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Opinión

Sin título

El acontecer no es una línea recta y tersa, sino una línea que se quiebra, que se curva, que se mueve en zigzag, que sube o que baja, pero sin dejar de ser una línea

Hesiquio Trevizo
Presbítero

domingo, 23 enero 2022 | 06:00

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No se lo digan a nadie, pero este recurso literario, - “sin título” -, se lo robé al Gabo. Un artículo suyo lo titula: “Sin título”. Y es que sucede que la realidad es tan compleja, dispersa, variada y amplia, que se resiste a la unificación que determina un título. El título de una columna determina y pesa mucho sobre el cuerpo del escrito. Además, el aluvión noticioso se resiste a la síntesis de un título; imposible condensarlo todo en un título. Quédese, pues, así, el presente, sin título, y con el permiso de Gabo donde esté. 

Oficio cruel, el periodismo. Nuestras entregas dominicales no son eslabones sueltos; más bien, son puntos de una línea, la línea del acontecer que se va reflejando en ellos. El acontecer no es una línea recta y tersa, sino una línea que se quiebra, que se curva, que se mueve en zigzag, que sube o que baja, pero sin dejar de ser una línea. La entrevista, el ensayo, el artículo versan sobre el diario acontecer, no pueden cambiarlo, ni siquiera maquillarlo honestamente. No sin razón Eugenio Scalfari, fundador de La Repubblica, afirma que “el periodismo es un oficio cruel” y explica que dicha crueldad se refiere al hecho de que tenemos que ver a los personajes de la actualidad, de los que tenemos que ocuparnos, poniéndolos al desnudo, intentando saber cómo son más allá de la apariencia. Obligado a precisar, se expresa así este decano del periodismo: Que el perro muerda al hombre no es noticia, que el hombre muerda al perro es noticia. Solo que a los hombres no les gusta verse descritos mientras muerden a un perro, esa es la crueldad. 

Yo diría, sin afán de enmendarle plana a Eugenio, que “dicha crueldad”, no es otra cosa más que la crueldad de los sucesos que se nos imponen, que nos hieren, que nos lastiman y que se han de ver reflejados en el periodismo. Dicha crueldad no debe ser entendida nunca como un linchamiento, como un escarnio, como una irrupción indebida e injustificada, en la vida privada de una persona o de una institución, faltando a la verdad y a la ética. Ahora bien, que no se deba no equivale a que no se dé, por desgracia. Incluso, el periodismo ha de cuidar de no servir de caja de resonancia cuando lo que se ventila tiene tintes de venganzas, personales o de grupo, cuando se disimula, mal por cierto, el espíritu vengativo, la vendetta, dice Scalfari. 

La vida privada, admite Scalfari, no tendría que formar parte de esa desnudez, porque, precisamente, por eso está protegida por el derecho a la intimidad. Además, con buen humor italiano, define al periodista como gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente. Por ello, me inclino a creer que el amigo Scalfari, cuando habla de desnudez se refiere a esos casos extremos del periodismo de investigación que saca a flote situaciones muy dolorosas del acontecer en las que personas concretas tienen mucho que ver y cuyas acciones repercuten de una manera decisiva en el desarrollo de la vida de un pueblo. Pero hay más.

Pongamos por caso el juicio que la ONU abrió a Kaing Guev Eav, conocido como Duch; Que… ¿quién es él? Este amigo haría palidecer de envidia a Himmler. Sabemos mucho del Holocausto, pero muy poco del régimen de Pol Pot. Los del Holocausto tienen muchos medios, dinero sin límites, influencia, prensa, cine, radio y televisión, todo para hacer que los crímenes del nazismo no se olviden; los camboyanos, en cambio nada tienen. El régimen Pol Pot, muy breve, de 1975-1979, encabezó una revolución marxista, leninista, maoísta y comunista, y se llevó por delante una cuarta parte de la población que entonces tenía Camboya. ¡Y usted no había oído hablar de ello! 

El responsable de la revolucioncita era un tal Saloth Sar, conocido como Pol Pot, - el hermano número uno-, quien intentó imponer una sociedad agraria, colectivista, sin moneda ni budismo. El resultado fue 1.7 millones de muertos. Este buen revolucionario murió en abril de 1998 sin ser presentado ante la justicia y sin revelar los motivos del genocidio. 

