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Nacional

Leticia Ramírez, de la espuma a la crema

La nueva titular de la SEP enfrenta una realidad dramática, un sistema dañado recientemente por la pandemia

Roberto Zamarripa
Agencia Reforma

domingo, 11 septiembre 2022 | 06:13

Especial

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Ciudad de México.- Era, efectivamente, la espuma. Un grupo de maestras y maestros empobrecidos y rebeldes. Supieron, de niños, del movimiento estudiantil de 1968. La Escuela Normal los lanzó a los 20 años de edad a dar clases en escuelas deficientes. Su origen era humilde y su formación pedagógica era básica.

Una joven generación de maestros de distintos estados del País, pero principalmente del sur, querían cambiarlo todo. En 1989 cohesionaron un movimiento que si bien tenía una década de surgido con la constitución en Chiapas de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), adquirió una fuerza inusitada que desafió al gobierno, tambaleó al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y espetó a la ciudadanía y a los padres de familia la mala educación que recibían sus hijos.

El investigador educativo Olac Fuentes --chihuahuense, agudo, creativo-- escribió un corto y certero ensayo en la Revista "Cero en Conducta" en octubre de 1988 que los maestros de entonces lo entendieron como Biblia. El título definía todo: "La educación pública como territorio devastado".

Olac Fuentes daba cuatro características de la devastación educativa: 1) La población escolar ha dejado de crecer. Apenas la mitad de los niños terminan la primaria; 2) El financiamiento público se redujo 40 por ciento entre 1982 y 1988; 3) La burocratización se agudizó con la descentralización educativa y el poder dual ejercido por una casta de autoridades de oficina y por dirigentes sindicales del SNTE que destrozan a la educación; y 4) Una pobreza extrema en alternativa pedagógica. La indiferencia y confusión sobre el sentido de la educación predominan en todos los niveles del sistema.

Ese panorama trazado por Olac Fuentes convergía con condiciones extraordinarias que impulsaron el movimiento magisterial. Por un lado, el empobrecimiento de los maestros. Ganaban el equivalente a 1.5 de salario mínimo. Por otro, el cacicazgo sindical que encabezaba Carlos Jonguitud en el SNTE. Y otros factores políticos clave: estaba candente el movimiento que había votado por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, con muchos maestros de educación pública que simpatizaban con él. Y crujían algunos grupos de poder del priismo confrontados con el flamante presidente Carlos Salinas.

Conocida como "La Primavera magisterial", la movilización de maestros en 1989 fue impresionante y sin precedente. Una sucesión de marchas en distintos estados, paros magisteriales y en la capital del País manifestaciones multitudinarias que atestaron las calles y el Zócalo. Y a diferencia de lo ocurrido con el movimiento magisterial de 1958, encabezado por Othón Salazar, que tuvo su epicentro en la capital del País, la "Primavera" vino del sureste de la República y cristalizó en el entonces Distrito Federal.

Además de que en 1958, el movimiento magisterial fue aplastado con represión policial y militar y sus dirigentes encarcelados y expulsados de por vida de las escuelas. La de 1989 fue una movilización pacífica, que concitó una gran solidaridad social y no tuvo una frustración brutal y violenta. Sus dirigentes fueron incorporados a las dirigencias sindicales y se les respetó su plaza magisterial.

La movilización de 1989 fue pacífica y conquistó centralmente sus objetivos. Clamaban democracia y más salario. Y lograron la caída del cacique Jonguitud y un aumento del 25 por ciento de su sueldo. Renovaron dirigencias sindicales en distintas entidades con la llegada de jóvenes maestros que desplazaron a los viejos de estirpe priista. La democracia sindical no fue total pero si remeció al gremio. El incremento salarial que reclamaban era de 100 por ciento y obtuvieron un cuarto de ello, por encima del tope salarial impuesto entonces.

Fue un movimiento de amplio apoyo social. Los padres de familia se solidarizaron y los vecinos financiaban y abastecían las movilizaciones. (José Guadalupe Cruz, el entrenador que hizo campeón de futbol al equipo Atlante era uno de los miles de maestros de primaria que participó en el movimiento).

