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Estados Unidos

Julio Florencio Teo Gómez

Réquiem por un jornalero inmigrante de Guatemala

A la sombra de opulentas mansiones, los obreros indocumentados pasan el invierno viviendo en el bosque

The New York Times

domingo, 14 abril 2024 | 06:00

The New York Times | El campamento donde Julio Florencio Teo Gómez vivía con otros dos hombres en los bosques de Bridgehampton The New York Times | Gómez falleció al cruzar en la oscuridad; lo atropelló un vehículo tipo sedán y Genaro García, que lo había conocido solo un mes antes, llora a su amigo

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Nueva York.- A principios de la tarde del 30 de diciembre, Julio Florencio Teo Gómez, un carpintero de Ciudad de Guatemala que llevaba más de una década cambiando de vivienda en Long Island, fue a buscar el dinero que le debían por un trabajo que había realizado antes de las vacaciones. Como tantos otros jornaleros que operan en los confines de Long Island, había encontrado el trabajo esperando reunido con otros en un estacionamiento del 7-Eleven de Southampton. A lo largo de la última semana del año, visitó el estacionamiento varias veces por la tarde, cuando traen de regreso a los pintores, carpinteros, empleados de mantenimiento y demás trabajadores de construcción al final de la jornada laboral. Esperaba encontrar al contratista que no le había pagado y cobrar lo que le debía.

No está claro si recibió el dinero pero, al final de su misión, Teo Gómez se dispuso a visitar a su hermano a 27 kilómetros de distancia, en Riverhead. Aunque durante algún tiempo habían estado viviendo juntos, el hogar de Teo Gómez era ahora un campamento en el bosque de Bridgehampton. Eran poco más de las 6:00 p. m. cuando se dirigió a una parada de autobús en la carretera 39 del condado, un tramo que va de Shinnecock Hills a Water Mill y pasa por uno de los clubes de golf más exclusivos del país, un McDonald’s y la tumba de Gary Cooper. Al cruzar en la oscuridad, lo atropelló un vehículo tipo sedán. Llegaron agentes de policía y le administraron reanimación cardiopulmonar. El conductor permaneció en el lugar del accidente y no fue acusado. Teo Gómez, que tenía 48 años, una esposa y cinco hijos en Guatemala, murió esa misma noche en un hospital cercano.

Durante buena parte de su vida adulta había formado parte de la mano de obra crucial para los rituales de la temporada alta del extremo este de Long Island, donde el mantenimiento de las costosas propiedades es meticuloso y constante. Los trabajadores, en su mayoría inmigrantes guatemaltecos y mexicanos que viven sin documentos en Estados Unidos, se mantienen muy ocupados de abril a septiembre, cuando el trabajo de jardinería es constante y pueden ganar entre 100 y 150 dólares al día, lo suficiente para rentar una habitación en una casa o departamento, o al menos un sofá en algún lugar.

Sin embargo, en los meses más fríos —cuando no es imperativo recortar los setos— deben encontrar alternativas. Algunos trabajadores las encuentran en la época de cosecha y se trasladan a North Fork en octubre para cosechar uvas en los viñedos locales y luego viajan a Florida para recoger naranjas durante el invierno. Otros se quedan y, cuando no pueden permitirse una habitación, viven en el bosque.

Los campamentos han surgido a lo largo de los años a medida que el valor de los inmuebles se ha disparado y las personas peor pagadas de la clase trabajadora han tenido menos opciones de cómo y dónde vivir. En esta parte del condado de Suffolk no hay ningún albergue permanente para personas sin hogar.

Durante el invierno, la población de los campamentos ronda el centenar; suele duplicarse en verano, cuando la demanda de trabajadores y el costo de las rentas es mucho más elevado.

La vida al aire libre se basa en el diseño que se crea con objetos encontrados: colchones bajo tiendas de campaña improvisadas, comida preparada en hogueras o estufas de propano. El agua se transporta en garrafas de un galón, traídas de parques y tiendas. Pero el campamento en el que vivía Teo Gómez con otros dos hombres contrasta con los alrededores. Está tan cerca de un lugar parecido a una imagen de los Hamptons publicada en Elle Decor, que incluso se puede ver la parte lateral de una casa de tejas a través de los árboles desnudos de una colina en la distancia.

A lo largo de los años, los que se quedan durante el invierno han gozado de la atención de algunos funcionarios locales y organizaciones benéficas y, más recientemente, de una trabajadora social llamada Marit Molin, inmigrante sueca. Cuando ella y su familia se mudaron a tiempo completo de Manhattan al extremo este de Long Island hace nueve años, le llamó la atención cómo los amigos de sus hijos se maravillaban de la cantidad de comida que tenía en el refrigerador. Como residente de verano, no se había dado cuenta de cuánta gente pasaba apuros en un lugar tan opulento.

Pronto descubrió que los hijos de los empleados de limpieza y otros trabajadores mal pagados solían pasar los días de verano en la parte trasera del auto de sus padres, esperando a que terminaran sus turnos. Inquieta por las disparidades, puso en marcha un campamento de arte al que podía asistir gratis el 40 por ciento de los niños. Dos años más tarde, en 2020, fundó Hamptons Community Outreach, con el objetivo de alimentar a la gente y ayudar a los propietarios con problemas económicos a hacer reparaciones que no podían permitirse.