Duch, -Kaing Guev Eav-, iba a ser juzgado por crímenes contra la humanidad, o sea, porque en la prisión a su cargo se despachó a 15 mil camboyanos, logrando salvarse solo seis. Las razones para la matanza eran más bien simples. “Más vale un país poco poblado que una Camboya llena de incapaces”; “La revolución no desea más que una felicidad sencilla: la del campesino que se alimenta con el fruto de su trabajo, sin necesidad de los productos occidentales que le han convertido en un consumidor dependiente”. “Para la felicidad, bastan una bici, un reloj y un radio de transmisores”, sentenciaba el buen Duch. Así pues, en la prisión a su cargo se llevó por delante, nomás en esa prisión, a 15 mil individuos que no creían que con tan reducido equipaje llegarían al nirvana. Diplomáticos, monjes budistas, ingenieros, doctores, estudiantes y profesores, más los campesinos, los “traidores” y los sospechosos de serlo, fueron las víctimas, solo de esa prisión. No pensó en darles oficios diplomáticos, solución más humana y efectiva. 

F. Bizot, francés que trabajaba en una misión humanitaria, gozó de unas vacaciones en la prisión de Duch, y ¡vivió para contarlo! Publicó un libro sobre el particular: El Portal. Todo esto ha salido a la luz gracias al periodismo de investigación; y no veo crueldad en ello. La crueldad está en el genocidio y el silencio 40 años viejo. Siempre encadenado, el francés estableció una relación de cierta complicidad con Duch, que abominaba el capitalismo y quería transformar Camboya. “La podredumbre (el capitalismo) se ha colado por todas partes, incluso en las familias. ¿Cómo quieres confiar en tu hermano cuando acepta el salario de los imperialistas y utiliza contra ti sus armas? Los dictadores necesitan siempre un antagonista a quien culpar; lo tienen o lo inventan. Las fotos que ilustran el reportaje presentan miles de calaveras amontonada en inmensas rejas, y escenas no muy diferentes a las que conocemos de los campos de exterminio nazis. Todo por una revolución que no quería otra cosa que “una felicidad sencilla...”. y es que el pueblo es bueno y sabio. Y si no, pues tiene que serlo, simplemente para comprar limones que cuando era un pueblo menos sabio los conseguía regalados. ¡Y ahora que el limón es la panacea para el bicho, con miel y otras cosas más también! 

El periodismo, pues, cuando lo es, nos acerca, no pocas veces, a cosas muy desagradables. Y, cuando accedemos a ese mundo infernal, olvidado, los acontecimientos se convierten en advertencia e invitación para no andar ese camino. En Introducción al cristianismo, el Cardenal Ratzinger afirma en el prólogo, (2000) “Es necesario darnos cuenta cuán poco se habla de los horrores de los gulags comunistas, del aislamiento a que fue sometida la denuncia de Solzhenitzyn: no se habla de ello. Una especie de vergüenza lo prohíbe; incluso, el genocidio del régimen de Pol Pot, solo se menciona ocasionalmente”. “Un día en la vida de Iván Denísovich”, impactante testimonio de un preso en los campos de concentración soviéticos. Es este uno de los más conocidos y también más escalofriantes testimonios de la crueldad que sufrieron millones de deportados en los campos de trabajo soviéticos. Solzhenitzyn, su autor, quedó proscrito.

Las purgas estalinistas, la revolución cultural de Mao, las represiones de Corea y Viet Nam del norte, suman tantos o más millones de muertos que la segunda guerra. Cuando salió la noticia del juicio a Duch, quise conocer algo de lo que fue ese régimen de locura en Camboya. ¿Estarán blindados los pueblos de América Latina contra tal eventualidad? El periodismo cumple una gran misión refiriéndonos esos eventos, evitando el olvido y mostrándonos la locura de la que es capaz el hombre. México ocupa el lugar 113 de 137 países en lo que se refiere al estado de derecho; en A.L., a la altura de Venezuela, Nicaragua, honduras. 

Hoy las dictaduras quieren ser democráticas en un intento de autojustificación. Para ello se requieren mayorías. Y eso de la mayoría no es tan absurdo. Lo que importa es saber cómo una mayoría llega a serlo; (hay que leer de nuevo a John Dewey). En efecto, cómo se logra una mayoría es un problema de por sí interesante. Incluso, puede comprarse por adela o surgen ideas tan peregrinas y caras como las consultas populares. Mantener el show de los semáforos y la ola en crecida, no hay medicamentos y que se mueran los que tengan que morirse. Y más interesante y trascendente se vuelve cuando la verdad y la vida de un país dependen de la mitad más uno. Nos acercamos a lo que denuncia Nietzsche: la democracia es la dictadura de la estupidez. Y esto por una razón muy simple: la verdad no depende de la mayoría, menos aún cuando esta es fácilmente manipulable; gobernarnos con el criterio de mayorías es, al menos, riesgoso. Nosotros sabemos lo que es el “mayoriteo”; de la misma manera, ha de quedar claro que el sondeo de opinión, no es criterio de verdad. Sarmiento, en un acápite cita a Churchill “El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio". El periodismo es cruel, cuando es periodismo. ¿Continuará? Veremos y diremos.

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