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Nacional

La debacle del PRI

El partido se encuentra en uno de los momentos más críticos de su historia

Martha Martínez / Agencia Reforma

sábado, 04 marzo 2023 | 10:22

Alejandro Pastrana / Agencia Reforma

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Ciudad de México— El Partido Revolucionario Institucional (PRI) se encuentra en uno de los momentos más críticos de su historia, disminuido en su fuerza política y con la menor representación regional en los estados. Así llega a su aniversario 94.

El tricolor se encuentra en una encrucijada: con un dirigente nacional, Alejandro "Alito" Moreno, que concentra la toma de decisiones del partido, y con la necesidad de acompañar una alianza electoral y legislativa con PAN y PRD.

Desde la elección de 2018, el tricolor ha dado tumbos, pero con un franco debacle a nivel regional. Hoy sus bancadas en el Congreso federal representan menos de la tercera parte de lo que eran en 2012, y en los últimos cuatro años han pedido 10 gubernaturas y hoy gobiernan sólo tres entidades.

Se trata de Durango, cuya gubernatura ganó con la alianza Va por México, en alianza con PAN y PRD, y Coahuila y el Estado de México, sus últimos bastiones, donde irá acompañado de estos partidos para los comicios de junio próximo.

Desde que el PRI perdió la Presidencia de la República en 2000, ha entrado en un proceso de constante debacle que hoy lo coloca en el peor momento de su historia.

Por primera vez desde su fundación, en 1929, en el año 2000 el entonces partido dominante perdió la Presidencia frente al panista Vicente Fox, quien derrotó con 42.52 por ciento de los votos al candidato del tricolor, Francisco Labastida, quien obtuvo el 36.11 por ciento de la votación.

Como partido de Oposición, el PRI no se modernizó ni se reformó, tampoco se le vio encabezando una agenda democrática o progresista ni impulsar iniciativas para atender los problemas del País, como la corrupción y las violaciones a los derechos humanos.

A pesar de ello, el desgaste de los Gobiernos panistas por la promesa de un cambio que no llegó y el hartazgo por la violencia generalizada en el marco de la llamada guerra contra el narcotráfico, aunado a la estructura territorial del tricolor que dominaba con el 60 por ciento de las entidades del País bajo su control, provocó su regreso al poder en 2012.

Enrique Peña Nieto arribó a Los Pinos, la entonces residencia del jefe del Ejecutivo federal, con una votación 16 por ciento superior a la obtenida por Labastida en la elección presidencial anterior, con prácticamente el mismo mapa político que 12 años antes, con 18 estados gobernados y, como ocurría desde 1997, cuando perdieron la mayoría calificada, siendo primera mayoría en el Congreso.

El ex Gobernador del Estado de México había prometido acabar con la crisis de violencia que afectaba al País con estrategias diferentes a las puestas en marcha por su antecesor, Felipe Calderón.

No obstante, continuó con la militarización, se registraron graves violaciones a los derechos humanos, como la desaparición de los 43 normalistas de la Normal Rural de Ayotzinapa y su Administración estuvo envuelta una y otra vez en casos de corrupción.

Aunado a ello, de cara al proceso electoral de 2018, ante la falta de liderazgos creíbles, el Revolucionario Institucional optó por designar como abanderado presidencial a José Antonio Meade, un ex funcionario del Gobierno de Peña Nieto que no militaba y que no contaba con trayectoria al interior del partido.

Sin la simpatía de los propios priistas, que se sentían traicionados por haber optado por un personaje externo, Meade fue a una campaña que nunca levantó, en parte por su falta de carisma y de experiencia que finalmente lo convirtieron en el peor candidato priista.

El economista obtuvo apenas 16 por ciento de la votación, menos de la mitad de los votos que obtuvo Labastida y Peña Nieto y relegó al PRI al tercer lugar de las preferencias electorales, por debajo de Morena y del PAN.

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