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Estado

‘Destruyeron mi vida, mi nombre y mi familia’

Había en su rostro una huella de los días en reclusión

El Diario

sábado, 08 abril 2023 | 07:27

Archivo

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Chihuahua.- El 17 de febrero de 2022, mientras el viento golpeaba con fuerza a la ciudad, Enrique Antonio Tarín García concedió a El Diario la que sería una de las pocas entrevistas a medios de comunicación otorgadas por el exfuncionario estatal implicado en los llamados “Expedientes X”. 

Tenía poco tiempo de haber recibido el cambio de medida cautelar que le permitió salir del Cereso de Aquiles Serdán y estar en su domicilio portando un brazalete electrónico que le impedía ir más allá de la puerta principal de la vivienda.

Sentado en la sala de su casa, Tarín habló de los 4 años 7 meses 13 días y 8 horas que pasó en la cárcel, del shock emocional que significó su ingreso al reclusorio, de la tortura que enfrentó y de la terrible soledad que dijo no desearle a nadie, ni siquiera al peor de sus enemigos.

Contenido en sus palabras, pulcro en su vestimenta y amable en su trato, Enrique Tarín lucía triste, con una tristeza profunda que se adivinaba en sus ojos cuya mirada por instantes se perdía en los recuerdos.

Mientras hablaba con los reporteros de esta casa editora, el cuerpo de Tarín estaba sentado en un sillón de color claro en la tranquilidad de su vivienda, pero su mente se ausentaba por momentos, en los que el silencio era atravesado por los sonidos del exterior.

Cada pregunta parecía significarle un golpe, un esfuerzo emocional por no romperse ante la cámara, por no quebrarse y mantenerse a flote ante la posibilidad de hablar de su experiencia y contar su versión de la historia.

Durante los 57 minutos y 41 segundos que duró la entrevista, nunca lloró, es cierto, sin embargo las lágrimas estaban contenidas en sus ojos enrojecidos enmarcados por profundas ojeras, en sus palabras, en sus manos entrelazadas como una fortaleza, en el lenguaje de su cuerpo, en el tono bajo de su voz.

Allí reconoció que durante su estancia en el reclusorio llegó a pensar en la muerte, debido a la tortura física y psicológica que aseguró haber vivido de manera constante en ese negro lapso de su existencia.

“Cuatro años, 7 meses, 13 días y 8 horas”, repitió en varias ocasiones como si exigiera a su memoria no olvidar el tiempo y el espacio donde aprendió que había momentos en la vida en los que era necesario transformarse para sobrevivir, porque –aseguró– la consigna siempre fue quebrarlo, doblarlo, agotarlo, aflojarlo para que aceptara cosas que aseguró no haber hecho.

“De repente estás solo, en un cuarto con la luz prendida las 24 horas, las cámaras vigilándote en un proceso invasivo por completo donde hasta las necesidades básicas eran vigiladas. Ya no dependes de ti, sino de otra persona”. 

Allí también recordó que en la celda de 2x3 metros donde permanecía 23 horas del día acompañado siempre por ojos vigías, se repetía que “la vida estaba afuera”, cuando sentía que la soledad y la desesperanza lo asfixiaban.

La frase le servía de asidero para enfrentar la frustración y el coraje por no entender lo que ocurría, pero también para evadir la tristeza que poco a poco se apoderaba de él y que hasta ese día de febrero era persistente. 

Sus ojos lo delataban, él lo reconocía.

Más allá de la huella indeleble que su estancia en el Cereso dejó en su persona, lo que más lamentaba Enrique Tarín –lo dijo así– eran las agresiones constantes de las que fue objeto su familia en general, pero sobre todo su hija, a quien no le permitieron conocer hasta que cumplió 6 meses de edad y cuando eso ocurrió, aplicaron protocolos inexplicables hacia una menor.

Había en su rostro una huella del aislamiento, del oscuro y lento transcurrir de los días en reclusión, donde ansiaba ver a su esposa e hija, pero prefería que no fueran para evitar el maltrato del que eran víctimas.

En el momento de la entrevista tenía claro que había que concluir procesos, cerrar ciclos y empezar de cero. Reconstruirse desde la desgracia y la necesidad del perdón que pidió a su familia, no por considerarse culpable de los cargos que se le imputaban, sino por la destrucción que el odio de alguien más ocasionó.

Dijo que no podía hablar de un futuro porque estaba reaprendiendo a vivir el día a día con quienes conformaban su entorno cercano, pero sobre todo con su hija, a quien mencionó en reiteradas ocasiones como el mayor motivo para salir adelante.

“En algún momento será a ella a quien daré las explicaciones necesarias, dejándole en claro que en la vida hay que hacer el bien, que la verdad siempre sale a la luz, que hay que ser agradecidos y leales, no con otras personas sino con uno mismo. Trataron de dinamitar mi apellido, mi nombre, mi integridad como persona, pero voy a luchar para que llegue el momento y poder decirles a mis padres que no les fallé; y a mi hija que este no es el padre que todo mundo dice que soy”.

Mirando hacia un punto indefinido recordó que tras su detención en la Ciudad de México la mañana del domingo 7 de mayo de 2017, fue trasladado vía aérea a Chihuahua, presentado ante un juez de Control e internado en el Cereso de Aquiles Serdán, donde pudo palpar el sufrimiento y la angustia tanto en su persona como ajenos. 

El impacto de los acontecimientos, dijo, fue devastador, terrible.

Narró que ya convertido en un interno más, la violencia y tortura psicológica fue constante al igual que la incomunicación con su esposa, quien en ese entonces cursaba el quinto mes de embarazo.

“Era un calvario no saber de ellas”. Recordar duele y ese dolor afloró al hablar de sus padres; su voz se quebró, se contuvo, sorteó la dificultad de las palabras y sentimientos acumulados durante un periplo tortuoso en las puertas del abismo.

Hablar de ellos era un tema difícil, porque a pesar de todo lo dicho y hecho en su contra, de las enfermedades que padecieron, nunca lo dejaron. Para su padre y madre sólo tuvo palabras de agradecimiento, de un profundo amor y respeto.

“Mi padre es un ejemplo, inquebrantable, fuerte, trabajador, responsable, y haberlo tenido metido en esto es muy difícil. Nunca se hizo a un lado. Mi madre igual. Sufrieron mucho, se enfermaron, se recuperaron. Cuando la sociedad juzga en el anonimato es muy ácido su juicio, muy cruel”. 

La culpa lo acechaba en todo momento, lo dijo, no por presuntos crímenes o delitos cometidos sino por la destrucción familiar generada desde el aparato gubernamental con el único objetivo de doblegarlo para que aceptara culpas que no eran suyas. Habló de la importancia de reconstruirse desde la desgracia y la necesidad del perdón que pedía a su familia.

“Les he pedido perdón y hoy públicamente les pido perdón de nuevo por haberlos hecho vivir esto”.

Ese día de febrero, mientras el aire azotaba los árboles en el vecindario cubierto por los rayos grisáceos del sol, Antonio Enrique Tarín aseguró que la experiencia vivida le ocasionó una devastación interna como ser humano tan grande que llegó un momento en el que se sintió como un zombi, que respiraba y ya, mientras moría en vida.

Cuando la cámara se apagó él lloró. 

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