Opinión

Las whitexicans también lloran

México es un país racista y clasista

Carlos Murillo
Abogado

domingo, 16 febrero 2020 | 06:00

México es un país racista y clasista. No debería ser así, pero lo es. La referencia que hago en el título de este artículo –sobre los whitexicans–, está envuelta en la polémica porque muestra a una clase alta opulenta que vive en una burbuja, aislados de la realidad, rodeados de guaruras y empleados, acostumbrados a que les sirvan con diligencia y que en todo les den la razón; los whitexicans, además de ser blancos, prefieren vivir la mayor parte del tiempo fuera de México o en un lugar que se parezca a Europa, como en Polanco o Santa Fe, mínimo El Paso. Es un mundillo compacto lleno de lords y de ladys que expuso una serie de Netflix en 2018, titulada “Made in México”.

¿Cuáles pueden ser los problemas de un whitexican? Probablemente el mal servicio en un restaurante de lujo, la preocupación porque México no se parece a Europa, el coronavirus por el viaje próximo a Asia, la falta de un menú vegano en el avión, el Brexit o el calentamiento global.

Los whitexicans son influyentes, están acostumbrados a usar el poder económico para ponerse por encima del poder político. Algunos, cansados de ver las injusticias para su clase, se suman al Gobierno para enseñarle a los políticos a poner orden en el Gobierno. Es tan fácil resolver la ineficacia de la administración pública. Solamente hay que ver al Gobierno como una empresa y listo. La fórmula es infalible, todos los empleados a trabajar y contratar a gente capacitada que supervise a los demás. Mientras, el jefe, con la misma lógica de los empresarios, sale de vacaciones para descansar, juega golf y hace un pequeño giro de tuerca estratégico desde la mesa de un bar.

Estos empresarios-políticos nos hacen el favor de participar en la administración pública y, a cambio, se aprovechan de su posición privilegiada para hacer más negocios. Nada nuevo. Este sistema se consolidó en la Revolución Francesa, cuando los comerciantes lograron dos libertades fundamentales, la económica y la democracia. Así, legalizaron la riqueza excesiva y la elección de gobernantes a través del voto, los dos ingredientes para controlar el poder público desde el poder económico. Y tienen 250 años con la misma táctica.

Así, los whitexicans han penetrado las altas esferas del poder político. En todo el país hay ejemplos: presidentes municipales, gobernadores, diputados, senadores, emanados del sector empresarial que se convierten en negociadores de los grandes capitales en las mesas del poder público.

En el Poder Judicial la dinámica es distinta. Los empresarios no llegan a ser ministros de la Suprema Corte de Justicia, pero también se sientan a negociar con los juzgadores que se convirtieron en la nueva aristocracia mexicana –por esos excesos, la SCJN anunció esta semana una profunda reforma contra la corrupción, el nepotismo y el abuso poder al interior–.

Entonces, cuando un whitexican tiene un problema legal, es mucho más efectivo arreglarlo afuera de los tribunales. De otra forma, el camino es más difuso. La mejor vía es el Congreso o los gobiernos locales, donde los empresarios tienen una red de influencias más sólida con los operadores que tienen en su nómina.

Durante esta semana, en Ciudad Juárez el conflicto gasolinero hizo que dos personajes públicos se enfrentaran, ambas mujeres, empresarias, de la alta sociedad, con una activa participación en la política, herederas de las familias que llaman “los ricos del pueblo”. Ellas son Adriana Fuentes Téllez del grupo gasero que fundó Valentín Fuentes y Alejandra de la Vega Arizpe, del grupo empresarial de las tiendas Del Río, fundado por Artemio de la Vega. Dos negocios de más de 80 años.

El pleito, como todos saben, es por el mercado de la gasolina en Ciudad Juárez. Y el agarrón no está para menos. Lo que está en juego son ganancias millonarias para la empresa que logre ganar las vencidas. Y “París bien vale una misa”, como dice la frase que se le atribuye a Enrique de Borbón al cambiar de religión por mantener el control político. En este caso, la gasolina de Juárez bien vale el tráfico de influencias.

No voy a hacer ningún recuento de las estrategias legales y políticas que han desatado la polémica en la opinión pública. Solamente resumo el asunto con un par de acciones, por un lado, Alejandra de la Vega publicó un video en sus redes sociales, eufórica por el triunfo de convencer al Gobierno municipal de derogar el reglamento que provocó el conflicto y, por otro lado, la reacción no se hizo esperar, unas horas más tarde, Adriana Fuentes hizo declaraciones en contra de Alejandra de la Vega, donde veladamente acusa a su contraparte de tráfico de influencias.

Entonces, el conflicto gasolinero salió de los tribunales federales, escaló y ahora se litiga en las mesas de restaurantes con funcionarios públicos de primer nivel y en las redes sociales. Esto es la muestra de que las leyes son papeles cuando las partes pertenecen a la élite del poder económico. Éstos son los problemas que hacen saltar de su silla a dos de las mujeres más influyentes de Ciudad Juárez. El nervio que las hace reaccionar está en las cuentas bancarias.

De la Vega es secretaria del Gobierno estatal actualmente y Adriana Fuentes fue diputada local ninguna de las dos dijo nada por el feminicidio de Isabel Cabanillas, ni una palabra de la violencia que provoca el narcotráfico, de la violencia familiar que va en aumento, vaya, nada del terrible transporte público que tiene Juárez, ni siquiera de los baches. Ningún problema es más importante que la venta de gasolina. No hace falta decir más, usted saque sus conclusiones sobre ese silencio.

Al final, este asunto ya no es jurídico, salió de los tribunales y ahora es político. Por otro lado, el conflicto gasolinero evidencia las redes del poder. Ninguna relación tiene con la realidad de Ciudad Juárez, donde los temas prioritarios son otros; pero las whitexicans de nuestra región no ven más allá de su burbuja. Mientras, miles de juarenses le lloran a sus muertos y las whitexicans también lloran, pero por la gasolina.

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