"A principios de abril escribí en mis notas: 'La situación magisterial está muy crítica. Podemos entrar en estado de emergencia", plasmó Carlos Salinas en su libro "México, un paso difícil a la modernidad" a propósito de la insurgencia magisterial de 1989.

Ahí relata que la mañana del domingo 23 de abril de ese año recibió a Carlos Jonguitud y le dijo que debería cumplir su promesa de renunciar a la dirigencia sindical.

"Yo recordaba el rechazo de los maestros durante la participación de Jonguitud en mi campaña. El intercambio con el líder se tornó muy delicado. Finalmente le dije que lo importante era que él cumpliera con lo que había ofrecido públicamente. Al término de la reunión anunció su renuncia como 'líder vitalicio' del SNTE", apuntó Salinas.

Ubica a Jonguitud como un enemigo de su proyecto y narra que Elba Esther Gordillo "es electa" por los maestros en la dirigencia del SNTE y la elogia por "capaz y combativa". Anota Salinas en su libro: "En mis notas de fines de abril de 1989 escribí: 'Si bien no se ha resuelto el problema magisterial, ya no estamos en una posición defensiva, ganamos una batalla que corrimos el riesgo de perder".

La joya de la corona de la disputa sindical magisterial fue la sección 9 del SNTE, que agrupa a los maestros de preescolar y primaria, y que desde la represión de 1958 que encabezó el guerrerense Othón Salazar, estaba bajo mandos priistas.

El denominado Movimiento Democrático de Trabajadores de la Educación, conectado con la CNTE, encumbró a profesores provenientes sobre todo de escuelas del oriente de la Ciudad como Iztapalapa y los llevó a la dirigencia de la sección 9 conquistada tras elecciones directas.

En ese grupo destacaba Leticia Ramìrez Amaya, de 28 años de edad, hija de obreros, egresada de la Normal de Maestros en 1980 y que en las lides internas del gremio reñía contra los grupos ultraizquierdistas. Al final, una alianza de maestros radicales y moderados unidos por su combate al caciquismo de la Corriente Vanguardia Revolucionaria de Jonguitud renovó a la directiva sindical.

En julio de 1989, Elba Esther Gordillo, ya como dirigente nacional del SNTE, acudió en una madrugada al auditorio de la sección 9 a tomarle protesta al nuevo comité encabezado por disidentes. Ahí estaba Leticia Ramírez con su brazo en alto diciendo "sí, protesto". Elba Esther se fue entre rechiflas y los maestros caminaron unas cuadras hacia el Zócalo para celebrar su hazaña hasta el amanecer.

La figura de Leticia Ramírez era notable. En las asambleas sindicales era persistente y persuasiva. Caía bien. En los diálogos con el SNTE y el gobierno que llegó a participar era aguerrida y consistente.

Era la típica activista del movimiento con autoridad y presencia, incluso sobre los veteranos de otras lides. Correspondía a la época: en 1986 el movimiento liderado por el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) cimbró a la UNAM, detuvo el cobro de cuotas y promovió un Congreso Universitario. (Claudia Sheinbaum, hoy Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, fue una destacada dirigente).

La de los ochenta fue una generación activa y opositora. Hoy gobierna el País. Leticia Ramírez no duró mucho como funcionaria sindical, se fue en 1992. Fungió como secretaria de Organización de la sección 9, cuya directiva la encabezaba Daniel Sandoval, un maestro radical, de una corriente que pervirtió varios propósitos de la lucha gremial; aliados con líderes y activistas de Oaxaca, Michoacán y Chiapas convirtieron la pelea magisterial en una suerte de chantaje permanente.

Para esa corriente radical, Leticia Ramírez (proveniente de tendencias de izquierda identificadas con el maoísmo) era una "reformista", pues no apoyaba las asonadas o golpes sino cambios graduales y negociados.

