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Opinion El Paso

La fiesta está a la izquierda

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Jorge Ramos Ávalos/Periodista

domingo, 26 junio 2022 | 06:00

El presidente de México estaba feliz. “Hoy vamos a escuchar cumbia”, dijo Andrés Manuel López Obrador, “por el triunfo de Gustavo Petro (en Colombia), no lo puedo ocultar; estoy muy contento”. El resultado electoral en Colombia corroboraba su visión de la política, su “primero los pobres”. Y de pronto en una pantalla gigante del Palacio Nacional en la Ciudad de México, frente a decenas de periodistas, se escuchó La Pollera Colorá:

“... Es que estoy yo contento / porque con su movimiento / inspiración ella me da”.

Con el triunfo de Petro, Colombia se suma a otros países con líderes de izquierda. En la lista están los presidentes de México, Argentina, Chile, Bolivia, Perú y la mandataria de Honduras. Y los dictadores de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

La fiesta está a la izquierda. No hay duda.

La agenda de la izquierda está primordialmente con los menos favorecidos, con los de abajo, con los que han sido explotados por generaciones.

Por eso no es de extrañar su resurgimiento en una América Latina que sigue siendo la región más desigual del mundo. Y la pandemia solo aumentó la brecha de ricos y pobres.

¿Qué hace un latinoamericano azotado por el hambre, la discriminación, la falta de oportunidades, la mala salud y educación, la impunidad de cárteles y pandillas, la corrupción de los políticos tradicionales y la violencia? Se va de su país (si puede).

Y los latinoamericanos que no se pueden ir al norte votan por la izquierda, por políticos que no apesten a viejas estructuras partidistas y por quienes les prometan un poquito de esperanza.

Pero lo que más me preocupa es que algunos de estos gobiernos de izquierda se quieran perpetuar en el poder y acaben con las frágiles democracias del continente.

Las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua comenzaron con promesas democráticas y hoy asesinan, torturan, censuran, encarcelan a opositores y violan flagrantemente los derechos humanos.

Es muy frustrante que muchos de los presidentes elegidos democráticamente –digamos AMLO en México y Alberto Fernández en Argentina– se nieguen a criticar en público a los dictadores del continente.

No saben el daño que le causan a su credibilidad y reputación al proteger a dictadores. Y la democracia también se erosiona.

No es lo mismo ganar unas elecciones limpiamente, como en Colombia, que encarcelar a candidatos presidenciales como ocurrió en Nicaragua, realizar fraudes electorales como pasó en Venezuela o reprimir a quienes pidieron una apertura democrática en Cuba en las protestas del 11 de julio del 2021.

No todos los líderes de la izquierda son iguales.

En una vieja entrevista en marzo del 2018 le pregunté al entonces candidato presidencial Gustavo Petro si él creía que Hugo Chávez había sido un dictador en Venezuela. Los múltiples abusos del régimen chavista y la brutal manera en que concentró el poder y terminó con la democracia en Venezuela ya estaban bien documentados.

Pero Petro le daba vueltas a la respuesta y hasta se puso a hablar del cambio climático. Al final, luego de insistir mucho, contestó: “A mí me parece que (a Chávez) lo eligieron popularmente”.

Espero que Chávez nunca sea un ejemplo a seguir para Colombia ni para ningún otro país. Y muchos podrían dormir más tranquilos si supieran que los nuevos líderes izquierdistas de nuestra región no admiran y respetan a tiranos populistas como él.

Hay una incapacidad, casi biológica, de los líderes más progresistas de América Latina para criticar a los dictadores izquierdistas de nuestro continente. ¿Por qué les resulta tan difícil decir: dictador Daniel Ortega, dictador Nicolás Maduro, dictador Miguel Díaz-Canel? Tienen la lengua atorada. Ellos son igual de asesinos que Pinochet.

Hoy la izquierda está de fiesta porque, por fin, está ocupando el poder. Y lo está haciendo de manera democrática; sin revoluciones violentas, movimientos guerrilleros o golpes de Estado. Pero gobernar desgasta y en unos años el péndulo que tanto está beneficiando a la izquierda se irá para el otro lado. Mientras tanto, solo espero que gobiernen lo mejor posible para los más necesitados –que aterricen sus sueños– y que dentro de unos años entreguen el poder, sin demora, al que gane la siguiente elección.

¿Es mucho pedir una izquierda genuinamente democrática?

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