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Juárez

Fotos y video: Bolero, una profesión que lleva en la sangre

Lalo tiene más de cuatro décadas ‘rejuveneciendo’ zapatos, un oficio que heredó de su padre

Luis Carlos Cano
El Diario de Juárez

lunes, 09 agosto 2021 | 11:43

Carlos Sánchez / El Diario de Juárez | Ángel Eduardo comenzó a lustrar calzado a los 15 años Archivo / El Diario de Juárez | El alcalde Francisco Villarreal le dio una propina de 20 mil ‘viejos pesos’ Carlos Sánchez / El Diario de Juárez | Cepillos con que da brillo a los zapatos Carlos Sánchez / El Diario de Juárez | Ángel Eduardo trabaja en la esquina de las calles Benjamín Herrera Jordán y Genovevo Rivas Guillén Carlos Sánchez / El Diario de Juárez | Algunas de las tintas que utiliza para lustrar calzado

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Ser bolero es un oficio que le rinde culto al esplendor del calzado; muchas personas, incluso personajes famosos lo desempeñaron de niños, pero pocos continuaron ejerciéndolo como su profesión porque les gustara, les apasionara o lo llevaran en la sangre, como es el caso de Ángel Eduardo Torres Rodríguez, quien ya cumplió 41 años con esta ocupación.

Conocido por clientes y amistades como Lalo, asegura que ser bolero lo lleva en la sangre, lo heredó de su padre, quien le enseñó el oficio, y a pesar de que en muchas ocasiones no faltó el hermano o el amigo con la recomendación de que mejor se dedicara a otra actividad, él no hizo caso y sigue lustrando zapatos con el mismo gusto con el que lo hizo al empezar a los 15 años de edad.

“Con la primera boleada que hice, sentí que era lo mío, que era a lo que me iba a dedicar; se me metió en la sangre, me gustó, y más cuando vi el resultado del trabajo: los zapatos quedaron como nuevos y el cliente con una sonrisa de satisfacción, eso fue muy agradable”, afirma Lalo, quien a los 56 años, aún mantiene ese entusiasmo por su trabajo.

Su papá era bolero, comenta, también a eso se dedicó toda su vida y salió adelante con su familia formada por 10 hijos y su esposa; trabajaba en un puesto por la calle Ignacio de la Peña y Francisco Villa, cerca de Telégrafos Nacionales, en la zona Centro de la ciudad. 

“Cuando le dije a mi padre que me gustaría ser bolero, él estuvo de acuerdo pero antes de que fuera a ayudarle por primera vez, me dijo, ‘si me vas a ayudar, ayúdame bien, si no, no lo hagas’, pero le dije que sí y me convertí en su ayudante, en su chalán durante cinco años”, dice Ángel Eduardo, al comentar de sus inicios en este oficio.

Después de que dejó de trabajar con su papá, Lalo se instaló en el lugar donde ahora se encuentra, en un espacio cerca de las jardineras que están frente al edificio de la Dirección de Catastro, en la esquina de las calles Benjamín Herrera Jordán y Genovevo Rivas Guillén, contra esquina de la Presidencia municipal.

Ahí ha estado por varios lustros, está cerca para quienes trabajan en las oficinas del Ayuntamiento y de algunas dependencias federales cercanas, además de que les queda de pasada a quienes llegan de El Paso, Texas por los puentes internacionales de la zona Centro.

“De esta actividad mantengo a la familia, de bolear salió para pagar la casa y para otros compromisos que se tienen en la vida familiar”, comenta mientras acomoda grasas, tinta fuerte, el jabón de calabaza y los cepillos que junto con la franela le ayudan a dar brillo al calzado.

Al pasar de los años, la gente sigue acudiendo a bolearse, en especial a los que les gusta traer su calzado “al 100”, bien limpios y presentables, pues esto es la presentación de una persona, indica Lalo, mientras lustra los zapatos que le dejó uno de sus clientes.

Y es que es común que a los boleros, conocidos también como lustradores de zapatos o limpiabotas, algunos clientes les dejen estas prendas, lo hacen por la confianza que tienen en quienes prestan este servicio, considera Lalo.

En sus más de cuatro décadas rejuveneciendo zapatos, botas y otro tipo de calzado, Ángel Eduardo dice que ha pasado por muchas experiencias, algunas malas, pero la mayoría buenas, una de éstas le ocurrió hace años, en 1993, con el presidente municipal Francisco Villarreal Torres, quien estuvo en el período 1992 a 1995.

