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Estado

Entrevista exclusiva

‘Duré casi un año sin ver a mis hijos’

Relata Mayra Julieta Urbina, viuda del exdiputado Carlos Hermosillo, castigos de terror en Cereso de Chihuahua

Salud Ochoa
El Diario de Chihuahua

martes, 08 marzo 2022 | 11:11

Francisco López / El Diario de Chihuahua | Un altar para recordar a su esposo Francisco López / El Diario de Chihuahua Francisco López / El Diario de Chihuahua Francisco López / El Diario de Chihuahua | Mayra Julieta Urbina Arzola

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PRIMERA DE DOS PARTES

Chihuahua— Cada día, Mayra Julieta Urbina Arzola abre la puerta de su casa a las siete de la mañana para que el custodio de la Fiscalía le tome una foto y demuestre con ello que sigue allí.

El proceso se repite a las cinco de la tarde desde el 26 de marzo de 2021, cuando un magistrado ordenó el cambio de medida cautelar y la jueza optó por el arraigo domiciliario. No hay un brazalete electrónico, pero sí tres hombres que la vigilan continuamente al igual que lo hace personal del Instituto de Servicios Previos al Juicio.

Acusada de enriquecimiento ilícito durante la administración duartista, Mayra fue detenida el 6 de octubre de 2019 a las afueras de una iglesia en Durango, a donde había ido a un funeral. Tras ocho horas durante las cuales su familia no supo dónde estaba, ella apareció en Chihuahua, frente a un agente del Ministerio Público y de allí al Cereso femenil de Aquiles Serdán. Fue trasladada en un avión propiedad del gobernador de Durango. 

Allí se recrudeció la pesadilla, que asegura empezó el 20 de marzo de 2017 con la muerte del entonces diputado federal Carlos Hermosillo, su marido, a quien Javier Corral Jurado se negó a prestar un helicóptero para trasladarlo a un hospital después del accidente.

La llegada al Cereso fue, según sus palabras, aterradora, porque el sonido de la reja al cerrarse le indicaba que era el final de la libertad. Estando presa, narra, fue víctima de violencia psicológica y de género, no por parte de las custodias o compañeras, sino del exgobernante y las instituciones aparentemente manejadas por él.

Sus cuatro hijos se convirtieron de manera abrupta y forzada en adultos para poder enfrentar la vorágine de eventos que se desencadenó el día del accidente en la vía corta Parral-Chihuahua y que continuó durante los años siguientes.

Todo este tiempo, su madre –maestra pensionada y enferma– se convirtió en el roble del que ella y sus hijos se abrazaron y que, hasta la fecha, sigue siendo el principal sostén de su familia. 

En la sala de su casa Mayra Julieta, de 43 años de edad, habla en exclusiva con El Diario sobre las ocho horas que duró “desaparecida” tras su detención, la vida tras las rejas, la celda de castigo a la que fue enviada y la impotencia de no poder hacer nada mientras su madre luchaba por su vida en un hospital.

Ambas estaban retenidas de manera involuntaria, una por las rejas, otra por la enfermedad. Mayra finalmente salió de la cárcel, su progenitora sigue a su lado y tras la entrevista, dice “una madre nunca se cansa de esperar”.

‘Me detuvieron afuera de una iglesia y estuve incomunicada 8 horas’

El 6 de octubre de 2019, Mayra Urbina iba llegando a la misa por la muerte de un pariente en Durango cuando fue rodeada por la Policía y detenida. Se la llevaron a un sitio que ella cree era la Fiscalía, pero a sus familiares les dijeron que allí nunca estuvo. Luego de eso la subieron a un avión y la trajeron a Chihuahua, desde donde pudo comunicarse con sus allegados.

“Estaba en Durango porque falleció la mamá de una tía política, fui al funeral. A los dos días íbamos a misa y cuando estábamos llegando a la iglesia se nos atravesaron unos vehículos, los hombres me presentaron la orden de arresto y me detuvieron. Me llevaron a un lugar que quiero creer que era la Fiscalía, pero a mi familia le dijeron que me iban a llevar a otro sitio. Andaban como locos buscándome por todo Durango porque no me encontraban, cuando llegaron a la Fiscalía les dijeron que allí no estaba, entonces ya no sabían qué pensar, vivieron momentos de mucha angustia porque no sabían dónde estaba. Me detuvieron a las 12 del día y a las ocho de la noche pude reportarme con ellos. Ya estaba en Chihuahua. Me trajeron en un avión del gobernador de Durango”, recuerda.

Al llegar a Chihuahua fue presentada ante el agente del Ministerio Público y posteriormente enviada al Cereso donde los protocolos, dice, son vejatorios y la desesperación incalculable. 

