Opinión

Violencias, riesgo y memoria

Ya en otras ocasiones se ha hecho referencia en esta columna al incremento de la violencia homicida en el municipio juarense

Sergio Pacheco González
Analista

martes, 22 octubre 2019 | 06:00

Ya en otras ocasiones se ha hecho referencia en esta columna al incremento de la violencia homicida en el municipio juarense. Se indicó, por ejemplo, que a partir de 2016 se empezó a revertir una esperanzadora tendencia a la disminución de muertes violentas que se inició a partir de 2011, después de los cruentos años de 2008, 2009 y 2010, en los que se caracterizó a su cabecera municipal, Ciudad Juárez, como “la ciudad más violenta del mundo”, como lo argumentó en su momento el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal A.C.

Como se mostró en el Boletín Número 5 del Observatorio de Seguridad y Convivencia Ciudadanas del Municipio de Juárez, con datos de la Secretaría de Salud, ocho mil 157 hombres y mujeres fueron privados de la vida en ese trienio, alcanzando en 2010 una tasa de 233 víctimas por cada 100 mil habitantes, si se toma como base una población de un millón 328 mil 17 habitantes, como lo hace la asociación civil referida.

En el año que corre se está muy cerca de registrar el número de pérdida de vidas que se reconocieron en 2008.

Múltiples eventos violentos han estremecido a la población fronteriza en estos casi 12 años de violencias. Ya sea por la saña y crueldad con la que fueron realizados, evidenciada por cuerpos desmembrados, colgados para su exposición pública o masacrados por decenas de proyectiles de fuego; ya sea por el lugar en que se materializaron, en tanto no se respetaron viviendas, centros de trabajo, iglesias, hospitales, restaurantes, áreas comerciales o deportivas.

Ante la irrupción de las violencias, que incluyeron los robos violentos de autos y a casas habitación, la extorsión y los secuestros, la ciudadanía optó, entre otras medidas, por limitar su presencia en el espacio público, lo que implicó, entre otros efectos, la disminución de las actividades comerciales y de servicios, con el consecuente cierre de negocios y en el mejor de los casos, con su reubicación en la vecina ciudad de El Paso, Texas.

El abandono de viviendas, por la emigración de cientos si no miles de hombres y mujeres, ya sea que de manera temporal buscaron refugio en la ciudad vecina o retornaron, probablemente de manera permanente, a su lugar de origen, como sucedió a través del Programa Emergente de Retorno de Veracruzanos procedentes de Ciudad Juárez, que, huyendo de la violencia, como indica la nota de La Jornada Veracruz, del 23 de abril de 2010, sumaban “635 personas, de las cuales 356 son adultos y 279 niños, originarios de 52 municipios del estado de Veracruz y forman un total de 143 familias que se han visto beneficiadas con este programa...”.

Estos hechos son sólo algunas de las consecuencias de las violencias en los años más críticos. Otras consecuencias, sin duda más profundas, perviven en las personas que han sobrevivido a sus pérdidas.

En estos años en los que la violencia homicida ha retomado su protagonismo, la ciudadanía en general se ha negado a abandonar o ha establecido como estrategia de resistencia, no abandonar el espacio público. O, desde otra manera de entender cómo es que, a diferencia del trienio 2008-2011, la asistencia a los espacios públicos no sólo no ha decaído, sino que pareciera estar en crecimiento, es reflexionar si se considera que la violencia se ha focalizado, como lo declaran las autoridades, entre los grupos que contienden por la plaza, y por tanto la percepción de miedo y la de riesgo, han sido redimensionadas.

En este sentido, se habría construido una clara distinción, entre la ciudadanía que se ocupa de las actividades cotidianas propias de toda organización social: trabajo, estudio, actividades sociales, religiosas, culturales y esparcimiento; y los otros, los que disputan el control sobre las actividades ilegales de alto rendimiento económico y con altos costos, por el riesgo de la pérdida de la vida que las mismas implican.

Así, podría entenderse una cierta disminución de la percepción de miedo, en tanto, y esto sólo es una hipótesis, al construir “al otro” como el que está en riesgo, “nosotros” nos consideramos no estar en peligro.

En tanto el riesgo siempre está presente, hacer memoria es importante, nos permite prevenir para no repetir errores. No ignoremos, también, que esta distinción estigmatiza y no abona en la construcción del estado de seguridad que necesitamos.

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