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Opinión

Un museo de sueños

Con los ojos bien abiertos llegan los dulces recuerdos de un lugar que trascendió en mi propio proyecto vital

Hernani Herrera / Analista

lunes, 29 abril 2024 | 06:00

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Esta sencilla columna se publica en la víspera del día de las infancias y no podía desaprovechar la oportunidad de invitar a recordar sobre la importancia de nuestras infancias presentes y pasadas en la conformación del devenir. Sin duda podrán llegar las escenas de lo vivido en esa etapa primera de la vida, cada quien desde su propio contexto. En mi caso quisiera hacer un homenaje a un espacio que fue vital para mi propia niñez y que justo también celebrará el día de mañana un aniversario más de vida: el Museo Regional del Valle de Juárez o de San Agustín. 

Con los ojos bien abiertos llegan los dulces recuerdos de un lugar que trascendió en mi propio proyecto vital. Pues tuve la oportunidad de conocer de primera mano a quien fuera su fundador y de quien puedo decir era mi tío abuelo, el profesor Manuel Robles Flores. Muy claros tengo esos domingos en los que la regla era acudir, en lugar de la misa dominical, al Monumento a Benito Juárez para acompañar el mitin de los ex braceros y sus familiares en la exigencia de su pago como trabajadores agrícolas en Estados Unidos. Ahí junto a mi abuela paterna, Gloria Robles, y mi hermano “el Gansito” repartíamos el café y galletas para avivar el grito de un ¡Zapata vive, la lucha sigue y sigue!

Posteriormente agarrábamos camino en familia hacia aquel lugar que para algunas personas parecía mítico y desconocido, el Valle de Juárez. Durante toda la carretera Juárez Porvenir íbamos parándonos por pollo, frijoles, tortillas y hasta colitas de pavo. Todo un aprovisionamiento previo a nuestro destino, donde esa comida se compartiría a mesa abierta. Era así que al llegar a San Agustín podía divisar un lugar radiante de colores que distaba del gris asfalto: un museo para los sueños. 

Inmediatamente, acomodábamos nuestro aprovisionamiento y las amistades iban acercándose para departir los sagrados alimentos. Una vez comidos mi hermano y yo, asediados por la curiosidad, comenzábamos a explorar los rincones de un museo que alguna vez fue construido por las infancias de antaño. Desde los colmillos de un gigante mamut a las graciosas fotografías antiguas encontraba causa de asombro en nuestros pequeños ojos abiertos a la imaginación. Fue así, que de la mano del profe Robles siempre pudimos abrevar de historia, arte y solidaridad.

Como olvidar cada mes de octubre, cuando se acercaba un aniversario más de la victoria contra el tiradero nuclear de Sierra Blanca. El abuelo Manuel ya tenía como todos los años las mamparas listas para recordar al visitante de aquella lucha que dio el pueblo fronterizo para proteger el futuro. Y nunca podré olvidar como mi viejo profesor nos mostraba las fotografías de esas infancias que salieron valientes a defender el lugar que habitaban junto a sus seres vivos. En ese momento entendí que desde niño se puede tener un impacto en lo que me rodea. El propio nacimiento de ese museo era prueba de la capacidad transformadora de las infancias. Y yo ya me sentía parte de esa historia.

Para mí el museo fue un laboratorio para mi imaginación, no podía faltar libro que me llamara la atención y que tomara prestado para conocer de animales, lugares lejanos o personajes antiguos. Y no se diga de los regalos que eran obligatorios, desde los comics del Pato Donald a unos bellos rompecabezas de madera. Era también espacio para correr en su cancha y tratar de inventar nuevos juegos con las amistades hechas por esos lares. 

Cumpliendo un año más de vida el Museo de San Agustín sigue siendo para mí un lugar que llevo a donde vaya. Coincidiendo igualmente con el natalicio de mi abuela Gloria “Yoya” Robles. Por lo que cada que toco cielo juarense tengo visita obligada al lugar donde en la tierna infancia brotaron las esperanzas de un mundo diferente, de la mano de quienes con viejas historias hicieron crecer mundos. Ojalá existan más museos como el de San Agustín. Larga vida por siempre a la niñez y al Museo Regional del Valle de Juárez.  

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