Opinión

Seriedad con las cosas

El título de esta colaboración es ambicioso pues se dirige al ámbito de las cuestiones esenciales

Hesiquio Trevizo
Presbítero

domingo, 05 abril 2020 | 06:00

El título de esta colaboración es ambicioso pues se dirige al ámbito de las cuestiones esenciales: tomar las cosas en serio; he aquí la cuestión.

El predominio de la imagen es la que determina muchas veces nuestra acción; la idea y, por lo tanto, el lenguaje como comunicación y realidad exclusiva de los humanos, desmerece ante el exceso de imágenes.

¿Tomamos en serio las cosas? Esta pregunta va dirigida a nuestra actitud ante el valor de la realidad, ante la verdad de las cosas, ante la verdadera naturaleza de las cosas. Esta pregunta está dirigida a la totalidad: ¿Tomamos en serio la vida y la muerte? ¿Tomamos en serio nuestras relaciones? ¿Tomamos en serio la política, la economía? ¿Tomamos en serio la familia, el amor, las relaciones fraternales? ¿Tomamos en serio el ambiente, la ecología? ¿Nos tomamos en serio a nosotros mismos? ¿Tomamos en serio a Dios? Tomar en serio significaría, entonces, una actitud responsable que concuerde con la verdadera naturaleza de las cosas. «El que es capaz de ver percibe cómo por todas partes está gestándose la catástrofe de la realidad manejada falsamente». (Romano Guardini).

Esto quiere decir que las cosas tienen una verdad íntima conforme a la cual deben ser tratadas. Pongamos un ejemplo: la verdad íntima de la política significa el trabajo desinteresado por el bien común; esto es lo que la hace inteligible; si se maneja de otra manera, es decir, si se maneja falsamente, entonces la política se pervierte, ya no sirve a su propio fin, se convierte en otra cosa; amenaza al hombre mismo; y esto porque las cosas tienen una verdad íntima que les pertenece y con la que nosotros no podemos jugar; piénsese lo mismo de la familia o de la economía o de la religión, etc.

En la filosofía esto se llama objetividad, es decir, que el objeto se impone al sujeto, que ante el objeto no soy libre. Si ahora es de día, es de día, y no puedo afirmar que sea de noche sin graves riesgos. En este sentido, no existe el libre pensador, porque no podemos pensar libremente; las cosas se nos imponen. Cuando no seguimos esta norma, caemos en el subjetivismo. Cada mañana una contradicción.

Por todas partes encontramos acción; por todas partes encontramos organización y trabajo; se nos presentan anteproyectos y proyectos, planes, comisiones y dimensiones. Pero ¿quién dirige estas cosas? Una interioridad que ya no se encuentra recogida en sí misma, sino que piensa, juzga y actúa a partir de sus sectores superficiales: su mero entendimiento, su voluntad finalista, sus impulsos de poder, de posesión, de goce que puede llegar a la paranoia. Todo esto no tiene ya contacto alguno con la verdad, con el centro de la vida, con lo esencial y permanente, sino que se agita en cualquier lugar de lo provisional y causal. Es necesario, pues, que la profundidad del hombre despierte de nuevo.

No podemos estar sujetos a las fuerzas ciegas de la tecnología, del mercado o de la política, que tantas veces se convierten sólo en el juego de los poderosos, con muy poca incidencia positiva en la sociedad. Nos urge por ello globalizar también una filosofía en cuyo centro esté el hombre, su valor y su destino, una psicología humanista que sea capaz de contemplar al hombre en su situación y desentrañar las causas de la angustia que lo deshace; es necesario volver al hombre, a lo humano, pues. Tienen que existir de nuevo épocas en la vida del hombre e instantes en el día en que el hombre se detenga, se concentre y abra su corazón a uno de los problemas que le han afectado a lo largo de la vida o del día. En una palabra, es necesario que el hombre vuelva a concentrarse, a meditar, a rezar; y es que vivimos tan en la superficie de nosotros mismos, tan alejados de nuestro centro de interés, y por eso seguimos creciendo desarraigados, echando nuestras raíces en el aire. No nos extrañe, entonces, que estemos a merced de todos los vientos y cargando con el miedo, con la angustia, con la inestabilidad.

