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Opinión

Xenofobia, aporofobia a homo viator

Sin lugar a duda los siglos XIX y XX en el tema de derecho migratorio se subsumió a la más férrea que de las concepciones sobre la soberanía estatal

Jorge Breceda
Analista

sábado, 22 enero 2022 | 06:00

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Sin lugar a duda los siglos XIX y XX en el tema de derecho migratorio se subsumió a la más férrea que de las concepciones sobre la soberanía estatal, es decir, las prerrogativas humanas a migrar se encontraban secuestradas a la determinación de gobernantes que so pretexto del cuidado de sus fronteras, eliminaban discrecionalmente el tránsito y la residencia de personas extranjeras. 

Sin embargo, el inicio del siglo XXI estuvo conformado por diversas variaciones en comparación a los siglos mencionados, matices ideológicos, tecnológicos, políticos y económicos permitían elevar la idea de comunidad global, la eliminación de fronteras, el establecimiento de una nueva plaza pública -redes sociales-, el establecimiento de un idioma global -inglés-, en pocas palabras nos invitaba a prensar en la globalización. 

Es importante hacer mención que el pensamiento globalizador condesciende a pensar en la humanidad como una sola, por ejemplo, se elimina en la academia el concepto de razas, derivado que no existen -según la taxonomía- “razas” de hombres, sino es una sola: la humana. 

Lo anterior, permite comprender y aceptar que uno de los derechos humanos -tal vez, el más importante- es la libertad, prerrogativa que sin duda tiene una relación con la posibilidad de migrar, mismo que conlleva a que las autoridades lo acompañen, no solo se debe permitir el salir de un país a viajar, sino la recepción de otra después de realizar el periplo. 

En este sentido, es Antonio Campillo acuña el término homo viator, un hombre cuya naturaleza no puede estar inmóvil, su esencia le exhorta-exige conocer, vivir y respirar diversas ciudades, países y continentes, ¿es cierta esta tesis? Sin duda contestaré afirmativamente a la cuestión y le invito a cuestionarse, ¿le es necesario viajar? ¿Conocer otra cultura? ¿Degustar nuevos sabores? Me parece que su respuesta será la misma a la de un servidor, por lo tanto, reconozcámoslo, somos hombres y mujeres de viaje.

Sin embargo, en el último lustro se han visto figuras políticas (vetustas) encumbradas en el poder a través de discursos anegados en el nacionalismo, disertaciones con una retórica que maravilla, pero que solo son la envoltura de ideas rancias y arcaicas. Es así que resurgen esos portentosos argumentos en contra de la migración humana, negando así, no solo una de las principales características del ser humano, sino la posibilidad del crecimiento cultural de los pueblos.

Esto último porque se debe entender que no solo existe un beneficio económico del inmigrante, sino un crecimiento cultural de quien recibe, Saskia Sassen cuando refiere a las ciudades globales permite cualificar la ganancia humanística que tienen las ciudades pluriculturales. 

Aun con ello, resulta sencillo culpar a la otredad -el otro, el extranjero- de los infortunios propios o justificar las malas decisiones, tan es así que, para ciertos políticos es sencillo señalar a los inmigrantes como los entes que dejan a su paso una profunda desdicha económica y social, ¿es fácil? Claro que sí, porque al extranjero se le situará en un estatus entre la cosificación y la invisibilidad, ya que, no tiene una defensa legítima o capacidad para ser escuchado por la simple ausencia de nacionalidad.

El planteamiento antes señalado se reduce a una palabra: xenofobia, la expresión formulará una animadversión al extranjero, un rechazo al que no tiene la credencial nacional, es decir, el impulso egoísta por la defensa de un territorio; un pedazo de tierra del que se apropia el ser humano y que no permitirá que alguien distinto disfrute. 

Sin embargo, es en Adela Cortina donde se comprende la verdadera razón de tal comportamiento, es así que ella acuñará el término aporofobia, expresión que plantea una animosidad no por el extranjero, sino por el pobre, idea que invito a reflexionar, los gobiernos que defienden la idea de nacionalismos no cierran las puertas a la inversión extranjera, solo cierran fronteras para los menesterosos.

Tal planteamiento se actualiza en el discurso político y las decisiones públicas de nuestro entorno, hace un par de días se documentaban entrevistas de diversos migrantes haitianos, salvadoreños, hondureños, entre otros, que manifestaban al unísono falta de oportunidades de empleo por ausencia de documentación o simplemente por discriminación de nacionalidad.

Es indudable que las condiciones socioeconómicas en las que se encuentran los migrantes en la ciudad evocan una profunda necesidad de oportunidades, sin embargo, ¿qué hubiese sucedido si en lugar de centroamericanos pobres, pasarán por nuestro territorio europeos millonarios? ¿La respuesta de actos públicos sería la misma? No tengo duda que el discurso -en ese supuesto- se hubiese caracterizado por la fraternidad y hospitalidad, situación que materializa el uso de la aporofobia.

Por último, no sobra hacer un llamado a la historia de las constituciones mexicanas, recordar que nuestros próceres veían en México -en su población-, la capacidad y humanismo para reconocer al nacido en el continente americano como un mexicano más, por lo que no importará si nos encontramos a un salvadoreño, guatemalteco, argentino o venezolano, todos somos americanos. 

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