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Opinión

Motivo de orgullo

¡Qué no diéramos muchos por sentarnos en este momento a la sombra de un árbol en algún parque..!

Cecilia Ester Castañeda
Escritora

jueves, 28 mayo 2020 | 06:00

¡Qué no diéramos muchos por sentarnos en este momento a la sombra de un árbol en algún parque..!

Las condiciones actuales de cuarentena, la primavera con niños encerrados y la cercanía de la temporada vacacional sin poder ir prácticamente a ningún lado convierten algo tan sencillo en un riesgo para la salud y la posibilidad de ser amonestados. Ahora soñamos con la vegetación.

Quizá por eso sea que, informó El Diario, los juarenses estamos más interesados en tener huertos caseros. Tal vez los días de reflexión obligada han evidenciado nuestra necesidad de mayor contacto con la Naturaleza.

Hoy, sentarnos en un parque sería, por lo menos, terapéutico. Un árbol es un monumento a la vida: un ser que se mantiene erguido a pesar de los embates, que se dobla pero se levanta, se adapta al medio ambiente, deja ir sus hojas secas y luego renace. Es un ser generoso. Alberga y alimenta a otros. Brinda oxígeno, sombra, humedad, brisa, perfume.

Con razón más gente está dándose cuenta de la conveniencia de recuperar jardines y espacios verdes devorados por el cemento o el asfalto.

Pienso en particular en El Chamizal. Poca gente lo sabe, pero el resto de ese histórico parque ─aproximadamente 33 por ciento de la superficie original─ que ha sobrevivido tantos descuidos, urbanización y decisiones políticas no es sólo un pulmón de esta contaminada ciudad ni nada más centro recreativo en una frontera sin espacios públicos gratuitos.    

Los miles de olmos, álamos, pinos, moros y demás ejemplares vivos son un grito de esperanza en medio de la destrucción de la Naturaleza que ha caracterizado a la humanidad y, tristemente, a la frontera.

El Chamizal es motivo de orgullo por varias razones. Constituye la resolución pacífica de una disputa legal internacional iniciada un siglo antes, a raíz de que el río Bravo cambió su curso en 1864. Como territorio recuperado por México de entre la inmensa superficie perdida que terminó anexándose a Estados Unidos, es único. Representa un triunfo diplomático, un ejemplo de amistad. En 1967 dio pie a la segunda reunión de mandatarios de México y el vecino país en Ciudad Juárez. Para esta frontera, significó atención nacional y mundial, la oportunidad de un espacio público digno, un símbolo de identidad, de desarrollo, de optimismo. Sigue siendo nuestro principal parque.

Como superficie verde, asimismo, El Chamizal constituye el baluarte de una naturaleza otrora pródiga. Porque Paso del Norte fue una fértil región, famosa por su vid y su algodón y repleta de huertas de manzana, pera, membrillo y durazno. Eso era posible gracias al indómito río cuyas crecidas permitieron la economía local.

Tristemente, el río Bravo es una de las grandes tragedias ecológicas fluviales del mundo. Aunque su nombre evoca impetuosidad, encontrarse ubicado en un área con más de un siglo de gran crecimiento poblacional lo ha ido acorralando y contaminando. Ser fuente de agua en un árida zona agrícola-ganadera-industrial lo ha diezmado. Recorrer varias jurisdicciones políticas lo ha hecho motivo de disputas, incluso entre países. Sí, esta tragedia ecológica internacional que involucra a Estados Unidos y a México refleja nuestra compleja relación transfronteriza en tiempos de calentamiento global.

El río Bravo nace en las montañas de Colorado y cruza Nuevo México de norte a sur, virando hacia oriente poco antes de demarcar la frontera con México ─justamente a partir de la altura de Ciudad Juárez─ hasta desembocar en el Golfo. Con más de tres mil kilómetros, es uno de los cinco ríos más largos de América del Norte. El escaso caudal conocido aquí parece chiste. Sin embargo, dicen los historiadores, la evidencia señala un cauce previo más grande y regular que llegaba hasta su desembocadura.

Por eso debemos estar orgullosos de poder contar aún con árboles en terrenos que alguna vez fertilizó un río desbordado, de recordar con una zona de vegetación el legado del afluente que nos ha hecho florecer.

Frederick Law Olmsted, el padre de la arquitectura de los espacios verdes, creía en el follaje y la luz del sol como desinfectante, como purificador, del aire. En este momento de incertidumbre yo agregaría el valor de El Chamizal para comprender mejor nuestra relación con la naturaleza y nuestra identidad.

Es lo que está en juego.

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