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Salud

Usemos el cubrebocas, la evidencia ya es suficiente

El Occidente y la Organización Mundial de la Salud fueron tardíos en aceptar las pruebas

Staff
El Diario de Juárez

jueves, 06 agosto 2020 | 17:45

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La medicina debe estar basada en evidencias; no debe ser diferente la política, de modo que cuando se trate de emitir directrices relacionadas con aspectos de salud pública, es importante ceñirse a los hechos, no a los dichos.

A principios de 2020, cuando empezamos a entender los mecanismos de transmisión de la pandemia de Covid-19, partimos de lo que conocíamos al respecto de la influenza y  del primer síndrome respiratorio agudo y grave (SARS) de 2002 y 2003; es decir, que los mecanismos principales de transmisión deberían ser el contacto directo e indirecto, además de la transmisión por gotas de secreciones respiratorias a distancias menores de 2 metros, publicó El Economista en una de sus columnas.

Correctamente se dictaron entonces en México las políticas de apego a la higiene de las manos, no tocarse la cara, mantener la sana distancia y usar el cubrebocas en situaciones donde no fuera posible tenerla.

A partir de marzo, sin embargo, empezó a ser evidente por informes de brotes bien estudiados en China, Corea y Estados Unidos, que la enfermedad podía transmitirse más allá de la sana distancia pues se pudo demostrar que, por ejemplo, en un sitio de trabajo, un transporte, un restaurante y un coro, la enfermedad había contagiado con facilidad a decenas de personas sin tener necesariamente relación con la distancia que tuvieran con algún caso índice.

Con esto en mente, los nuevos brotes se estudiaron con más objetividad y se agregaron estudios de dinámica de fluidos aéreos con el uso de cubrebocas, así como modelos matemáticos, que hicieron cada vez más evidente que Covid-19 se transmite por el aire a distancias mucho mayores de 2 metros, en espacios cerrados donde varios estén respirando un aire viciado por partículas muy pequeñas que flotan sin responder a la gravedad (aerosoles).

Estas microgotas se emiten al hablar, toser o simplemente exhalar, por individuos portadores del virus. Entonces se aceptó que la ventilación de espacios cerrados y el uso de cubrebocas evitaba la generación de aerosoles y que su uso era un deber para cuidar a los demás.

Posteriormente, fue también evidente que los cubrebocas podrían tener no sólo una función de proteger a los demás, sino de cuidar al propio usuario. Surgieron informes de cómo el uso de cubrebocas protegió a decenas de personas que de manera inminente habían estado en situaciones de alto riesgo de infección y que la evitaron gracias a que lo portaron.

El Occidente y la Organización Mundial de la Salud (OMS) fueron tardíos en aceptar la evidencia, a diferencia de países como China, Corea del Sur, Vietnam y Japón que pedían a sus ciudadanos desde enero generalizar el uso del cubrebocas. De por sí en estos países era ya común la cultura de usarlo durante las estaciones de infecciones respiratorias.

Yo mismo he de confesar que me costó trabajo doblegarme a la nueva evidencia y no la promoví ampliamente antes de abril, pues la consideraba aún de utilidad limitada.

Aquí ahora, las evidencias a favor del uso generalizado de la mascarilla en todo espacio público cerrado, son fuertes, de diversas disciplinas. Y es una práctica de sencilla aplicación.

A pesar de estas evidencias, hemos sido omisos en recomendar el uso de cubrebocas sin tibieza, de manera franca, y hasta emitir ordenanzas para su uso. El no haberlo hecho nos puede estar costando mucho. Por decir algo, hay modelos matemáticos que muestran que si el 80% de las personas usaran apropiadamente el cubrebocas en los espacios públicos, la actividad y la mortalidad de la epidemia caería en pocas semanas y podría casi suprimirse en dos meses.

Lástima que una medida tan sencilla como colocarse un trozo de paño en la cara nos tenga tan divididos y politizados. Incluso si la utilidad del cubrebocas fuera dudosa -que no lo es-, recomendarlo ampliamente sería la política más sensata, toda vez que si nos equivocáramos no ocurriría absolutamente nada malo; el caso contrario, sin embargo, puede estar ocurriendo y duele que algo tan sencillo nos esté costando tanta enfermedad y tanta muerte.

Es hora de que las autoridades de salud y los líderes políticos de todas las afiliaciones, incluyendo al presidente de la República, promuevan sin ambigüedades el uso del cubrebocas en los espacios públicos y se muestren ellos mismos usándolo; la mejor enseñanza se da con el ejemplo.

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