Opinión

Lo que el desabasto se llevó…

La poca disponibilidad de gasolina en algunas partes de nuestro país ha tenido repercusiones importantes en la opinión pública

Alma A. Rodríguez
Académica

domingo, 13 enero 2019 | 23:59

La poca disponibilidad de gasolina en algunas partes de nuestro país ha tenido repercusiones importantes en la opinión pública en asuntos como el combate a la corrupción y su estrategia, la capacidad de gestión de Pemex, las importaciones, los impactos económicos y a la población, etcétera. Sin embargo, en estas líneas no se abordará ninguno de ellos, pues hay un tema de gran relevancia del que se ha hablado muy poco y, además, resulta de interés para todos los que vivimos en ciudades, sean simpatizantes del Gobierno federal o no.

Pocos días después del inicio del desabasto de combustible en el Estado de México, el Bajío y en la Ciudad de México, comenzaron a darse a conocer datos de la disminución de los índices de contaminación ambiental en ciudades como Toluca, León, Irapuato, Celaya y Ciudad de México, coincidiendo justamente con aquellas en donde existía desabasto del combustible y, por ende, se había dado una disminución involuntaria en los viajes en automóvil.

El caso de Toluca fue de los más evidentes, según datos de la Red Automática de Monitoreo Atmosférico, durante todo el mes de diciembre y de la misma manera durante casi todo el 2018, la calidad del aire en esa ciudad fue mala o muy mala, condiciones que representan entre 101-200 puntos. En los días posteriores al inicio del desabasto, el puntaje disminuyó en algunas partes de la ciudad hasta por debajo de los 50, dando como resultado una calidad buena, y en otras partes entre los 50 y los 100, es decir, una calidad regular por primera vez en casi un año. Todavía hoy, los índices marcan entre buena y regular la calidad del aire en la mayoría de las zonas de la ciudad.

En el caso del Bajío según información del Sistema Estatal de Información de Calidad del Aire, en comparación con los índices en el mes de diciembre en que ciertas ciudades registraron una calidad del aire “mala”, cinco días después del inicio del desabasto y hasta el momento, estas mismas ciudades registran calidades entre buena y satisfactoria. En la Ciudad de México, según el Sistema de Monitoreo Atmosférico, los primeros días de enero, se observaron registros de una calidad entre mala- muy mala, sin embargo, en los días a partir del comienzo del desabasto en la ciudad, el puntaje fue a la baja, llegando a marcar una calidad regular, casi buena.

En Ciudad Juárez, aunque el desabasto no se ha hecho presente, sí podemos observar lo que sucede en términos de su calidad del aire. Según el Diagnóstico de calidad del aire y el derecho de niñas, niños y adolescentes al aire limpio, Ciudad Juárez es de las más contaminadas del país por partículas suspendidas grandes (PM10), las cuales están estrechamente relacionadas con enfermedades infantiles como asma, infección respiratoria aguda y enfermedad pulmonar obstructiva crónica, además de estar relacionada con el bajo peso al nacer. Sin embargo, sabemos que los niños no son los únicos afectados. La OMS marca un límite recomendable de concentración anual para este tipo de contaminante de 20 μg/m3, y en esta ciudad tenemos un promedio de concentración anual de 127 μg/m3. Lo anterior, para nada significa una postura a favor del desabasto, sin embargo, vale la pena utilizar esta coyuntura –la cual ha permitido observar nuestras ciudades a través de unas gafas distintas–, para analizar distintos fenómenos urbanos en unas condiciones imposibles de crear artificialmente. 

Poner esto en evidencia, nos obliga a varias cosas: a dimensionar nuestra dependencia a los combustibles fósiles, con todas las desventajas ambientales y a la salud que implican; lo riesgoso de seguir planificando las ciudades en torno al transporte motorizado privado,  pues en México, poco más del 75 por ciento de la inversión federal en movilidad se destina a infraestructura orientada al automóvil, cuando tres de cada cuatro viajes urbanos en el país se realizan en transporte público o medios no motorizados;  y por último, a analizar todo lo que sucede cuando se generan condiciones para el encuentro de las personas en el espacio público sin una caja metálica y cristales de por medio (disminución de la criminalidad por patrulleo en bicicletas, fiestas improvisadas en las filas de gasolina e interacción social de forma distinta a la acostumbrada), todo esto por supuesto, sería favorable si no fuera propiciado por condiciones involuntarias. 

Lo que el desabasto se llevó, entonces, fue una gran concentración de contaminantes en el aire, los cuales todos los días enferman a millones de personas y que irónicamente son producidos por hábitos de movilidad no reflexionados de la misma población, así como por una deficiente planeación urbana de nuestros gobiernos. Ojalá que el desabasto también se lleve el delgado velo que cubre nuestros ojos como sociedad, el cual nos impide imaginar otras formas de vivir en nuestras ciudades, otras formas de movernos, otras formas de interactuar en el espacio público, y otras formas de visualizar y de redireccionar nuestro futuro como civilización.

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