Molin oyó hablar por primera vez de los campamentos hace tres años, cuando alguien le comentó que había gente que vivía a la intemperie y que a veces morían congelados. Ella y un equipo comunitario empezaron a repartir comida con regularidad, a menudo suministrada por restaurantes locales a los que pedía que prestaran servicios y ropa cálida a los hombres que vivían allí.

La pobreza no es un fenómeno nuevo en South Fork, por incongruente que pueda parecer en el contexto de las ensaladas de langosta a 100 dólares. Tampoco lo son las iniciativas para mitigarla. A principios de la década de 1980, un grupo de personas de Southampton se reunió para averiguar cómo ayudar a quienes no llegaban a fin de mes. Su esfuerzo se convirtió en Heart of the Hamptons, una despensa de alimentos que proporcionó más de 347.000 comidas el año pasado. En 2002 surgió una organización llamada Maureen’s Haven, que lleva el nombre de una monja de la orden de las Dominicas, para ayudar a hombres y mujeres que viven en la marginalidad. Con sede en Riverhead, ofrece refugio durante el invierno en locales itinerantes, a menudo en iglesias.

No obstante, en muchos casos, la gente rechaza la oferta del refugio, explicó Gina Laferrera, sargento detective de la policía de Southampton Town. Las normas de los albergues desaniman a la gente: horarios estrictos de llegada y salida, controles de equipaje y una prueba obligatoria de alcoholemia. Entre los jornaleros que viven en campamentos, beber es un medio para mantener el calor y aliviar el tedio de las largas jornadas sin trabajo.

La policía suele dejar en paz los campamentos. Los agentes solo piden que se retiren cuando los erigen en alguna propiedad privada, explicó Laferrera, pero eso rara vez desata un conflicto. “No recuerdo que alguien se haya resistido alguna vez”, aseguró.

Dos semanas después de la muerte de Teo Gómez, se celebró una conmemoración en una funeraria de Riverhead, que puso de relieve la estrecha unión de la comunidad de jornaleros. Casi la mitad de las 40 personas que acudieron vivían en campamentos. Llegaron en un autobús ofrecido por Hamptons Community Outreach, que había recaudado miles de dólares para cubrir gastos, a través de una publicación en Instagram. “Julio tenía grandes esperanzas y sueños, pero la vida no siempre fue fácil”, dijo Molin en un breve elogio. Otros hablaron de la calidez de su amigo y de la tristeza que ahora sentían en su ausencia.

La crisis inmobiliaria que ha afectado a gran parte del país ha sido especialmente grave en las ciudades costeras y de esquí, donde los astronómicos precios de los inmuebles, aún más elevados durante la pandemia, y los salarios bajos y fluctuantes, habituales en el sector de servicios y a menudo viciados por prácticas laborales explotadoras, pueden hacer casi imposible encontrar vivienda.

En East Hampton, el 78 por ciento de los lugares en renta con dos dormitorios tienen un precio superior a los 6 mil dólares al mes; los más baratos se sitúan entre los 3 mil y 4 mil 500 dólares. En Southampton, la cifra parece aún más insostenible, ya que un 85 por ciento de los lugares en renta con dos dormitorios superan los 6 mil dólares al mes.

En los últimos años, ha habido cierto movimiento para combatir la escasez de viviendas para trabajadores en el extremo este de Long Island, replicando esfuerzos similares en ciudades turísticas de todo el país. En noviembre de 2022, los votantes de East Hampton, Southampton y Southold aprobaron una propuesta para gravar con un impuesto del 0,5 por ciento la venta de viviendas y propiedades de más de 400.000 dólares, cuyos ingresos se destinarían a un fondo de viviendas asequibles. Pero el destino exacto de las viviendas asequibles suscita interminables debates y litigios.

Otra estrategia que se está estudiando podría ser más prometedora. En colaboración con un promotor y la ciudad de East Hampton, Christopher Kelley, abogado que ha formado parte de numerosos consejos de administración durante tres décadas, está diseñando un plan que requeriría modificar el código de zonificación para permitir a los empresarios construir viviendas de mayor densidad que podrían arrendarse a los trabajadores de ingresos moderados y bajos. El código vigente en East Hampton solo permite ocho viviendas por 0,4 hectáreas, pero se redactó en 1984 para adaptarse a las limitaciones de la tecnología de alcantarillado, que ha avanzado desde entonces.

Uno de los amigos más cercanos de Teo Gómez (un inmigrante que vive aquí ilegalmente y que pidió permanecer en el anonimato) por fin pudo vincularse a un único contratista y conseguir trabajo regular, lo que le ha permitido rentar una habitación en Riverhead por 700 dólares al mes durante todo el año. En los meses de verano, puede ganar unos 800 dólares a la semana, explicó a través de un intérprete, y ahorra una parte.

Cuando él y Teo Gómez se juntaban, hablaban del trabajo y de cómo algunos empleadores los habían maltratado: les negaban agua en días calurosos o los contrataban para dos días de trabajo y luego exigían que el trabajo se completara en uno.

Según dicen sus amigos, Teo Gómez era el que animaba a todos, el que los ayudaba a superar esas dificultades, el que les prometía que habría trabajos mejores, que algún día habría más dinero, nuevas mujeres, un respiro de tanta soledad y aislamiento. Su ambición no era quedarse en Long Island para siempre. Su esperanza era volver a Guatemala y construir una casa para su familia.

Dieciséis días después de su muerte, sus restos fueron repatriados en avión.

 

 

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