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Opinión

Más allá de ‘El Chueco’

a necesidad de actuar contra él desplegó un fuerte operativo encabezado por la seguridad del Gobierno del Estado de Chihuahua

Arturo García Portillo
Analista

viernes, 24 marzo 2023 | 06:00

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El cuento más conocido de Edmundo Valadés relata una especie de asamblea entre ingenieros y ejidatarios, en la que los segundos se quejan del maltrato que sufren por el alcalde del pueblo y piden permiso para matarlo, debido a que nadie hace nada. Luego de larga discusión reciben dicho permiso, solo para confirmar que un día antes lo han hecho ya.  

“La muerte tiene permiso” es, por tanto, un relato sobre la gente sometida al poder abusivo, en territorios alejados de todo en los que la ley es, como hace miles de años, la del más fuerte, donde reina la impunidad, el abuso, y junto a esto, el impulso instintivo de liberarse de ese yugo, la sed de justicia o de venganza. Cito de dicho cuento: 

“Y como nadie nos hace caso, que a todas las autoridades hemos visto y pos no sabemos dónde andará la justicia, queremos aquí tomar providencias. A ustedes (…) que nos prometen ayudarnos, les pedimos gracia para castigar al presidente municipal de San Juan de las Manzanas. Solicitamos su venia para hacernos justicia por nuestra propia mano…”

Hace nueve meses ocurrió un evento que ha marcado a Chihuahua. El asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas, en Cerocahui. Desde entonces estaba en curso por toda la sierra una de las mayores persecuciones de que se tenga memoria, para encontrar al responsable, José Noriel Portillo, apodado “El Chueco”, por el que se ofrecía una recompensa millonaria. Esa batida llegó a su fin hace apenas dos días, confirmada la identidad de la persona que encontraron sin vida en zona de Sinaloa, y es en efecto el multihomicida. La muerte tuvo permiso. Alguien, no una autoridad, juzgó, sentenció y ejecutó en un solo acto. 

“El Chueco” no era alcalde, como el personaje del cuento. Pero sí incluso más que eso. Se dijo en su momento que era quien realmente mandaba en la sierra. No el Ejército, no la Guardia Nacional. “El Chueco”. Hasta decidía quien ganaba los partidos de beisbol. No es broma. Así empezó todo. 

La necesidad de actuar contra él desplegó un fuerte operativo encabezado por la seguridad del Gobierno del Estado de Chihuahua. Derivado de eso detuvieron en el proceso a más de 30 generadores de violencia en la zona, parientes incluidos, parte de su red de poder. Las columnas de medios locales han conjeturado, creo que con acierto, que la presión que esto ponía a otros grupos criminales hizo que ellos mismos decidieran eliminarlo, para evitar la calentada de la plaza, reflectores nacionales e internacionales innecesarios para sus propósitos. Y supondrán que lo lograron. 

Pero esto lleva a la segunda parte, la más importante: las consecuencias de este asesinato, que tiene muchas aristas y repercusiones hondas. 

Se dice, con razón, que cuando cae algún líder criminal, hay de inmediato otros que ocupan su lugar, si no es que deriva en divisiones que los multiplican. Es cierto que en el contexto mexicano, tan arraigada la cultura de seguimiento de un cabecilla, acabar con uno de ellos es un golpe fuerte. Pero si solo se apuesta a ello, será insuficiente para volver la paz y el orden a las comunidades donde asientan su poder. Como la sierra chihuahuense. Por tanto, para mí es evidente que las autoridades no asumirán que ha concluido la tarea, y no van a aflojar la presión, porque es necesario evitar que el grupo criminal que comandaba se rehaga, y continúe ahora bajo nueva guía. En la sierra debe imperar la ley, hacer valer la autoridad democráticamente electa, y que juzgue y sancione el poder facultado por la constitución para ello. A cualquier otra cosa se le llama “estado fallido”. Y como varias veces se ha dicho aquí, esto tampoco es de la noche a la mañana, sino un proceso. Confiamos que el despliegue final del modelo “Centinela” alcance estos lugares y sea el eje de una paz duradera y una justicia al alcance. 

Los padres jesuitas han reaccionado a la noticia con una carta en que hacen énfasis en resolver el problema estructural, que es el de la justicia, y esta la dejan entrever en el sentido más amplio, la justicia social, la paz para las comunidades de la Tarahumara. Porque a los hermanos chihuahuenses de esas latitudes les duele la justicia, pero también el hambre, las enfermedades, la sed. Y hacia la solución duradera de esos males evitables, es que debemos caminar, después de dejar atrás todo lo que está chueco. 

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