Opinión

Vidas anónimas

Deberíamos hacer un monumento.

Cecilia Ester Castañeda
Escritora

jueves, 20 febrero 2020 | 06:00

Deberíamos hacer un monumento.

Sí, en esta ciudad desdeñosa de las artes plásticas, donde durante el último siglo se han ido deteriorando en el olvido gran número de los tributos escultóricos y donde la “X” de Sebastián –cuyo proyecto completo quedó inconcluso–luce descolorida por falta de mantenimiento, estamos obligados a rendir un homenaje más que permanezca a la vista de todos.

Porque en Ciudad Juárez nos hallamos en deuda. Y esta vez no me refiero a nuestra deuda con las víctimas de delitos violentos o de otro tipo, ni con las generaciones más jóvenes, ni con las minorías o las personas con discapacidad, ni siquiera con los migrantes, los adultos mayores, los habitantes de zonas marginadas, las mujeres, los ciclistas, las madres o los peatones.   

Estoy pensando en una deuda de los juarenses que a menudo pasa desapercibida: la deuda con las numerosas vidas anónimas a las cuales hemos perdido el rastro. Se trata de las personas inhumadas sin identificar en la ciudad, de los seres humanos desaparecidos cuyo destino ignoramos, de personas fallecidas por causas naturales a quienes nadie ha reclamado y también de las víctimas de homicidios o accidentes fatales sin identificación en las noticias que quedan como mera estadística en la memoria pública, aunque posteriormente se tenga conocimiento oficial de su nombre y apellidos.

Esos seres humanos de identidad olvidada tenían vidas valiosas que debemos rememorar. 

¡Solemos hablar tan poco sobre éstas! Así los revictimizamos a ellos, olvidándolos, desentendiéndonos con mayor facilidad de la obligación de hacer justicia y de apoyar, o inclusive aplacando nuestra conciencia descalificándolos sin más como merecedores de alguna manera de su destino.

La realidad es que, en la mayoría de los casos, desconocemos las circunstancias de su desaparición, su muerte o su abandono. Tampoco sabemos casi nunca cómo fue su vida. Pero sí sabemos que, como todo ser humano —con virtudes y defectos, sueños y aspiraciones—, pasaron momentos buenos y malos. Tenían seres queridos que los recuerdan en algún lugar. Rieron, lo sabemos. Lloraron, cometieron errores y tuvieron aciertos. Haya sido cual haya sido su experiencia, era valiosa. 

Es importante tener presente lo anterior. Toda vida humana toca muchas vidas, independientemente de su duración, y posee un potencial digno de ser estimulado. Merece ser recordada. Las vidas anónimas no reciben siquiera ese reconocimiento póstumo.

Por eso, creo, debemos celebrar la luz que irradiaron. Cierto, se trata de seres humanos merecedores de protección y justicia. La incertidumbre de su destino representa un asunto inconcluso, una herida abierta más en esta sociedad. Eso no está en discusión.

Prefiero, sin embargo, recordar el valor de la vida por encima de la tragedia de la desaparición, la muerte o el abandono. Por una vez opto por pensar en la aportación cierta de seres humanos en lugar de sobre casos judiciales pendientes. 

De manera que elegiría una luz siempre encendida como símbolo de la memoria de esas vidas desconocidas que con su presencia iluminaron otras. Es una forma de dar gracias por su tiempo con nosotros y de reconocer el deber de hacerles justicia y de tomar medidas a fin de mitigar los factores que las truncaron o impidieron su desarrollo. 

Igual que cualquier monumento, sin embargo, una luz siempre brillante conlleva retos. Al costo de su fabricación se añade el de su funcionamiento, el del mantenimiento. Y si las luminarias son blanco fácil de la escasez presupuestal y el vandalismo ¿no lo sería un tributo de luz?

He ahí una medida de nuestro compromiso como sociedad. 

No estoy hablando de un megaproyecto como la fallida Estela de Luz calderonista —aunque no es casualidad la broma de tratarse del homenaje a las víctimas fatales de ese sexenio; toda sociedad necesita un duelo por sus muertos—. Pero si en el vecino El Paso, Texas, pueden mantenerse funcionando veladoras eléctricas en honor de las 22 personas asesinadas en Walmart —varias de ellas juarenses— ¿no podemos nosotros cuidar un solo racimo de luz simbólica de tanta vida valiosa?

Se acaba de anunciar la próxima creación del Centro de Inhumación Forense. Dicho “megapanteón” sería el lugar ideal para un monumento así, como una flor brillante en medio del desierto.

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