Opinión

Silva's Supermarket

Le dedico este artículo al licenciado José Guillermo Dowell Sánchez y su distinguida esposa la Sra. Mariana Delgado Vela...

Carlos Murillo
Abogado

domingo, 08 diciembre 2019 | 06:00

Le dedico este artículo al licenciado José Guillermo Dowell Sánchez y su distinguida esposa la Sra. Mariana Delgado Vela, quienes me hacen el honor de leerme.

Mi tía Avelina vivía en la colonia Fovissste Chamizal. Le dieron el crédito después de un viacrucis burocrático. El problema es que no era casada y tenía más de cincuenta años. Según las reglas, ella no era una familia. Pero Avelina nunca se rendía. Fue de escritorio en escritorio explicando que necesitaba una casa porque cuidaba a su padre enfermo, quien para ese entonces ya rondaba los noventa y tantos; mi abuelo Luis murió a los 102 años antes de iniciar el nuevo milenio.

Finalmente, después de varios años de espera le otorgaron el crédito. Varias veces he soñado esa casa, tenía una sobriedad impactante; nunca cambió su color blanco, no tenía nada de arabescos, ni un adorno para acabar pronto. En Navidad sólo una nochebuena en cada una de las dos puertas que tenía al frente; una, era la entrada directa al cuarto de don Luis y la otra al comedor de la casa. No había sala. Mi tía le había retirado el saludo a varios parientes, entre ellos, dos hermanos, pero mandó poner una puerta para que fueran a visitar a su padre. La tía Avelina tenía su carácter, era la mayor y, por ser la primera, decidió convertirse en la matriarca.

Su historia se forjó contra la corriente. En un mundo machista, logró ocupar los lugares reservados para los hombres, pero en su época no existían las cuotas de género, ni los Derechos Humanos. Su fórmula del éxito era simple, trabajar el doble, ser más inteligente y más astuta que cualquiera. Nunca se quejó de discriminación.

Se retiró al cumplir siete décadas, después de recibir un reconocimiento por cincuenta años de servicio en el magisterio. Ya en el retiro, tenía una rutina estricta que no podía cambiar, más que rutina era un ritual.

Todos los domingos salíamos a desayunar con ella, le encantaba ir a donde había mucha gente conocida, uno de sus lugares preferidos era el Hotel Plaza Juárez, ahí tenía su mesero favorito; recuerdo que Mary, la señora que hacía tortillas de harina en el buffet, le mandaba un plato con una tortilla recién hecha y un poco de mantequilla aparte. “Aquí le mandan maestra”, le decía el mesero. En respuesta, mi tía le decía, “a ver si puede venir un minutito Mary” y cuando llegaba le daba dos dólares al saludarla. La misma escena domingo tras domingo.

A la hora de pagar, me pasaba por debajo de la mesa un rollo de billetes, siempre está sobrado el dinero, ella me enseñó desde muy joven a pedir la cuenta, pagar y ser generoso en la propina. A veces también íbamos al cine, recuerdo dos películas que vimos juntos, el Padre Amaro y la Dictadura Perfecta, mi tía era más priista que Plutarco Elias Calles y una come-curas además, en la primera película salió gritando a propósito para que la oyeran “siempre se ha sabido eso de los padrecitos, eso sí es cierto”, en la segunda, dijo “esa película son puras mentiras, ¡son intrigas contra el Gobierno!”.

Al morir mi abuelo, mi tía pidió que la misa se llevará a cabo en la iglesia más cercana a su casa, pero en la funeraria nos dijeron que tendría que ser en otra iglesia porque esa estaba ocupada. Al día siguiente, mi tía Avelina avisó que siempre sí le habían hecho un espacio en la agenda. Un día nos platicó “fui a ver al padre y le dije, aquí le traigo un donativo”, después de eso le dieron la fecha y cancelaron una quinceañera.

Mi tía nunca aprendió a manejar. Siendo regidora de Juárez, un día le hablaron para decirle que sería candidata a diputada local pero, como solían hacerlo los que mandaban, le dijeron que debía estar al día siguiente solicitando su registro en Chihuahua. Ella tenía un Volkswagen del año que usaba con un chofer, casi siempre un hermano. Ese día, en el camino a Chihuahua tuvieron un accidente que pudo ser fatal, se le escapó a la muerte, pero quedó incapacitada unos meses y la descartaron para la diputación, no podía hacer campaña. Así acabó su carrera política.

Ya en el retiro, ocasionalmente usaba el transporte público, tenía tiempo y paciencia para esperar una rutera color rojo que pasaba por la avenida Hermanos Escobar, creo que se llamaba circunvalación; mi papá se molestaba mucho cada vez que se daba cuenta de que se había ido en camión.

Casi siempre, usaba un sitio de taxi que estaba en la Vicente Guerrero, en el estacionamiento de Rio Grande Mall. Su chofer oficial era el “Güero”, con quien tenía una relación tóxica, a veces lo odiaba por impertinente y otras veces lo procuraba hasta en el día de su santo. El “Güero” era un hombre maduro de cuarenta y tantos, lo conocí cuando mi tía me mandó un regalo por la graduación de la maestría, su condición de salud era muy mala y nunca nos dejó verla enferma, faltaban unos meses para que falleciera, me habló y me dijo, “supe que terminaste la maestría, ve con el “Güero” mañana a las cuatro de la tarde”, el chofer tenía una carta, dos mil pesos y un perfume fino, todo adentro de una caja de cartón.

Según su rutina, el miércoles era el día de compras. Acostumbraba ir en taxi a El Paso. Uno de los recuerdos más vivos que tengo de la primera infancia, es ir a un Luby's que estaba en el sótano de un banco, nadie lo recuerda más que yo, era 1986. La mayoría recuerda el Kress, donde vendían un delicioso y sencillo postre, un melón partido a la mitad con una bola de nieve. Eran buenos tiempos.

Mi tía acostumbraba comprar la comida en Silva´s Supermarket; “más barato, ni en Silva´s”, decía la frase de marketing que se convirtió en leyenda. Recuerdo muy bien la distribución de la tienda, al fondo estaban los refrigeradores; la tía Avelina tuvo un carnicero por veinte años. Recuerdo que en su casa siempre había dos paquetes envueltos en papel blanco en el congelador, uno era de dos piezas de pollo y el otro con dos libras de filete de res, en el refrí no podían faltar dos yogurths individuales sabor durazno y en la alacena unas cajas pequeñas de pasas marca Sun Maid. Durante veinte años que frecuenté esa casa siempre fue igual.

En unos días más, Silva's va a cerrar sus puertas después de 101 años. Para mi generación es el comienzo del fin. Cuando nos volvamos a ver, tendré que explicarle a mi tía que el mundo cambió. Juárez y El Paso, las dos ciudades hermanas fueron separadas por el odio, es terrible lo que nos tocó vivir.

Ahora, estoy esperando la primer oportunidad para ir al Silva's y ver por último esta tienda que marcó la infancia de miles de juarenses y paseños. Como dice la canción de Serrat, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”.

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