadero que no solo se vea en las urnas, sino en cada aspecto de nuestra vida cotidiana.

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