“Fue horrible. Un momento de mucha angustia, desesperación, impotencia de no poder hacer nada. Llegar al Cereso y los protocolos para ingresar son muy denigrantes. Me dieron un uniforme sucio, maloliente y me lo tuve que poner. El sentir que te cierran la celda, el sonido del candado al cerrarse, el sentirte encerrada, es algo terrible. Nunca me había quedado encerrada ni en un elevador. Me empezó a dar mucha ansiedad, quería gritar y salir corriendo, pero obviamente ninguna de las dos cosas podía hacer. Ese sonido era el final de la libertad”, cuenta.

Diariamente, y como el resto de las internas, se levantaba a las seis de la mañana para hacer el aseo tanto de su celda como del resto del área de ingresos donde estaba. Era una forma de soportar la situación en la que estaba inmersa. “Entre todas hacíamos el trabajo, una se levanta y hace todo eso para tratar de sobrellevar el día. Es mucha la desesperación porque no tienes en qué entretenerte y piensas muchas cosas”.

Al inicio de la pandemia –recuerda–, debido a la enfermedad crónica que padece, solicitó un cambio de celda para prevenir el contagio de Covid, pero nunca esperó que dicho cambio fuera a una celda de castigo de la que no podía salir. Nadie podía tampoco acercarse a ella o saludarla de lejos.

“Cuando empezó la pandemia, la Organización Mundial de la Salud sacó un exhorto para que se redujera el hacinamiento en los Ceresos, entonces los abogados en audiencia pidieron cambio de medida cautelar por el Covid. Había que reunir ciertos requisitos y yo los tenía: ser mujer, estar en condición de vulnerabilidad (soy hipertensa), tener hijos menores de edad, mi madre con cáncer y no ser peligrosa para la sociedad. Los reunía todos y me negaron el cambio de medida. Dijeron que sí traía hipertensión y que siempre era de 160/100, pero que era normal por la enfermedad”, relata.

Prosigue: “La juez ordenó que me cambiaran de celda para que estuviera sola, pero nunca dijo que estuviera aislada y sin actividades. A los dos días me cambiaron de celda y me mandaron a una de castigo en un área que se llama segregados. No dejaban que nadie se me acercara, nadie podía decirme hola ni de lejos”.

En ese punto, continúa, la violación a la privacidad era tal que las propias custodias le dijeron cómo podía protegerse un poco. Una orden del juez se tergiversó.

“Allí había dos celdas y me metieron a la que estaba monitoreada para vigilarme las 24 horas. La cámara daba directo a la regadera y la taza; las oficiales me dijeron que tratara de poner mi sábana colgada para que cuando me bañara o entrara al baño, no me vieran del todo. Tenía derecho a salir una hora diaria, pero debía ser de las siete de la tarde en adelante, cuando todas las demás internas ya estaban encerradas, sin contar con que no podía salir a ningún tipo de actividad”, narra.

“Una orden con buena intención para estar mejor resultó peor, todo por solicitar un derecho y tratar de defenderme. Si mis abogados hacían algo para defenderme, tenía repercusiones. Yo quería protegerme del Covid y resultó contraproducente porque me castigaron”, lamenta.

Posteriormente, los abogados interpusieron una queja y tras escuchar de su propia voz lo que ocurría, la jueza ordenó de nuevo el cambio, mismo que se incumplió de nuevo.

“Cuando mis abogados meten la queja ante la jueza se volvió a realizar una audiencia y le empecé a mencionar la situación. Le dije que había un olor terrible a drenaje, arriba había una ventanilla de ventilación, pero tenía una placa de fierro muy gruesa, con agujeros muy pequeños que no permitían la ventilación. Iban y me checaban la presión arterial en la mañana, a mediodía y en la noche; siempre traía la presión alta y sólo me decían que siguiera tomando el medicamento. No me daban nada que me calmara porque para el médico era normal porque soy hipertensa. Duré así tres a cuatro días”, recuerda.

Continúa: “La jueza dijo que no fue lo que ordenó y ordena que me cambien a otra celda, y sí me cambiaron a otra área donde también la cámara me monitoreaba y aparte se mantuvo la prohibición de salir a las actividades. Me tenían en una cárcel dentro de una cárcel, violando todos mis derechos, ejerciendo violencia de género y tortura psicológica”.

Luego de eso, señala, se interpuso una nueva queja a la que la jueza respondió que la regresaran a la celda donde inicialmente se encontraba. Hubo entonces varias visitas para revisión solicitadas tanto por sus abogados como de otras internas. Sin embargo, cuando las revisiones llegaron, las deficiencias motivos de queja se habían subsanado.

“Cuando llegaron a revisar todo había sido cambiado para que vieran que todo estaba perfecto y que yo había mentido”, expresa.

A pesar de eso, Mayra asegura que padeció Covid mientras estaba interna al igual que ocurrió con otras compañeras, registrándose incluso el deceso de una de ellas, ya que a pesar de la existencia de contagios se negaba continuamente por parte de la autoridad; no había medicamentos ni médico para atenderlas.

