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Opinión

Entre redes

Las máquinas no roncan

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Javier Horacio Contreras Orozco

domingo, 15 enero 2023 | 07:21

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De poetas y locos todos tenemos un poco, pero también de la filosofía y mitología creamos ideologías y utopías. Lo que ahora llamamos en el siglo XXI inteligencia artificial, tal vez no sea tan inteligente y sí mucho de artificial, pero los primeros mitos griegos ya jugaban con la imaginación y crearon un mundo de cohabitación entre dioses y humanos, de donde salieron seres que diseñaban artilugios como armas, de engaño o hasta simple seducción. Fueron las primeras máquinas, producto del ingenio y el mito.

Sin embargo, hoy la inteligencia artificial ya es parte de nuestra realidad, nuestro mundo y de nuestra casa. Los celulares son los portadores de las aplicaciones a través de redes sociales para que lo que vamos a escribir, lo que andamos buscando o lo que nos gusta sea “predictivo” de manera misteriosa o maravillosa. Pareciera que en los pequeños aparatos celulares hay dentro un ser muy inteligente que sabe lo que buscamos, lo que deseamos y lo que aborrecemos.

El gran filósofo griego Aristóteles, siglos antes de Cristo, mencionaba las “autómatas” del dios Hefestos, dios del fuego y de la forja que creó doncellas doradas de apariencia humana con el don de la inteligencia, la palabra y el movimiento lo que refleja la eterna tentación creacionista de los humanos, semidioses y dioses por sacar algo de la nada. 

¿Acaso no llevamos siglos intentando reproducir cuerpos sin alma? La historia de Pinocho, el niño de madera es un ejemplo donde el autor lo dotó de alma para el alcance ético del bien y del mal y sobre todo, para amar a su creador. Los títeres y las marionetas son un esfuerzo por representar seres con vida. ¿Y las muñecas inflables, famosas hace décadas para sustituir la carencia de amor y carne real?

Ese dios Hefestos tenía la habilidad de crear objetos con los metales y es considerado como el pionero de crear “seres”, en este caso, fueron doncellas, que articulaban sus extremidades dejando latente la idea o el sueño de crear robots. Sus creaciones se movían y le ayudaban en su trabajo en la fragua. El concepto original de robot nació ahí como auxiliares o ayudantes de los humanos.   

Hoy estamos en plena era de tecnología digital, en el mundo virtual para jugar a una nueva realidad. Creamos mundos alternos, robots y avatares, productos de la llamada inteligencia artificial.

¿Qué diferencias pueden existir entre las doncellas autómatas creadas por el dios Hefestos, Pinocho, marionetas, muñecas “de amor”, robots, avatares y ahora máquinas dotadas de inteligencia artificial? Una interrogante inicial y válida sería ¿puede pensar una computadora? ¿Una máquina inspirada en los humanos pueden tomar vida o repetir algunas funciones de los seres inteligentes?

Tal vez, el mismo término de inteligencia artificial es una afrenta a la inteligencia que pareciera que le buscamos algo artificial que lo supla, porque ya se nos agotó. Se supone de manera correcta que los humanos pensamos y que además tenemos la facultad de elaborar o diseñar ideas y pensamientos que expresamos a través del lenguaje.

Esos pensamientos los transmitimos a través de la comunicación por medio de palabras que nos unen con ideas, temas o intereses comunes quedando muy claro que la esencia del pensamiento es el pensamiento humano. Este repaso es necesario para precisar y revalorar lo que es nuestro pensamiento y la generación de ideas, creatividad e imaginación.  

Las aportaciones de la inteligencia artificial se han ido incorporando de manera paulatina en nuestras vidas que de pronto, ya las vemos como algo muy natural y cada vez nos hemos ido acostumbrando más a la automatización que implica menos esfuerzo para hacer las cosas, pero que, a la larga, nos va convirtiendo en seres más inservibles y sobre todo, dependientes de máquinas.

