Opinion El Paso

Cómo podría caer Vladimir Putin

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Bret Stephens / The New York Times

miércoles, 11 septiembre 2019 | 06:00

Nueva York— La abogada de derechos humanos Karinna Moskalenko alguna vez me explicó cómo funciona la maquinaria de represión de Vladimir Putin.

“No es necesario poner a todos los empresarios en la cárcel”, dijo. “Es necesario encarcelar a los más ricos, los más independientes, los mejor conectados. No es necesario asesinar a todos los periodistas. Tan solo hay que asesinar a los más sobresalientes, los más valientes, y los demás entenderán el mensaje”.

Su conclusión: “Nadie es intocable”.

Eso fue en 2007, cuando Putin aún cultivaba una imagen de líder democráticamente electo apegado a la ley. Pero esa ficción se desvaneció hace mucho tiempo.

Boris Nemtsov, el personaje principal de la oposición, fue asesinado bajo la sombra del Kremlin en 2015. Su sucesor en ese papel, Alexei Navalny, ha entrado y salido de prisión por varios cargos fabricados, y también ha sido víctima de ataques constantes provocados por “químicos desconocidos”. Otros, como Denis Voronenkov, detractor de Putin y ex miembro del Parlamento, han sido baleados a plena luz del día en ciudades extranjeras.

Por eso es muy poco sorprendente leer el perfil que redactó Andrew Higgins en The New York Times sobre Lyubov Sobol, activista de la oposición.

Sobol, de 31 años, es abogada en Moscú y socia de Navalny. Ha pasado años tratando de llevar a cabo una investigación sobre corrupción en torno a Yevgeny Prigozhin, amigo íntimo de Putin y oligarca imputado el año pasado por patrocinar la fábrica de troles que interfirió en la elección presidencial estadounidense de 2016. Considerando que los periodistas que investigaron los otros negocios de Prigozhin fueron asesinados, la persistencia de Sobol recuerda al seguimiento que Eliot Ness le dio a Al Capone en “Los intocables”, solo que, a diferencia de Ness, ella no tiene puñales, armas, insignias, leyes ni gobierno federal que la apoye.

Ahora está al frente de las protestas que han sacudido a Rusia este verano después de que el régimen descalificó a los candidatos de la oposición (incluyéndola) de la contienda para las elecciones municipales del domingo. Su esposo fue envenenado. Un grupo de atacantes la ensució con una sustancia negra. La policía la sacó de su oficina. Solo una ley que prohíbe el encarcelamiento de mujeres que tienen niños pequeños ha evitado que la lleven a prisión.

“Siempre me preguntan si tengo miedo, y sé que debo decir: “Sí, estoy asustada’”, le cuenta a Higgins. Sin embargo, agrega: “Tengo una personalidad bastante ferviente y no siento temor. Siempre he sido fanática de la justicia y, desde pequeña, odio ver que los fuertes abusen de los débiles”.

Cuando los regímenes como el de Putin se dan cuenta de que no pueden acaparar, corromper, calumniar, intimidar o forzar a sus oponentes, generalmente su siguiente opción es asesinarlos. El riesgo de que esto pueda pasarles a Sobol o a Navalny es aterradoramente real, entre otras razones porque Putin tiene muchos amigos en el mundo de la delincuencia que están dispuestos a cumplir sus deseos sin que haya una orden explícita.

Sin embargo, Putin también debe tener cuidado. Las dictaduras no solo caen cuando tienen opositores implacables, sino también cuando tienen víctimas ejemplares: Steve Biko en Sudáfrica, Benigno Aquino en Filipinas, Jerzy Popieluszko en Polonia. Mediante sus muertes, hicieron que los que seguían con vida se convencieran de que el régimen era lo que debía morir, no ellos.

Actualmente, Nemtsov sigue acechando al Kremlin, al igual que Sergei Magnitsky, Natalia Estemirova, Alexander Litvinenko y Anna Politkovskaya, por nombrar solo a algunos de los adversarios asesinados del régimen. En determinado momento, una lista creciente de víctimas comenzará a contrarrestar fuertemente las posibilidades de que Putin permanezca en el poder. La muerte de un personaje vital de la oposición podría ser la gota que derrame el vaso.

Eso podría ocurrir sobre todo ahora que la fórmula de supervivencia política que le ha funcionado a Putin hasta el momento está fracasando. Esa fórmula —enriquecer a sus secuaces, aterrorizar a sus enemigos, calmar a la burguesía urbana con una calidad de vida decente y llevar a cabo propaganda dirigida a todos los demás con grandes dosis de nacionalismo xenófobo— ya no funciona bien en una era de sanciones Magnitsky, ostracismo internacional, una economía constantemente estancada, precios regulares del petróleo, reformas poco populares a las pensiones y tácticas políticas arriesgadas y dudosas en el extranjero.

Funciona aún menos cuando tus enemigos nacionales no se aterran tan fácilmente. Como en Hong Kong, una característica sorprendente de las manifestaciones rusas es el nivel de participación de los jóvenes, un voto de desconfianza respecto de lo que sea que ofrezca el régimen. Una encuesta reciente halló que el número de jóvenes rusos que “confía completamente” en Putin cayó al diecinueve por ciento este año, en comparación con el 30 por ciento del año pasado. Esa no es una buena tendencia para un hombre que aspira a morir en su trono.

Nada de eso garantiza que Putin no pueda repuntar, sobre todo si Donald Trump le da los incentivos necesarios, como volver a admitir a Rusia en el G7. Además, la muerte de Robert Mugabe esta semana a los 95 años es un recordatorio de que los tiranos pueden vivir más de lo que cualquiera esperaría.

Aun así, por primera vez en veinte años, los elementos por los que Putin podría ser derrocado están acomodándose. El principal entre ellos es la valentía de personas como Sobol, una mujer que, como lo dijo Pericles hace más de 2400 años, “conoce el significado de lo que es maravilloso en la vida y de lo que es terrible, y después sale impávida a enfrentarse a lo que viene”.

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