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Opinion El Paso

¿Quieren darle una lección al país?

Dejaremos para otra columna la discusión acerca de la suposición de que los periodistas anglosajones son “objetivos”

Ruben Navarrete Jr. / The Washington Post

sábado, 04 julio 2020 | 06:00

San Diego— No debería ser impactante que un grupo de contadores de historias hayan pasado años recolectándolas. Sin embargo, lo que sí es sorpresivo es que esa particular serie de historias se supone que no deberían ser contadas.

Los periodistas reciben un pago por meter la nariz en las cosas de alguien más y compartir cosas interesantes e importantes que les suceden a otras personas. Nos han enseñado a pensar que todas las historias que suceden fuera de la sala de redacción y lo que nos suceda a nosotros, o frente a nosotros, no es interesante ni importante.

Sin embargo, cuando los contadores de historias en cuestión son periodistas de color, uno apostaría a que muchas de sus historias personales son interesantes e importantes. Algunas podrían ser emocionantes, otras podrían ser desagradables.

Pero ahora, como resultado parcial de las protestas en contra de la violencia policíaca y la tonta preocupación que hay en algunos de los periódicos y televisoras de que los periodistas afroamericanos y latinos no pueden ser “objetivos” al cubrir esos eventos, algunas de esas historias personales se han estado filtrando.

Dejaremos para otra columna la discusión acerca de la suposición de que los periodistas anglosajones son “objetivos”, en la mayoría de los casos, todo eso está lleno de estiércol.

Una historia pertenece a Soledad O´Brien. Hace unas semanas, cuando se reportó que un ejecutivo de ABC News presuntamente hizo algunas declaraciones insultantes acerca de los columnistas afroamericanos, los periodistas de la televisión se metieron en la conversación.

Al recordar cuando una ex jefa de CNN vio a un prominente comentarista afroamericano, O´Brien comentó en un tweet: “Esto me recuerda cuando una ejecutiva de CNN me dijo: “Roland Martin no es la persona afroamericana “adecuada”. Ella no quería que lo invitara a mi programa”.

Mi propia historia incluye a un jefe quien, durante una candente discusión acerca de si una página editorial del periódico debería alzar la voz en defensa de los inmigrantes indocumentados acosados por la policía y la fiscalía, me dijo que lo que pasaba es que yo “era muy intenso”.

Y cuando el encargado de una campaña de un candidato a la gubernatura me acusó de favorecer a su rival, quien era méxicoamericano. Él me amenazó con “ir a ver a mi jefe para que me despidieran”, yo le ofrecí pagarle la gasolina.

También, cuando el director de programación de una estación de radio en Los Ángeles me quería contratar para ser el co-conductor de un programa radiofónico con un compañero afroamericano, bromeó acerca de pagarme “los tacos”.

Y cuando provoqué un alboroto durante una junta de personal sobre una fotografía de la página principal del periódico que mostró a unos ofensores juveniles latinos vestidos con el uniforme de franjas en una correccional de Arizona aun cuando había muchos jóvenes anglosajones similarmente vestidos a los que no les tomaron fotos.

¿Adivinen qué? Cuando uno es periodista de color, vemos a muchas personas que supuestamente son progresivas actuar de una manera que es horriblemente regresiva.

Las empresas de los medios de comunicación, que tienden a ser propiedad de anglosajones liberales que piensan que son más inteligentes, mejores y más iluminados que el resto de nosotros, han dado un espectáculo en las tres últimas décadas al apoyar acciones afirmativas para ver el valor de la diversidad.

Lo que ellos quieren son números. Pero lo que tienen son seres humanos con experiencias de vida que han visto al mundo a través de sus ojos, justo como todos los demás.

Aun en este momento, 50 años después que la gente de color empezó a aparecer en las salas de redacción, muchos de ellos que han sido contratados siguen bajo el microscopio.

Usualmente, la preocupación no es que no estamos calificados para el puesto. Tenemos a unos muy inteligentes. Muchos de los periodistas de color que conozco asistieron a universidades prestigiadas, mientras que nuestros jefes, que usualmente son anglosajones, han asistido a universidades estatales.

En lugar de eso, la preocupación siempre ha sido que pudiéramos “comportarnos como nativos” e identificarnos demasiado cercanamente con el tema del que estamos escribiendo. No es la cobertura sobre la raza y la violencia policíaca lo que ha generado alerta.

Por ejemplo, en los 30 años que llevo escribiendo acerca de la inmigración, primero como reportero en un periódico, luego como escritor de editoriales y columnistas en otros, y ahora como columnista sindicado a nivel nacional, he perdido la cuenta de cuántas veces he sido acusado por los lectores, colegas y jefes de ser demasiado empático con los inmigrantes ilegales debido a mi apellido.

La mayoría de los inmigrantes que llegan a Estados Unidos provienen de México, mi abuelo llegó de México de manera legal hace cien años. Y eso es entendible.

El editor de un periódico en el noreste, cuando leyó mi columna sindicada, le hizo una pregunta a uno de mis jefes que nunca me imaginé que le sería hecha a un columnista anglosajón. “¿Cuál es su postura sobre la inmigración ilegal?, preguntó el editor.

La respuesta, refiriéndose a mí, fue con sarcasmo: “Bueno, que es ilegal y como su papá fue policía. Voy a decir que él está en contra de eso”.

Algunas veces uno quisiera gritar, pero en otras ocasiones, lo único que hacemos es reír.

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