Pero ¿cómo podemos volver al centro de nosotros mismos? No es fácil una respuesta, depende de las convicciones fundamentales que se posean: de su actitud religiosa, de su temperamento y sus circunstancias. En todo caso, el hombre de hoy debe liberarse de la prisa, detenerse y hacerse presente a sí mismo; abrirse a una palabra de piedad, de sabiduría, de honor moral, ya sea leyendo la Escritura Santa o participando en la liturgia. Debe someterse a la crítica que esa palabra ejerza sobre él y, desde ella, examinar uno de los problemas que le plantea la vida de cada día. Sólo una actitud ahondada en esta forma puede sentirse segura ante los poderes disolventes del mundo que le rodea. Tal vez sea el sentido de esta pausa.

La otra vía es plantearnos de nuevo la pregunta elemental por la esencia de las cosas. Un examen superficial nos muestra que tomamos las cosas de una manera superficial y esquemática, determinando su valor y su contenido por conveniencias y manejándolas desde los superficiales puntos de vista, de la ventaja, de la comodidad o del ahorro del tiempo. Pero las cosas poseen una esencia; si se pierde o es violentada se produce una resistencia contra la que nada pueden ya ni la astucia ni la violencia. La realidad se cierra entonces a la intervención del hombre, se vuelve contra él. Las estructuras se desarman. Los ejes del sistema social, económico y político se sobrecalientan y su derrumbe es cuestión de tiempo. A las cosas no se les puede tratar como uno quiera, al menos no de manera absoluta ni por largo tiempo, es necesario tratarlas tal como corresponde a su esencia.

Así, pues: “el que es capaz de ver percibe cómo por todas partes está gestándose la catástrofe de la realidad manejada falsamente. Debemos, pues, acercarnos de nuevo a la esencia de las cosas y preguntar: ¿Qué es el trabajo, cuando se le contempla en el conjunto de la vida? ¿Qué son el derecho y la ley, si es que deben ayudar y no estorbar? ¿Qué es la obediencia y qué lugar ocupa en la libertad? ¿Qué es el mando verdadero y cómo es posible? ¿Qué significan la salud, la enfermedad y la muerte? ¿Qué significan la amistad y el compañerismo? ¿Cuándo la atracción que se siente por otro merece llevar el gran nombre del amor? ¿Qué significa aquella unión del hombre y la mujer que llamamos matrimonio, y que poco a poco se ha corrompido de tal manera que solo muy pocas personas parecen tener una idea de él, aun cuando sustenta la entera existencia humana? ¿Existe una jerarquía de valores? ¿Qué es ser indiferente?” (R. Guardini).

Así llegamos a esta hora crepuscular en México; nos acercamos al precipicio, igual que el mundo, porque los responsables de la ‘re pública’ no han tomado las cosas en serio, han retado su naturaleza, y más bien han sido frívolos, negligentes, remisos y erráticos. Ha prevalecido el subjetivismo y los intereses y visiones personales. Las cosas han sido manejadas falsamente. Luego de la pandemia la crisis económica se advierte brutal, el desempleo que golpeará a todos a los débiles, es inmenso, fronteras cerradas. No hay una verdadera estrategia, el sistema de salud pública está colapsado; en nuestra ciudad solo hay dos centros certificados para detectar el virus y son privativos, el mundo empresarial ve perdido, ya, el año y el SAT no da tregua ‘para ayudar a los pobres’ y etc., etc.

Todo revela que las cosas no se han tomado en serio. El País publica: López Obrador desata una tormenta política con su saludo a la madre de “El Chapo”. El gesto del presidente mexicano ha polarizado a la sociedad en tiempos que deberían ser utilizados para la unión frente al coronavirus. En México hay quienes se han curado en hospitales privados los primeros casos de coronavirus y quienes aún amasan tortillas en los puestos callejeros para sobrevivir. Trump dice tranquilo que serán entre 160 y 240 mil muertos por el virus victorioso, y en marzo fueron 2 mil 585 los asesinados México. Cuando las cosas se manejan falsamente, la catástrofe final es inminente.

“La pandemia como coartada”. “El intento de acaparar poder amparándose en la emergencia por parte de algunos líderes políticos alerta del riesgo que corren las democracias en tiempos de vulnerabilidad como los actuales”; y al final dice: “Reasumir palabras clave hace tiempo en desuso que nos harán más fuertes para superar la pandemia y esquivar los ardides de quienes intenten sacar provecho de ella: decoro, sacrificio, entereza, entrega, conmiseración, deber, disciplina... Desprovistas de todo sesgo religioso o militarista, simple y llanamente como ejercicios de autodefensa” (M. A. Sánchez-Vallejo. El País. 27.03.20).

¡Seriedad, pues, con las cosas!

¡Mientras, Semana Santa a puerta cerrada!

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