“En mi formación no cabe odio, rencor o maldición. Pasará algún tiempo en que yo pueda perdonar por el daño que nos hicieron. Fue muy grande. Fue daño moral, económico, social, profesional y hasta de salud porque sí tuve Covid dentro del Cereso, aunque siempre negaron que lo tuviese, pero no había ni medicamento y en ese momento ni médico de planta para tratar a las internas, incluso falleció una compañera, así como el lamentable fallecimiento de Lázaro, por falta de atención y negligencia”, lamenta.

‘Las guardias me decían que no dejara de luchar’

Mayra Julieta estuvo casi un año y medio en la cárcel y durante ese tiempo, tuvo que aprender a vivir y convivir con el resto de la población femenina en reclusión, así como con las mujeres que la custodiaban y quienes, dice, algunas veces le dieron palabras de aliento.

“Ellas, las guardias, se portaron bien, nunca hubo problemas. Sobre mi caso no me decían nada, pero sí que no dejara de luchar. La verdad, siempre se portaron bien en la medida de sus posibilidades, no fueron malas. Sí conviví con la población general, sí me hacían comentarios respecto al motivo por el que estaba allí. Veíamos las noticias y preguntaban dónde estaban los 58 millones que decían que me había robado. Nunca me extorsionaron, siempre se portaron bien conmigo, hubo respeto de mí hacia ellas y viceversa”, dice.

“Fue un shock muy grande estar allí, muy difícil, tenía mucho miedo porque no sabes a qué te estás enfrentando, pero al final de cuentas vas conociendo a la gente, tratándolas, dándote cuenta que son personas como tú, que tienen sus sentimientos y problemas cada quien. Traté de encomendarme mucho a Dios y pedirle que me ayudara a entender la situación por la que ellas pasaban y ser empática. Funcionó para no tener conflictos porque llevé un trato cordial. Cuando estaba en ‘segregados’ me mandaban muchas cartitas diciéndome que si pudieran se pondrían en mi lugar, palabras de apoyo y oraciones para que pudiera aguantar ese momento porque fue muy difícil y pesado para mí estar allí”, afirma.

A diferencia de otros casos, donde presuntamente se violentaron los derechos de mujeres y menores de edad que acudían a las visitas, la entrevistada dice que sus hijos fueron respetados en ese sentido y siempre hubo una persona adulta (allegada a ella) presente cuando acudieron al penal.

“Sí les permitieron entrar a mis hijos. Fue muy difícil para ellos verme allí y para mí, que me vieran allí. Desde que tuvimos el accidente siempre dije: nomás les quedo yo y tengo que ser fuerte, tengo que salir con mi mejor cara, con una sonrisa, darles fortaleza a ellos, que no me vieran triste, derrotada, mal, para que ellos se fueran tranquilos. Siempre le decía a mi mamá que ellos tenían que estar bien porque éramos quienes estábamos pagando la locura del gobernador”, cuenta.

Continúa: “Con mis hijos se portaron bien. Cuando iban a visitarme siempre tenían que ir acompañados de un adulto y a la hora de las revisiones siempre tenía que estar un adulto. Realmente no pude tener tanta visita porque me detuvieron en octubre y en marzo se vino la pandemia y se acabaron las visitas. Duré casi un año sin verlos, nos hablábamos por teléfono y mucho tiempo después nos permitieron videollamadas de 15 minutos, pero ese tiempo no es nada”.

Su detención y permanencia en el reclusorio, dice, llevó a sus cuatro hijos a una madurez adelantada y a su madre al hospital.

“Les tocó madurar de golpe. A los 15 días de yo entrar al Cereso, a raíz de eso y el estrés, mi mamá se puso muy grave. Duró 20 días internada y su recuperación fue de seis meses, tuvo que tener asistencia de enfermeras ese tiempo. Pude verla al principio y a la siguiente semana ya no fue. Yo preguntaba y mis hijos me salían con evasivas, hasta que me tuvieron que decir que estaba muy grave en el hospital. A mi hija mayor le tocó tomar el rol de la encargada de la casa, ir al mandado, encargarse de sus hermanos, que mi mamá tuviera la atención que necesitaba, conseguir enfermeras, buscar donadores de sangre, estar al pendiente de todo. Su padre se sentiría muy orgulloso de ellos, han sido los más fuertes en esto que nos tocó vivir. Les robaron su infancia y los hicieron madurar de golpe y porrazo. Dice un versículo de la Biblia que ‘por tus hijos te conoceréis’, Javier Corral no tiene hijos y nunca los va a tener, a él quién lo va a conocer por sus hijos, nadie”.

Este 8 de marzo, dice Mayra, es necesario reconocer que las mujeres no sólo son la base de la familia, sea cual sea la posición en la que estén, sino que tienen un papel fundamental en cualquier ámbito de la sociedad en el que se desempeñen.

sochoa@diarioch.com.mx

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