Nuevo Casas Grandes

Colaboración Especial

Nuevo Casas Grandes a 80 años de la Segunda Guerra Mundial

Es una memoria histórica de los trabajadores del Ferrocarril Noroeste de México y CH-P, aportados por Salvador Ibarra, Jefe de despachadores de trenes y plasmada en el texto "Vivencias Ferroviarias"

Miguel Méndez García

miércoles, 11 diciembre 2019 | 13:08

Es una memoria histórica de los trabajadores del Ferrocarril Noroeste de México y CH-P, aportados por Salvador Ibarra, Jefe de despachadores de trenes y plasmada en el texto "Vivencias Ferroviarias" por Eva Muñoz Félix y Aída Samaniego Muñoz.

 Finales del año 1939 fue una fecha que muchos que lo vivieron en Nuevo Casas Grandes, no pueden borrar de sus vidas. Este acontecimiento cimbró a todo el pueblo. Causó un revuelo a todos sus pobladores, principalmente a los ferrocarrileros, por la participación de una forma u otra, en la Segunda Guerra Mundial.

 La noticia se extendió como un ventarrón. Y sepan que en este lugar se dan muy constantemente, ya que forma parte de la meseta chihuahuense. Está ubicado en llanos y eso provoca constantes tolvaneras.

 Nadie podía creer lo que sus ojos vieron ese día. El cielo estaba completamente despejado. Al principio eran unos cuantos los que señalaban con su dedo índice a lo alto; otros se quitaban el sombrero y movían la cabeza con signo de incredulidad, algunos corrían a los negocios para dar alarma y de los mismos salían los parroquianos alzando sus ojos al infinito.

 El oído tampoco se dejaba engañar. Se escuchaban en el cielo motores que rugían. Alguien mandó llamar a la autoridad. El pueblo entero estaba a media calle ¡qué digo! en sus calles anchas por donde retozan a su antojo los vientos, y sepan que tan anchas son, si la vía del ferrocarril pasa por en medio de una de ellas. Pues sí, ahí estaba.

 Cada vez más bajo sobrevolaba un avión: era un caza bombardero, un P38 Lockheed, de los llamados Lightning, conocidos como “Relámpago”. Estos aviones del ejército norteamericano eran de los más importantes en la Segunda guerra Mundial; rápidos y poderosos, volaban a 580 kilómetros por hora y alcanzaban una altitud de hasta 20,000 pies.

 Llevaba solo un tripulante, pero su carga mortífera era de dos bombas, un cañón fijo de 20 mm., cuatro ametralladoras de 12.7 mm. en el morro y 10 cohetes. Sus hélices giraban en sentido inverso a las manecillas del reloj y el tren de aterrizaje lo tenía en forma de triciclo y, claro, eran grandes: median más de once metros de longitud; de altura tendría casi los cuatro metros y de envergadura 15.85 metros.

 La estación del ferrocarril en Nuevo Casas Grandes (tercera en su categoría por su tamaño y servicios), ese día –como era costumbre- estaba llena de gente, ya que a la llegada próxima de los trenes, todo el mundo concurría, tuviera o no negocios, fuera a recibir o a despedir a parientes; ahí íbamos todos.

 Entre la bola alguien gritó: “! Va aterrizar, va aterrizar!”. Allá en el llano, para el lado sur de Nuevo Casas Grandes *, había tal alboroto; mientras corríamos hacia el lugar. Se mezclaba el asombro con el miedo, y por fin la dichosa nave tomó tierra. Cuando se apagaron los dos motores y quedaron inmóviles sus hélices, se abrió la carlinga y no sabemos de quien fue más la sorpresa, si del piloto cuando contempló a la muchedumbre muda o el de nosotros de ver por primera vez a un joven piloto ataviado con el uniforme de la fuerza aérea de los Estados Unidos; de unos 25 años, güero, alto y muy flaco

 Pasada la primera reacción, el piloto intentó comunicarse con nosotros en su idioma. Transcurrieron algunos minutos hasta que a alguien se le ocurrió avisar a Don Julián Aguilar, que en ese tiempo era Senador y hablaba inglés.

 Resulta que el avión andaba perdido en el desierto de Arizona y una tormenta de arena lo desvió de su ruta por lo que tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia aquí, además por la falta de combustible.

 Teniendo como interprete a Don Julián Aguilar, se dirigieron ambos a la oficina del ferrocarril para solicitar auxilio. De inmediato se envió un mensaje a cd. Juárez y se comunicaron con don Mariano R. Salgado, el telegrafista en turno. El habló con el Cónsul de Estados Unidos en Juárez para conseguir que le enviaran al perdido aviador todo un equipo de rescate. Se enviaron varios telegramas para estar en constante comunicación, y se logró que a los pocos días, llegaran tres vehículos del gobierno estadounidense bien cargados de pertrechos, refacciones, gasolina, etc., para restablecerlo y ponerlo en buenas condiciones para regresar a su país.

 El avión había llegado un miércoles por la tarde cerca de la cuatro de la tarde, hora en que arribaba también el ferrocarril a la estación. Ahí permaneció hasta el sábado por la mañana en que estuvo listo para volar. El piloto, después de haber convivido con nosotros por espacio de varios días, de probar los guisos regionales, mojarse la garganta con sotol, alegrarse el ojo con las bellezas de la región y haberse estado comunicando con sus superiores por nuestro honorable conducto, se despidió de nosotros haciendo con su avión una serie de piruetas y maniobras para luego enfilar su nave rumbo al norte, no sin antes habernos regalado un puro. Ese sábado por la mañana el pueblo volvió a la normalidad; regresaron a sus corrillos los ferrocarrileros a las cantinas y como dijo uno de ellos: “Sabrá el cielo si el p… güerito sobreviva las batallas, pero para los de Nuevo Casas Grandes, la Segunda Guerra Mundial ya terminó”

 Fuente: Vivencias Ferroviarias (2006)

 *El avión aterrizó en la Av. Constitución poniente deteniéndose frente a las oficinas del aserradero propiedad de Don Julián Aguilar (Hoy casa Eléctrica propiedad del Sr. Gustavo Albistegui).

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