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Opinión

Un acercamiento a las corridas de toros como derecho cultural

En el antiguo Imperio Romano, los políticos se dedicaban a administrar el gobierno y usaban al ejército para defender el territorio

Carlos Murillo
Abogado

domingo, 24 octubre 2021 | 06:00

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En el antiguo Imperio Romano, los políticos se dedicaban a administrar el gobierno y usaban al ejército para defender el territorio. En el plan de dominar todo el mundo conocido, las fuerzas militares también eran utilizadas para invadir a otros pueblos y expandir el dominio. Así se construyó la civilización antigua más importante. 

Existe un culto por la cultura romana. La gente piensa que es una época de esplendor y grandeza. Solemos decir que hubo otro tiempo mejor que este. Sin embargo, los romanos habían atesorado grandes virtudes en el mundo de la política y el derecho, pero también había muchos defectos; la caída del Imperio todavía se asocia a los excesos.

Entre las prácticas de invasión, sobresale un protocolo romano para administrar una nueva región dominada por la fuerza militar. Cuando un ejército tomaba el control, el emperador enviaba a un administrador para que cobrara los impuestos y tomara decisiones políticas con la anuencia del Imperio. 

Al pueblo sometido, se le respetaba su organización política y las reglas internas de la comunidad. Aquí hay una primera noción de respeto a la cultura, a través de algo que se conoce desde entonces como “usos y costumbres”.

Un pueblo dominado por los romanos del primer Imperio -antes del cristianismo-, podía conservar su idioma, tradiciones, festividades, la forma de hacer justicia, las reglas de convivencia elemental, así como su religión. Entonces, el cambio representaba una sustitución de élites, no un cambio cultural.

Durante la época de la Colonia, contrario a la fuerte raíz romana de la Monarquía Española, cuando los soldados españoles invadieron América -y se formó la Nueva España-, el control social no fue únicamente sobre los impuestos para el pueblo dominado. Aquí se impuso una cultura y se sustituyeron tradiciones, el idioma y la religión mesoamericana, imponiendo el cristianismo. 

En lugar de la antigua regla romana, en la colonización comenzó un proceso complejo de mestizaje, quizá sea mejor decir que nació una cultura híbrida, usando la idea del profesor Néstor García Canclini. Lamentablemente, esto tuvo como efecto que las culturas mesoamericanas poco a poco fueron desapareciendo, según el censo de 1910, había casi un sesenta por ciento de mexicanos que pertenecían a los pueblos originarios, en 2020 se registró un 6.1 por ciento. 

Mucho se ha hablado de este tema, algunos autores como Enrique Dussel acusan que existió un etnocidio y un genocidio planeado por el Estado mexicano. Desde la independencia, hasta nuestros días, hay varios momentos en la historia en que, el discurso oficial, se ha centrado en el nacionalismo extremo que promueve al “nuevo sujeto” mexicano como modelo a seguir; se trata de un mestizo occidentalizado, en oposición al indígena “no civilizado” y al gachupín “invasor”, ambos enemigos no deseables.

Después de 211 años de libertad e independencia, parece que la estrategia de eliminar a los no-mexicanos ha funcionado bastante bien, la cultura mesoamericana se va perdiendo en los últimos vestigios de las tradiciones y la cultura española se ha refugiado en algunas tradiciones muy particulares.

Los organismos internacionales se han pronunciado por la defensa de los pueblos originarios en América y en todo el mundo. No solamente aquí, también en Asia, en África, Medio Oriente e inclusive en Europa hay pueblos originarios, por ejemplo la comunidad de los Sorbes en Proshim, Alemania o las diversas comunidades que mantienen la Danza Morris en las zonas rurales Inglaterra, todas éstas son representaciones de las culturas antiguas que han sobrevivido a la globalización, manteniendo sus rasgos de identidad, cada vez más lejanas de las nociones del nacionalismo de los países en los que sobreviven, mejor dicho que resisten.

La Organización Internacional del Trabajo, en su acuerdo 169, que data de 1989, es el principal antecedente de un tratado que se refiere en especial a los pueblos originarios y abre la puerta a la reflexión para preservar los derechos culturales.

Para Magdalena Gómez, experta en tema de derechos indígenas, uno de los problemas que enfrentan estos pueblos es que se tiene a “folklorizar”, así, se les reduce a una representación estética de una festividad de una región, pero no se considera como un derecho cultural constitucional que se debe preservar como una herencia.

Mucho se ha escrito sobre este tema y considero que es una agenda de todos los gobernantes (y la sociedad civil) que debe estar entre los primeros lugares de prioridad. Sin embargo, no es la única representación de cultura que ha vivido el embate de la modernidad.

La cultura taurina tiene una raíz histórica transnacional y ha representado en América y en España, un espacio transcontinental que se remonta a la edad antigua y que recupera rasgos de las culturas celta, tartésica, griega, cartaginesa, romana, pasando por la Edad Media y consolidando el ritual en la región de Hispania. De acuerdo con lo antes expuesto, la tauromaquia representa una forma de usos y costumbres que se han arraigado en la cultura hispanoamericana.

Por lo tanto, las corridas de toros son cultura, puesto que existe una comunidad de personas que se identifican como taurinos, tienen un lenguaje propio, historia, signos, símbolos, tradiciones que únicamente se pueden comprender en ese contexto, es por eso que deben considerarse como patrimonio cultural en los países en que se sigue la fiesta brava. 

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