Por ejemplo, las aplicaciones o asistentes en nuestros celulares, las operaciones bancarias que ahora nos obligan hacerlas en la llamada “banca móvil” quedando en la historia la amabilidad característica de los empleados bancarios que se desvivían por atender a los clientes y retenerlos con una nueva cuenta de ahorro, de inversión o una nueva tarjeta. Ahora, muchas personas casi se arrancan los pelos por la desesperación de no poder hablar con un “ser humano” cuando marcan a un teléfono de un banco y lo atienden grabaciones, y los temas a tratar se traducen en números que se deben ir marcando. Piden códigos, claves, NIP, contraseñas o un número secreto, pero difícilmente se puede hablar con un ser humano.  

En las redes sociales funcionan reconocedores de personas o cuando queremos hacer una consulta con Don Google, de inmediato funcionan sistemas de inteligencia artificial que nos acomodan documentos o datos del tema que buscamos conforme sus algoritmos, que son programas que van identificando o conformando nuestros perfiles. Esas máquinas saben donde vivimos, de donde nos estamos comunicando, cuándo nacimos y dónde, qué gustos, fobias y filias tenemos.   

Y no se diga de los sitios de comercio electrónico que han ido perfilando los colores de nuestra preferencia, nuestros ingresos promedio y de que “pata” cojeamos en cuestión de moda y consumismo. Es la inteligencia artificial en plena faena.  Las grandes empresas o proveedores como Amazon o Google predicen nuestros gustos de música, series, documentales o libros por sus programas de “adivinación”. 

El panorama es alarmante, según la publicación reciente de la revista Expansión* que señala que los bots (sistemas no humanos o robots) ya representan el 40 por ciento del tráfico en la red de internet.  

Esto plantea el dilema si ya estamos frente a una gran inteligencia que suple el cerebro humano y además toma decisiones por nosotros.  

Me atrevo a pensar que sí.

Las ventajas de la inteligencia artificial es que optimizan la producción y el rendimiento, que ahorra tiempo y esfuerzo, que facilita y minimiza muchos pasos o fases. También que ha desarrollado innovaciones y se automatizan los procesos, o sea, se ordenan y no se dejan a la inventiva o improvisación. Las máquinas se programan y funcionan sin fallar, por lo general y nos facilita la vida. Esto nadie lo duda ni está a discusión.

Pero también hay otra cara. Con la inteligencia artificial se va incrementando el desempleo pues las funciones de varios empleados son sustituidas por una máquina que no tiene jornadas de 8 horas, sino trabaja las 24 horas, no cobra tiempos extra ni vacaciones o incapacidades por enfermedad. No se cansan ni les da gripe o diarrea. Bueno, ni siquiera roncan.

Por muy eficaz que sea la tecnología de la inteligencia artificial, definitivamente no son seres humanos, ni los robots o avatares o programas inteligentes o lo que ahora está de moda del llamado internet de las cosas, que consiste en aparatos o edificios que cuentan con programación automatizada.

Pero lo mas importante, desde la óptica del humanismo las máquinas carecen de sentimientos y valores. No son seres humanos ni tienen limites y desconocen las barreras morales.

Los teléfonos celulares ahora son teléfonos inteligentes de los que hemos desarrollado una dependencia casi total. De la jornada de 24 horas de un día, 8 horas son para dormir, 8 para trabajar y 8 para descansar, hacer deporte, leer, convivir y entretenerse. 

Actualmente, la tercera parte de la jornada diaria está centrada y con centrada en los celulares. Del tiempo de ver fotos, redes sociales, mensajes y obedecer al impulso obsesivo y compulsivo de estar cada dos minutos revisando el celular se va la tercera parte del día, la tercera parte de nuestra vida y del tiempo con la mirada fija en un pequeño aparato de 5 centímetros de ancho por 15 centímetros de largo. 

Ese es el gran riesgo de la inteligencia artificial que va absorbiendo la inteligencia humana poco a poco. Máquinas robot que van tomando el lugar de los humanos para suplirlos y después desplazarlos.

Sólo queda la gran ventaja de las máquinas que no roncan. 

*https://www.msn.com/es-mx/dinero/noticias/%C2%BFhumanos-sustituidos-los-bots-ya-representan-el-40percent-del-tr%C3%A1fico-en-red/ar-AA16g1Lm

jcontreraso@uach.mx

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