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Opinion El Paso

Esto es lo que Biden necesita decirnos

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David Brooks/The New York Times

domingo, 07 enero 2024 | 06:00

A veces las revoluciones sociales surgen de ideas ordinarias. En los siglos XVII y XVIII, pensadores como William Petty, David Hume y Adam Smith popularizaron un concepto llamado “división del trabajo”. Se trata de una noción sencilla. Si yo me especializo en hacer algo que hago bien y tú te especializas en algo que haces bien, y luego intercambiamos lo que hicimos, entonces ambos seremos más productivos y estaremos en mejores condiciones que si intentamos ser autosuficientes.

Parece banal, pero en realidad, la división del trabajo fue solo una de toda una constelación de ideas que liberaron a nuestra civilización de las feroces garras de la mentalidad de suma cero. Durante milenios antes de esto, el crecimiento económico, en esencia, se había estancado. Muchas personas sencillamente estaban convencidas de que la riqueza disponible era finita. Así que, si yo quería obtener más, debía conquistarte y robarte lo que tú tenías. Para quien tiene una mentalidad de suma cero, la lógica básica de la vida es la ley de la selva: o conquistas, o te conquistan. Para obtener bienes hay que robar y los depredadores son los ganadores.

En contraste, la división del trabajo y los demás principios básicos del capitalismo moderno promovieron una mentalidad de suma positiva. Según esta mentalidad, el bien de otros multiplica mi propio bien. A Steve Jobs le tocó disfrutar una fortuna, pero a mí me toca disfrutar la Mac que estoy tecleando y otras decenas de miles de personas disfrutan los empleos que él ayudó a crear.

En este tipo de sociedad, el objetivo de la vida no es la conquista y el dominio, sino la competencia regulada y el intercambio voluntario. La norma no es el antagonismo, sino la interdependencia. Este tipo de mercado, Walter Lippmann escribió a finales de los años treinta, “abría un panorama que les permitía a los hombres ver, al final del camino, la posibilidad de crear una sociedad buena en este planeta”.

En otras palabras, un concepto económico árido como la “división del trabajo” contribuyó al arranque de una revolución moral. Una sociedad de suma positiva es más plural y tolerante porque alienta a todos sus miembros a ser pioneros en su propia especialidad. Se recompensa a las personas por sus habilidades y su imaginación, no por su capacidad de intimidar. La competencia por una ventaja comparable desata una invaluable creatividad, determinación, innovación y ambición en el ser humano.

Los errores y escándalos de principios del siglo XXI (Irak y la crisis financiera, por ejemplo) generaron una crisis de legitimidad en torno a este tipo de capitalismo liberal democrático. Las personas perdieron la fe en que las élites sabían lo que hacían y no se servían a ellas mismas. Este desencanto favoreció una agudización simultánea del populismo en todo el planeta. En 2002, solo 120 millones de personas vivían en países gobernados por líderes que el periódico The Guardian calificaba como “al menos un poco” populistas. Para 2019, esa cifra había superado los 2000 millones.

El populismo prospera en ámbitos con una mentalidad de suma cero. La principal narrativa que plantean los populistas es la siguiente: ¬Los otros quieren acabar con nosotros. Los líderes populistas siempre intensifican la intolerancia étnica para movilizar a sus partidarios.

El populista en jefe de Estados Unidos, Donald Trump, es el ejemplo perfecto de esta mentalidad. Trump creció en un mundo de suma cero. En el mundo del sector inmobiliario de Nueva York hay una cantidad fija de tierra. Trump no tuvo que inventar un concepto nuevo, solo se lanzó contra el otro bando. En 2017, el escritor de Vox Dylan Matthews y sus colegas leyeron todos los libros de Trump sobre negocios y política y llegaron a la conclusión de que la mentalidad de suma cero está al centro de su ideología. “Escuchas a muchos decir que un buen acuerdo es aquel en que ambos lados ganan”, escribieron Trump y su coautor en “Think Big and Kick Ass” (Piensa en grande y ve contra todos). “Es una sarta de sandeces. En un excelente trato, tú ganas, no el otro lado. Si aplastas al oponente, obtienes algo mejor para ti”.

MAGA es la versión política del concepto de suma cero. Lo que es bueno para los inmigrantes es malo para los nacidos en Estados Unidos. Lo que es bueno para los negros es malo para los blancos. Los acuerdos comerciales son equiparables a la explotación. Nuestros aliados de la OTAN solo quieren aprovecharse de nosotros. Para Trump, cada día es una nueva competencia entre dos bandos contrarios por lograr el dominio.

