Opinion El Paso

Los tuits de Trump demuestran que es un racista virulento

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Charles M. Blow / The New York Times

martes, 16 julio 2019 | 06:00

Nueva York— Donald Trump sigue tratando de convencer a cualquier persona que todavía se rehúse a creerlo de que es un racista agresivo. Por lo menos me imagino que esa es su intención. En realidad, es más probable que simplemente se esté revelando su naturaleza más genuina, una y otra vez, y que esté usando su propio racismo para apelar al de la gente que lo apoya.

El domingo por la mañana, el mismo día en que el gobierno de Trump anunció horas antes que llevaría a cabo redadas para detener a inmigrantes indocumentados, Trump hizo comentarios de nuevo sobre el conflicto entre cuatro congresistas nuevas y Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, y publicó los tres tuits más racistas que jamás haya escrito:

Es muy interesante ver a las Congresistas Demócratas “Progresistas”, que originalmente venían de países cuyos gobiernos son una catástrofe completa y total, los peores, los más corruptos e ineptos del mundo (si es que tienen un gobierno que funciona en absoluto), que ahora le dicen en voz alta…

…y vilmente al pueblo de Estados Unidos, la Nación más grandiosa y poderosa de la Tierra, cómo debe dirigirse nuestro gobierno. ¿Por qué no regresan a sus países de origen para ayudar a arreglar esos lugares totalmente destrozados e infestados de delincuentes? Después regresen y enséñennos cómo …

… lograrlo. Esos lugares necesitan mucho su ayuda, así que ya es hora de que se vayan. ¡Estoy seguro de que Nancy Pelosi estará muy feliz de darles dinero rápidamente para su viaje!

Esas congresistas progresistas son Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, Ilhan Omar de Minnesota, Rashida Tlaib de Michigan y Ayanna S. Pressley de Massachusetts.

Primero, los hechos: el país del que “vinieron originalmente” Ocasio-Cortez, Tlaib y Pressley es este. Nacieron en Estados Unidos. Omar era refugiada de Somalia. 

Sin embargo, este es el hecho más importante; no son blancas y son mujeres. Forman parte de los “otros”, según la mentalidad de los nacionalistas blancos. Son descendientes de África, del Medio Oriente y de Latinoamérica.

El marco central de este tipo de mentalidad es que este es un país blanco, fundado y construido por hombres blancos, y destinado a seguir siendo un país blanco. Para que cualquiera sea aceptado como un verdadero estadounidense debe asimilar y apegarse a esa narrativa, someterse a ese legado y adoptar esas costumbres.

Esa filosofía considera que los países de donde viene la gente afroamericana y morena son deficientes —“una catástrofe total y completa, los peores, los más corruptos e ineptos del mundo”— porque, en su núcleo, considera que la gente afroamericana y morena es deficiente.

Es una forma de identitarianismo blanco, la cual se opone al multiculturalismo, pero se rehúsa a calificar esa oposición de racista.

Por eso les molesta que estas mujeres afroamericana y morenas con nombres exóticos, provenientes de lugares también con nombres exóticos, se atrevan a desafiar el patriarcado blanco de este país. ¿Acaso no saben cuál es su lugar? ¿Por qué no reverencian a la alta burguesía? ¿Por qué no reconocen —y honran— la superioridad del hombre blanco?

Comencemos en este punto: toda la ideología y los valores de los supremacistas blancos es una mentira. Estados Unidos expandió gran parte de su territorio mediante el derramamiento de sangre y la ruptura de tratados con los nativoamericanos. Estableció gran parte de su riqueza gracias a que explotó los cuerpos de las personas negras para obtener labor gratuita durante 250 años.

Además, durante toda la historia de este país, ha existido cierto nivel de sentimiento antinegros. Ahora, hay una xenofobia antimusulmana y antinmigrante cada vez más intensa.

Estados Unidos nació con una enfermedad congénita y ha necesitado una rehabilitación activa desde entonces, aunque a menudo ha rechazado los tratamientos curativos y ha recaído.

Desafiar a Estados Unidos para que reconozca sus pecados y viva según sus ideales no es un ataque vil, es un acto de patriotismo. Como alguna vez lo dijo James Baldwin: “Amo Estados Unidos más que a cualquier otro país del mundo y, exactamente por esa razón, insisto en el derecho de criticarlo perpetuamente”.

Además, quién mejor para encabezar esa crítica que cuatro mujeres que representan el futuro rostro de Estados Unidos: para 2055, la mayoría de los estadounidenses será no caucásica, de acuerdo con el Centro de Investigaciones Pew.

Sin embargo, Trump, y muchos de sus simpatizantes y defensores, esputan su racismo y, cuando les echan en cara sus muestras de intolerancia, se convencen de que comportarse así es perfectamente aceptable, de la misma manera en que un perro se come su propio vómito.

Ya no puede haber diálogo ni debate acerca de si Trump es racista o no. Lo es. No puede haber más jugueteo retórico acerca de no saber qué piensa en realidad. Podemos ver lo que surge de él.

La gente blanca y el hecho de ser blanco son el núcleo de la presidencia de Trump. Su principal preocupación es defender, proteger y promover ese ideal. Todas las amenazas deben ser atacadas y agredidas. Trump está usando la fuerza de la presidencia estadounidense para rescatar la supremacía blanca. Además, los republicanos declarados lo aman por eso.

Estamos siendo testigos de un episodio muy oscuro en la historia de este país. Estamos viendo cómo un presidente devuelve el racismo descarado a la Casa Blanca. Y estamos viendo cómo otros ciudadanos —posiblemente un tercio de ellos— nos revelan su animadversión franca mediante el apoyo continuo que le ofrecen a Trump.

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