Opinión

Las libertades y el coronavirus

El profesor argentino Roberto Gargarella nos sugiere que reflexionemos sobre la cuestión

Jesús Antonio Camarillo
Académico

sábado, 28 marzo 2020 | 06:00

El profesor argentino Roberto Gargarella, uno de los académicos más influyentes en la teoría política y jurídica de la actualidad, se preguntó en un artículo reciente publicado en el diario Clarín, si frente al coronavirus es necesario restringir las libertades compulsivamente. En su país, como ha sucedido ya en otros lugares del mundo, se han emitido decretos afines, en términos prácticos, a “estados de sitio”. Cada día pues, se anuncian mayores restricciones a las libertades básicas de los ciudadanos, garantizando, dice Gargarella, un derecho amplísimo a los órganos de seguridad para detener, interrogar y arrestar a quienes deambulan sin autorización expresa.

Ante tal situación, el profesor nos sugiere que reflexionemos sobre la cuestión, en vez de considerarla apriorísticamente como “obviamente justificada o dada” o porque así “lo decidieron los expertos”. Advierte que pensemos sobre la posibilidad de que dichas medidas sean “sobreinclusivas”, esto es, que impliquen más prohibiciones que las necesarias para alcanzar los fines legítimos que se proponen, sobre todo –y coincido plenamente con Gargarella– en áreas particularmente sensibles que impactan los derechos constitucionales, con todos los riesgos que acompañan tales medidas restrictivas.

Pese a su brevedad, el artículo nos recuerda que las experiencias históricas derivadas de esas restricciones siempre han sido nocivas y nos hace reflexionar sobre lo que está en juego. Esos derechos y esas prerrogativas en el terreno de las libertades nos han costado demasiado y antes de ponerlas entre paréntesis deberíamos calibrar todas sus implicaciones.

Casi al tiempo que leo la colaboración del profesor Gargarella reviso las notas locales que dan cuenta que autoridades de salud advierten que Ciudad Juárez debe prepararse para un toque de queda. Entiendo la zozobra de las personas encargadas de la prevención y promoción de la salud en nuestro estado, pero no tienen idea de lo que implica un toque de queda. Ellos emiten respuestas al tenor de un virus que trae en jaque a todo el mundo y cuyo comportamiento nadie puede prever a cabalidad, ni siquiera los expertos. Cabe señalar que en las entidades federativas los voceros de la sanidad en muchas de las ocasiones ni son neumólogos, ni infectólogos, ni siquiera epidemiólogos. Y cuando les hacen preguntas un tanto complejas sobre el Covid-19 balbucean y recurren a los lugares comunes esbozados por la heroína “Susana Distancia”. En ese sentido, desconocen muchas características del virus, pero eso sí, se muestran prestos para anticipar “toques de queda”.

Una pandemia exige de todos nosotros un comportamiento atípico, es cierto. Pero exige también posiciones contrarias a vulgares reduccionismos. Esto que hoy se vive tiene un impacto en cientos de variables e indicadores. No se trata sólo de recurrir al expediente más expedito: el del autoritarismo. Bloqueos, cierres, órdenes, restricciones, vulneraciones por doquier. ¿Y luego qué? No es tan fácil decretar medidas unilaterales que, en ocasiones, dañan más a los ya de por sí profundamente vulnerables. Que se tienen que tomar medidas, eso nadie lo discute. Pero anunciar estados de sitio como si fuera enchílame otra lo único que hace es exacerbar el talante autoritario de quienes nos gobiernan.

En un país como el nuestro, plagado históricamente de represión y autoritarismo, las providencias restrictivas que se tomen no pueden generarse a partir de la mera imitación ni de la ocurrencia. Por supuesto, alguien puede decir que una medida drástica como el toque de queda es necesaria porque finalmente de lo que se trata es de salvar es la vida. Y que si ya no hay vida no tendría sentido pensar en lo demás. Ese es un pseudoargumento que proviene de mentalidades absolutistas plagadas, con frecuencia, de altas dosis de paternalismo. Cuidado con ellas, porque con la ambivalente credencial de salvar la vida a toda costa, se pueden cometer los más grandes atropellos de la historia.

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