Una grata sorpresa

Un día, a principios de ese año, indica, había mucha gente en la fila para pagar el Impuesto Predial en Catastro, el señor Villarreal llegó con esas personas y les dijo que no hicieran fila, que también podían pagar en las cajas que había en la Presidencia municipal, después de eso, se acercó al puesto y pidió que lo boleara.

“Él se acomodó para que lo atendiera y mientras lo boleaba, estaba pensando si le cobraba o no le cobraba, pero luego pensé, por qué no le debo cobrar, es un cliente más y tiene con qué pagar, además de que lo estoy atendiendo bien, como a cualquier persona”, explica Lalo.

Luego agregó, “grata fue mi sorpresa cuando al terminar de lustrar sus zapatos, el presidente me dio 20 mil pesos, de los que antes llamábamos viejos pesos, cuando la tarifa que yo cobraba era de 3 mil pesos; con eso saqué la ganancia del día, además de que me felicitó porque le gustó cómo quedó su calzado”.

Pero también ha habido experiencias malas, no por hacer mal el trabajo, o por hacerlo sin ganas, comenta. En una ocasión llegó un señor inconforme porque otro bolero le puso a sus botas un material que las hacía verse feas y viejas, era fácil quitárselo y dejar la piel en buenas condiciones, explica.

“Como ya estaba muy molesto”, dice Lalo, “pensó que yo agravaría el problema cuando empecé a limpiar las botas con el jabón especial, ya que la pintura de mala calidad que le pusieron se empezó a caer; él se enojó mucho y hasta me exigía que le pagara sus botas, pero no me dio oportunidad de bolearlo y demostrarle que las iba a dejar bien, se bajó del sillón y se marchó echando maldiciones”.

Lalo afirma que son más las anécdotas buenas que las malas, la gente es buena y agradable, siempre confía en que sus zapatos, sus botas o cualquier tipo de calzado que él bolea, van a quedar bien.

“Las personas siguen viniendo, no sólo los que trabajan cerca, hay algunas que vienen de otros sectores de la ciudad. Tengo clientes que ya se hicieron viejitos junto conmigo”, expresa.

Ángel Eduardo no estudió una carrera profesional, no es psicólogo, y no tiene alguna especialidad para dar terapia a la gente, pero la experiencia de la vida, de conocimientos adquiridos con los años, le han permitido ayudar a otras personas con un consejo cuando tienen problemas en casa, con la pareja o simplemente para llevar a cabo alguna actividad.

“Muchos de mis clientes me tienen confianza para platicarme lo que les pasa, y yo no lo veo mal, es como una forma de que ellos se desahogan y me cuentan de su situación”, dice Lalo.

“En una de esas ocasiones, un compa me dijo que su esposa estaba actuando raro con él, que no lo trataba igual, pero él andaba con otras mujeres, yo le dije que mejor dejara de hacer eso y platicara con su esposa, lo hizo y arregló el problema, ahora dice que son más felices, creo que hizo caso de mi sugerencia”.

Asimismo, aunque para algunas personas ser bolero podría significar un oficio muy modesto, para Eduardo es un trabajo que se hace con amor, con dedicación y más cuando le gusta.

Hubo un tiempo en que algunos de sus hermanos le decían que mejor se dedicara a otra actividad, que hiciera algo más, pues tenía capacidad para ello, pero la respuesta siempre fue la misma, dice: ¡No, no y no y muchas veces no!

“Yo siempre les contestaba eso, cada que les respondía les dije, yo voy a ser igual que mi papá, un gran bolero”, expresó.

Y así lo ha demostrado cada vez que una persona llega a requerir su servicio, algunos con el calzado poco sucio, otras demasiado, pero el resultado es el mismo, zapatos limpios al bajar del puesto donde son atendidos.

“A veces vienen con los zapatos muy tristes, pero entre más tristes vengan, es mejor para mí, me dan la oportunidad de hacer un mejor trabajo, como me gusta, y dejarlos como nuevos”, asegura.

Y el costo del servicio no es caro, pues Lalo afirma que es de las personas que no le gusta cobrar en exceso, ya tiene cerca de cinco años que cobra 25 pesos por la boleada, sin importar el grado de suciedad en que se encuentre el calzado.

“Entre más chorreados vengan, es mejor, es la oportunidad de demostrar que todos tenemos una responsabilidad y como tal debemos cumplirla bien”, dice “Lalo”, una persona que a 41 años de su primera boleada, espera con gusto al siguiente cliente con los zapatos sucios o despintados para dejarlos como nuevos.

lcano@redaccion.diario.com.mx

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