Opinion El Paso

Cuando hablamos de estudiantes hambrientos, hay que hacerlo con cierta honestidad

El reportaje mostró un sondeo realizado por la Universidad Temple que encontró que el 45 por ciento de los estudiantes de más de 100 instituciones educativas dijeron que habían padecido inseguridad alimenticia en los últimos 30 días

Ruben Navarrette Jr. / The Washington Post

viernes, 06 diciembre 2019 | 06:00

San Diego– Antes de sucumbir ante el espíritu navideño, voy a tener un momento al estilo de Ebenezer Scrooge.

Los estadounidenses se quejan de la manera en que los inmigrantes quieren recibir donativos, aunque las personas que más frecuentemente he visto mendingando al parecer son nativos de este país.

Ellos se colocan en las intersecciones de las calles y sostienen pancartas en las que se lee:  “Trabajo a cambio de comida”.

Yo pienso para mis adentros:  “Ésa es una coincidencia, ya que yo también trabajo para comer”.

De hecho, trabajo 60 horas durante siete días a la semana para poder comer, para alimentarme a mí mismo, a mi esposa y a nuestros tres hijos..

Últimamente, he estado leyendo mucho acerca de la manera en que los colegios y universidades de Estados Unidos están llenos de estudiantes que tienen hambre.

Es algo típico un artículo que fue publicado en The New York Times en el mes de mayo en donde mostraba a unos estudiantes del último año universitario que soñaban con poder empezar su día con un desayuno, o terminar con ese delirio que provoca el hambre al deambular sin rumbo fijo, o toman alguna “siesta de la pobreza” en lugar de pensar en el hambre que tienen.  A eso se le llama “inseguridad alimenticia”.

El reportaje mostró un sondeo realizado por la Universidad Temple que encontró que el 45 por ciento de los estudiantes de más de 100 instituciones educativas dijeron que habían padecido inseguridad alimenticia en los últimos 30 días.

Deberíamos estar muy preocupados por eso. Y si usted lo está, eso lo convierte en una buena persona. Por el contrario, si no lo está, es un ogro sin corazón que merece ser cazado por aldeanos con antorchas y horquillas.

En mis más de tres décadas que he estado en este negocio, he conocido más columnistas que encajan en la segunda categoría que en la primera, por lo que me siento confiado de poder proceder con un poco de escepticismo.

Por ejemplo, deberíamos notar que esas ciudadelas de aprendizaje superior son, por definición, lugares de privilegio, debido a que un diploma de preparatoria no lo llevará muy lejos en la economía global y una licenciatura universitaria no es lo que Thomas Jefferson concibió como un derecho inalienable.

Parece como si cada generación sintiera que está pasando por algo verdaderamente desagradable que ninguna otra generación ha tenido que soportar.

Correcto.  Uno no supondría que los miembros de la generación de la Segunda Guerra Mundial, quienes crecieron durante la Gran Depresión, sabían algo acerca de las punzadas que da el hambre.

Todos hemos padecido hambre como estudiantes, desde los que nacieron después de la Segunda Guerra Mundial, la Generación X y hasta los millenials.  Todos hemos contrabandeado manzanas, galletas y cajas de cereal a nuestro dormitorio después de haberlos tomado del comedor, o hemos vivido con sopas instantáneas mientras pasábamos por los internados de verano que no nos pagaban y que supuestamente eso se compensaría en el futuro.

Yo pasé un verano en Nueva York antes de mi último año universitario, en donde, después de pagar la renta, viví con 10 dólares al día y caminaba 60 cuadras de mi trabajo a la casa en una desagradable humedad en lugar de entregar mi única moneda para el tren subterráneo que había en mi bolsillo.

Está bien, Generación X, esto es diferente. Es un rito de iniciación para los  miembros de la llamada Generación Z, los estómagos vacíos son inesperadamente una cuestión de vida o muerte.

Recuerdo un divertido diálogo del programa “Ally McBEal” de la televisión de los años 1990, en donde al personaje principal, una narcisista y joven abogada de Boston, le preguntan: “¿Qué es lo que hace que sus problemas sean más grandes que los de los demás?  Ally responde de una manera objetiva; “Que son míos”.

Sin embargo, la prensa nos ha dicho que el más reciente grupo de estudiantes hambrientos la han pasado peor que ninguna otra persona en la historia de la educación superior.

Ya que pagan exorbitantes colegiaturas, y son forzados a escoger entre comprar libros o comida, muchas estudiantes han fracasado debido a que están famélicos.

Actualmente, muchos colegios y universidades tienen un dispensario de provisiones en el campus en donde los hambrientos estudiantes pueden recibir algún bocadillo entre cada clase.

Ésa es una gran idea, y una alternativa para proponer una legislación federal para pagar la deuda estudiantil o hacer que la universidad sea gratuita para todos.

Aunque estas historias acerca de la hambruna que existen en los campus me ha dejado hambriento de tres cosas que a ellos les falta:  contexto, honestidad y sentido común.

Me parece que los estudiantes universitarios que sienten la inseguridad alimenticia piensan en conseguir un trabajo de medio tiempo como muchos de nosotros los tuvimos mientras estábamos en la escuela.

Tal vez, podrían trabajar en el comedor o en un restaurante cercano para poder comer gratuitamente.  O tal vez podrían mudarse de nuevo a casa, caminar a la universidad cercana y permitir que su mamá o su papá los alimenten. O tal vez, podrían usar parte del dinero de sus libros para comprar comida, y pedir prestados los libros que necesitan de alguna biblioteca.

Es decir, si eso no representa mucha molestia.

Lo primero que necesitan hacer es crecer. La vida es difícil. Pero no tiene que ser tan complicada.

¡Esas son patrañas!

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