Estados Unidos

No es suficiente con condenar racismo de Trump, dice congresista demócrata

Los ideales de la nación están siendo atacados, y depende de todos nosotros defenderlos, dijo la legisladora, Ilhan Omar

The New York Times

jueves, 25 julio 2019 | 08:49

A lo largo de la historia, los demagogos han utilizado el poder estatal para atacar a las comunidades minoritarias y enemigos políticos, a menudo culminando en la violencia estatal. 

Hoy, enfrentamos esa misma amenaza en nuestro propio país, donde el presidente de Estados Unidos utiliza la influencia del más alto cargo para organizar ataques racistas contra las comunidades de todo el país, escribió la congresista demócrata, Ilhan Omar, para The New York Times. 

En las últimas semanas, ha arremetido contra cuatro demócratas de la Cámara de Representantes: Alexandria Ocasio-Cortez de Nueva York, Ayanna Pressley de Massachusetts, Rashida Tlaib de Michigan y yo, de Minnesota.

La semana pasada, mientras el presidente Trump observaba a la multitud en uno de sus mítines gritando la consigna “Envíenla de vuelta”, dirigida a mí y a mi familia, recordé las ocasiones en que se ha permitido que tales temores florecieran. Tampoco pude evitar recordar los horrores de la guerra civil en Somalia de los que mi familia y yo escapamos, el Estados Unidos que esperábamos encontrar y el que realmente experimentamos.

El mitin del presidente será un momento decisivo en la historia de Estados Unidos. Nos recuerda lo que estará en juego en las próximas elecciones presidenciales: que esta lucha no se trata simplemente de ideas políticas; Es una lucha por el alma de nuestra nación. Los ideales en el corazón de nuestros valores más fundamentales —protección igualitaria bajo la ley, pluralismo, libertad de culto— están siendo atacados, y todos nosotros tenemos que defenderlos.

Habiendo sobrevivido a la guerra civil en mi país cuando era niña, realmente aprecio estos valores. En la capital de Somalia, Mogadiscio, vi a niños de la escuela primaria, tan pequeños como, yo con rifles de asalto en las calles. Pasé cuatro años en un campamento de refugiados en Kenia, donde no había educación formal ni agua corriente. Pero mi familia y yo perseveramos, fortalecidos por nuestra profunda solidaridad, la compasión hacia los demás y la esperanza de una vida mejor en Estados Unidos.

El Estados Unidos al que llegamos era diferente de la que mi abuelo había esperado encontrar. La tierra de las oportunidades que imaginó estaba llena de desafíos. La gente me identificaba de maneras que me eran extrañas: inmigrante, afroamericana. Aprendí que estas identidades llevaban estigmas y experimenté los prejuicios siendo una mujer visiblemente musulmana.

Pero la belleza de este país no es que nuestra democracia sea perfecta. Es lo que está incrustado en nuestra Constitución y las instituciones democráticas son las herramientas para hacer mejr las cosas. Fue en la comunidad diversa de Minneapolis, la misma comunidad que me recibió con los brazos abiertos después de los ataques de Trump en mi contra la semana pasada, donde aprendí el verdadero valor de la democracia. Comencé a asistir a grupos políticos con mi abuelo, quien apreciaba la democracia como solo podía hacerlo alguien que había experimentado su ausencia. Pronto reconocí que la única manera de asegurar que todos en mi comunidad tuvieran una voz era participando en el proceso democrático.

Hoy, esa promesa tan básica está bajo amenaza. Nuestras instituciones democráticas han sido convertidas en armas. La administración de Trump ha tratado de restringir a las personas para que ejerzan sus derechos al voto. Ha buscado socavar los controles y balances básicos de nuestra Constitución al no respetar las citaciones del Congreso. Y el presidente ha utilizado una retórica abiertamente racista para fomentar el miedo y la división en comunidades de color y minorías religiosas en todo el país.

La idea —expresada explícitamente por este presidente y consagrada en ley por medio de la orden ejecutiva— de que las personas de ciertos países de mayoría musulmana no pueden ingresar a este país no es solo una mala política; es una amenaza directa para la democracia liberal. Los cantos de “Los judíos no nos reemplazarán” en un mitin de supremacistas blancos en Charlottesville en el 2017, a quienes este presidente aceptó tácitamente, son un ataque directo a los valores de la libertad de culto que son fundamentales para nuestra nación.

Las razones para convertir la división en un arma no son misteriosas. El miedo racial impide que los estadounidenses construyan una comunidad entre sí, ya que la comunidad es el alma de una sociedad democrática funcional. A lo largo de nuestra historia, el lenguaje racista se ha utilizado para hacer que los estadounidenses se enfrenten entre sí a beneficio de las elites acaudaladas. Cada vez que e Trump ataca a los refugiados es tiempo que se puede utilizar para discutir la falta de voluntad del presidente para aumentar el salario mínimo federal de casi 33 millones de estadounidenses Cada ataque racista contra cuatro miembros del Congreso es un pretexto por medio del cual el que él no tiene que explicar por qué su secretario del trabajo ha dedicado su carrera a defender los bancos en Wall Street y  a Walmart a expensas de los trabajadores. Cuando está lanzando ataques en contra de la prensa libre lo hace para no tener que hablar de por qué su Agencia de Protección Ambiental simplemente se negó a prohibir un pesticida relacionado con el daño cerebral en los niños.

Sus esfuerzos por enfrentar a las minorías religiosas entre sí siguen el esquema del mismo libro de jugadas. Si los estadounidenses trabajadores están demasiado ocupados luchando entre sí, nunca abordaremos los problemas muy reales y profundos que enfrenta nuestro país, desde el cambio climático hasta la creciente desigualdad y la falta de servicios asequibles de salud.

La única manera de resistirnos a esto es ser inequívocos acerca de nuestros valores. No basta con condenar el racismo de Trump. Debemos confrontar de manera afirmativa las políticas racistas —ya sea encarcelamiento de niños inmigrantes en la frontera o prohibir la entrada a los inmigrantes musulmanes, o permitir la segregación en la vivienda pública. No es suficiente condenar la corrupción y la autocomplacencia de esta administración. Debemos apoyar políticas que mejoren inequívocamente las vidas de las personas trabajadoras, incluso mediante el fortalecimiento de la negociación colectiva, el aumento del salario mínimo y la búsqueda de una garantía universal de empleo.

Las consecuencias de esta lucha no solo se sentirán aquí en casa, sino en todo el mundo. El nacionalismo de derecha en Hungría, Rusia, Francia, Gran Bretaña y otros lugares está en marcha de una manera que no se había visto en décadas. Estados Unidos ha sido un faro de ideales democráticos para el mundo. Si sucumbimos a la fiebre del nacionalismo de derecha, tendremos entonces que lidiar con las consecuencias más allá de nuestras fronteras.

Los momentos más orgullosos de nuestra historia —desde la Proclamación de Emancipación hasta el movimiento por los derechos civiles y la lucha contra el fascismo— han tenido lugar cuando hemos luchado por proteger y ampliar los derechos democráticos más básicos. Hoy, la democracia está siendo atacada una vez más. Es hora de responder con el tipo de convicción que ha hecho grande a Estados Unidos en el pasado.

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