El ex subsecretario de Educación, Gilberto Guevara, lo define: "resulta muy triste para todos nosotros ver que maestros buenos, dedicados, comprometidos con su visión se ven involucrados en actividades en las cuales no se pregonan los valores de la escuela, es decir: el amor, el respeto, la paz, la inteligencia, el diálogo, la democracia, la libertad, etcétera, sino anti-valores como el odio, el anatema, la descalificación, el grito, el insulto, la grosería". ("Poder para el maestro, poder para la escuela". Cal y Arena. 2013).

La maestra Ramírez estaba identificada con el naciente Partido de la Revolución Democrática (PRD), fundado por Cuauhtémoc Cárdenas. Hacia fines de los noventa coincidió con el liderazgo de Andrés Manuel López Obrador, relevo de Cárdenas en la dirigencia perredista y a la postre Jefe de Gobierno en la Ciudad de México. Desde entonces no se ha separado de ese movimiento ni de su lealtad al liderazgo del tabasqueño.

Integrante de esa generación insurgente de maestros, Leticia Ramírez ha dedicado más su vida a la política de partido y al ejercicio de gobierno que al directamente educativo. Fue maestra por doce años. Y activista, funcionaria pública, promotora del voto por 20 años. No obstante, su entorno ha sido siempre el de la comunidad magisterial.

Es conocida (y reconocida) por dirigentes sindicales, maestros, e incluso funcionarios como alguien cercana a los temas educativos. Por tanto, su biografía política puede entenderse en dos grandes tramos: su formación pedagógica y su filiación sindical magisterial que se acompaña de madurez política como militante partidista y funcionaria de gobierno.

El 15 de agosto pasado fue nombrada Secretaria de Educación por el Presidente López Obrador. Su perfil no tiene nada que ver con alguno de sus antecesores: ni el mismísimo Manuel Bartlett que era Secretario de Educación en el Gobierno de Carlos Salinas, cuando ella iniciaba como dirigente sindical y ahora es figura estelar de la 4T; o de Porfirio Muñoz Ledo, Secretario de Educación con Luis Echeverría y pasajero de la 4T. O Ernesto Zedillo, Esteban Moctezuma, Alonso Lujambio u Otto Granados; o Josefina Vázquez Mota y Emilio Chuayffett. Tampoco parecida a Delfina Gómez.

Leticia Ramírez Amaya es la primera dirigente emanada del sindicato magisterial y proveniente de la fracción disidente, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). Igual que Delfina Gómez es maestra de primaria pero la texcocana no tuvo la experiencia sindical que Ramírez quien desde la Normal de Maestros fue activista estudiantil identificada con grupos políticos de izquierda.

A tres décadas de distancia puede advertirse que el impulso aquel que la llevó a un cargo en la sección 9 que atendía a los maestros de educación básica, hace rato que cesó. Que lo que constituía aquel movimiento magisterial se diluyó arrebatado en parte por el radicalismo y la descomposición de la CNTE que ahora es enaltecido por el Gobierno federal.

También se difuminó el poder de Elba Esther Gordillo que al final domó a la CNTE o mantuvo con esa facción una convivencia esquizofrénica derivada en parte de los conflictos que la lideresa tenía con gobernadores o políticos enemigos.

Ambas partes tiene su responsabilidad en el tramo perdido. Tendrían que asumirla y explicarla. La oportunidad abierta en 1989 para transformar la educación pública, dignificar y profesionalizar a los maestros y por ende formar mejores generaciones con conocimientos, habilidades y compromisos con el País no fue consumada.

Paradojas de la política: la toda poderosa de entonces, Gordillo, acabó en la cárcel defenestrada por el sistema al que sirvió y fortaleció. Bartlett Díaz, su adversario en ese sistema, hoy goza de cabal salud como paladín de los cambios democráticos. Marcelo Ebrard, el joven que ayudó a caminar a la Maestra Gordillo por los pasillos de la Ciudad capital, es un presidenciable que cruzó el pantano. Y Leticia Ramírez, quien gritaba en las manifestaciones en contra de la imposición de Gordillo, peleaba contra Bartlett y contra Ebrard, ahora es la Secretaria de Educación Pública con ellos a su lado.

