Opinión

Crisis, vulnerabilidad y necesidades

Cuando se hace uso del concepto de crisis, usualmente se hace referencia y así se interpreta...

Sergio Pacheco González
Analista

martes, 07 abril 2020 | 06:00

Cuando se hace uso del concepto de crisis, usualmente se hace referencia y así se interpreta, como una situación difícil que suele manifestar el riesgo de alterar gravemente la condición económica, social o política, cuando no todas a la vez, de un país. Por la información difundida día a día en los meses que han transcurrido de este año, nos hemos dado cuenta de que el orden global se ha visto alterado por la crisis sanitaria que se ha manifestado como la pandemia del coronavirus o Covid-19.

En México es a partir de la segunda quincena de marzo que la certidumbre del desarrollo de una crisis, principalmente económica, empieza a tomar forma. La declaratoria de la Jornada Nacional de Sana Distancia, inicia una serie de cambios en el tránsito y uso del espacio público, la inasistencia a los espacios educativos de todos los niveles, con la consecuente implementación de clases virtuales y/o actividades extraescolares a realizar en las viviendas particulares bajo la supervisión de padres y madres de familia.

Poco a poco, centros y plazas comerciales, cines, teatros, bares y pequeños negocios, fueron cerrando sus puertas. Mientras algunos han dejado de operar temporalmente, otros no saben si sobreviran a la paralización provocada por la pandemia, mientras que algunos más toman acciones para mantenerse parcialmente activos, en tanto las autoridades no decreten el cese de estas.

Ahora se sabe, las medidas tendrán a ampliarse y profundizarse, en la llamada fase 3. El número de personas que enfermarán y fallecerán se incrementará, la actividad económica decrecerá y en la medida en que el riesgo de pérdidas humanas y económicas crezca, lo hará la incertidumbre, sobre todo si se carece de información fidedigna, de ingresos, de acceso a bienes básicos y de atención a la salud.

En este sentido, la vulnerabilidad se manifiesta, primero, como una exposición a riesgos. El escenario actual plantea no sólo el riesgo sanitario y la consecuente demanda de recursos para la atención de las personas y el sufrimiento que genera la pérdida de vidas, sino el deterioro de la actividad económica. La paralización de la producción, el cierre de negocios y el desempleo, son algunos de sus efectos. No son del todo predecibles los efectos sociales y políticos que se deriven de este proceso, más los habrá. 

La vulnerabilidad se expresa también, como el riesgo de carecer de las capacidades o recursos que se requieren para hacer frente a las circunstancias que plantea la crisis que, como se ha indicado, no es sólo sanitaria. Aquí, las diferencias socioeconómicas, de género, edad, raza y etnia, son determinantes. Las primeras víctimas, en términos sanitarios y en el sentido de ser quienes resultan afectadas o en quienes repercuten los daños, son las personas adultas mayores y quienes además padecen de enfermedades crónico-degenerativas.

Lo son también, quienes fueron despedidas de su empleo, quienes se desempeñan en la informalidad, los trabajadores por su cuenta sean honorarios asimilados a salarios o con actividad profesional, los pequeños negocios y las microempresas, las personas adultas mayores que se desempeñan como empacadores, sin contrato y por tanto sin salario ni seguridad social. 

Si las circunstancias se prolongan en el tiempo, faltaran insumos para empresas de mayor calado, así como faltan en la industria de la construcción o en algunas plantas maquiladoras. Quienes tienen o se emplean en los negocios del sector servicios, ya lo viven y muchos podrían no superar con sus propios recursos este periodo. 

No es lo mismo para los asalariados en el sector público, las instituciones educativas o las grandes empresas y negociaciones. Se podrá transitar, no sin afectaciones, en mejores condiciones, pues se cuenta con mejores y más recursos, entre ellos ingreso asegurado, seguridad social y un puesto de trabajo al cual regresar. Esto no significa, por supuesto, que sean inmunes al riesgo sanitario, a los dolores de su padecimiento, las limitaciones propias de la convalecencia o de la pérdida, cuando el riesgo se materialice con el contagio.  

Este último es, de hecho, un elemento más de la vulnerabilidad. El daño potencial al que están expuestas las personas, la economía, el orden social y la legitimidad política. Por ello, es momento de sumar y privilegiar el bienestar general, antes que los intereses particulares. Esta es la necesidad primordial. Dotar de recursos a quienes integran la primera línea de defensa de contención y atención, al personal de salud, es otra de ellas. Como ciudadanía, prevenir es la tarea.

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