La mentalidad de suma cero también va ganando terreno en la izquierda. Una generación de universitarios ha crecido según el dogma de que la vida es un concurso entre distintos grupos: el opresor contra el oprimido, los colonizadores contra los colonizados.

Esta manera de pensar se está propagando por todo el planeta. Los déspotas intentan ganar territorio para tener más riqueza y gloria. Según el Programa de datos sobre conflictos de Uppsala, en 2022 hubo más violencia gubernamental y no gubernamental que una década antes.

Vladimir Putin no pretende dirigir a una nación dedicada a la cura del cáncer o a producir innovaciones tecnológicas para restaurar la grandeza rusa; busca alcanzar la gloria con la conquista de Ucrania, con el lema “tú pierdes, yo gano”. Xi Jinping ya no habla de Estados Unidos y China como competidores amistosos; más bien, describe un mundo que libra una guerra de suma cero por la supremacía: si él gana, nosotros perdemos. Como señaló hace poco mi colega Thomas Friedman, Hamas podría haber convertido a la Franja de Gaza en Dubái, una tierra de capitalismo, crecimiento y oportunidad. El problema es que Hamas se opone por completo a los valores del capitalismo moderno y prefiere una consigna más primitiva: los judíos mueren, nosotros dominamos.

Todos nos quejamos de la era de franca globalización, pero lo que siguió fue mucho peor: la confrontación política y militar reemplazó a la competencia económica global. Y los rufianes van ganando. Rusia tiene renovado empuje en Ucrania. China se vuelve cada vez más agresiva en las aguas que circundan a Taiwán. Trump encabeza muchas encuestas.

Muchos recibimos 2024 con la sensación de que el futuro es aciago. Necesitamos que Joe Biden esté a la altura de las exigencias de este año. Necesitamos un líder que demuestre que comprende el alcance de la crisis global y tiene la visión para volver a un mundo de suma positiva de crecimiento, innovación y paz.

En lo personal, le pediría al equipo de Biden que analizara la campaña de Ronald Reagan en 1980. Muchos pensaron que Reagan era muy viejo ese año. No obstante, habló con vigor sobre la amenaza global y compartió una visión recia sobre el futuro de Estados Unidos. El equipo de Biden no va a seguir los pasos exactos de Reagan, pero podría aprovechar una versión liberal de dos de sus temas: la aplicación de la ley y el orden público y el espíritu empresarial.

La aplicación de la ley y el orden público. Nos encontramos en medio de un conflicto en múltiples frentes que enfrenta a las fuerzas de la civilización contra las fuerzas del barbarismo. En un mundo civilizado, las personas crean reglas y normas diseñadas para garantizar una competencia justa en lo económico, en lo intelectual y en lo político. Los bárbaros pretenden acabar con esas reglas y que persista el vandalismo. Biden necesita posicionarse como el candidato a favor de la ley y el orden en Ucrania, contra Hamas, en las urnas, en las calles estadounidenses y también en la frontera sur. Debe hacer cumplir la ley para combatir el creciente caos.

El espíritu empresarial. Uno de los grandes logros del primer mandato de Biden ha sido que Estados Unidos de nuevo es una nación que construye cosas. Hay más empleos en el sector manufacturero. En el contexto más amplio, la economía estadounidense va en ascenso, con un crecimiento acelerado, una inflación a la baja e incrementos en los salarios reales. La economía de Estados Unidos no va en declive para nada; más bien, marca el paso del mundo.

Biden no necesita pintar el retrato del futuro de Estados Unidos con estadísticas, sino plantear una visión sobre nuestra forma de vida. El capitalismo liberal está integrado por un conjunto de acciones sociales concretas: abrir un negocio; construir mejores escuelas; trabajar con otras personas en las empresas; salir de la pobreza para comprar una casa; criar hijos que no tengan mentalidad de guerreros de la cultura, sino que sean trabajadores e innovadores.

Este sueño liberal todavía está muy arraigado en los huesos de la nación, pero lo han ahogado varios años de amargura, desencanto y pesimismo. Quizá Biden pueda tocar a los estadounidenses en lo más profundo y revivir el optimismo que solía ser nuestra característica nacional distintiva.

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