¿En qué condiciones llega a la SEP? Mirando el ensayo de Olac Fuentes de 1988 algunas cosas se parecen. 1) La matrícula educativa igualmente está lastimada, sobre todo por los daños del Covid y la deficiente educación virtual. Muchos, millones de niños, se fueron de la escuela. 2) El presupuesto educativo sigue apretado. Ahora se prioriza más en las becas y no acaba de consolidarse la distribución, la administración y la materialización del dinero para la infraestructura.

3) El poder dual de hace 30 años (burocracia gubernamental y burocracia sindical como pinza) no existe ahora. El SNTE no pinta, solo firma y la burocracia de Gobierno se acomoda. La CNTE era estelar pero hace rato que sus líderes no van a Palacio Nacional. El Presidente recibía en su despacho de manera rutinaria a los líderes de la CNTE pero eso se fue enfriando desde 2020, como con Ricardo Monreal. Ha visitado más Palacio Nacional el Embajador de Estados Unidos, Ken Salazar, que un líder del sindicato educativo.

4) Olac Fuentes hablaba hace 35 años de la "pobreza pedagógica" o de la falta de horizonte de transformación de contenidos y de prácticas educativas. El eclecticismo de ahora produce confusión. Se aplican tres planes de estudio, se hablan tres lenguajes, se enseñan tres conceptos diferentes en una misma escuela. El plan de estudios del Gobierno de Felipe Calderón, de 2011, se imparte para los alumnos que están por dejar la primaria. El plan de 2017, impulsado por Aurelio Nuño y Enrique Peña, en abierta confrontación con Elba Esther Gordillo (a la que tuvieron que mandar a la cárcel para aplicarlo) y con los maestros de la CNTE, a los que entretuvieron con "maíz" y contuvieron con garrote, ese plan, se aplica en tercero y cuarto grado.

El plan Marx, el impulsado por Marx Arriaga, con el afortunado concurso de conocedores como Ángel Díaz Barriga y la rectora de la UPN, Rosa María Torres, se aplica como ensayo en los primeros grados de algunas escuelas y será obligatorio a partir del próximo ciclo en los dos primeros años.

Tres programas tres. Y tres secretarios tres. Esteban Moctezuma, un veterano político del priismo, conocido por miembros del gabinete presidencial como uno de "los fifís" de la 4T, duró apenas tres años, los de la experimentación del nuevo gobierno. No cimentó.

Llegó Delfina Gómez, la maestra mexiquense, cuyas tareas principales fueron, por un lado, conocer los reportes de cómo se elaboraban los nuevos planes de estudio y por otro, mirar el reloj para contar las horas de su salida rumbo a la candidatura para Gobernadora en el Estado de México.

Ahora, Leticia Ramírez. Llega a una Secretaría de liderazgo inestable (en cuatro años dos secretarios); a un sistema educativo que aplica tres programas a la vez y el correspondiente al concepto de la 4T no tiene ni su sello ni su opinión. Y llega a cerrar: dos años de permanencia que parecen insuficientes para consumar un cambio urgente.

Leticia Ramírez conoce la escuela aunque llega a administrar una Secretaría con asuntos consumados. Enfrenta una realidad dramática: la pandemia echó hacia atrás el aprendizaje de por sí lastimado por las fallidas políticas de distintas administraciones. Un País que ha tenido 15 secretarios de Educación en los últimos 30 años. Un ministro educativo cada dos años.

Vaya, en eso sí coincidirá: su periodo concluye en 2024, el promedio de duración de un titular de la SEP.

¿Sigue el País como describía Olac Fuentes en 1988 con la educación como un territorio devastado? Parte de la respuesta tendrá que darla Leticia Ramírez. Fue ella, efectivamente, parte de la espuma, de la efervescencia que cambió algunas cosas en 1989. Ahora pertenece a la crema y nata del 2022, comprometida, obligada, a cambiar las cosas. Pero no es lo mismo los tres Secretarios que 30 años después.

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