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Opinión

Las alcantarillas de la justicia

Si la Fiscalía actual ha decidido imputarlo, yo realmente creo que debe haber fundamento, y tiene que corresponder una sanción ejemplar y rápida

Arturo García Portillo
Analista

viernes, 02 diciembre 2022 | 06:00

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No son días para andar con asuntos escabrosos que acrecientan la sensación de zozobra que nos atenaza, por cosas que pasan todos los días. Pero eso es lo que pasa, y hay que seguir de frente y entrarle a la dura faena de explicar los eventos que moldean nuestra vida comunitaria. 

Uno de esos asuntos, más espinoso que vetusto saguaro, es el que ha ocupado muchas líneas ágata (una vieja unidad de medida de los textos en los diarios, ya en desuso) en los medios impresos y electrónicos, y es la detención de Francisco G., exfiscal encargado de perseguir delitos de corrupción durante el sexenio duartista, y ahora a su vez acusado de utilizar métodos “poco científicos” para mantener tras las rejas a la caterva que perseguía. 

Al respecto quiero contar un chiste. Lo leí en un libro que fue exitoso hace algunos años, una biografía que anudó la vida de León Trotsky (Lyev Davídovich Bronshteyn) y su asesino, Ramón Mercader, y se llama “el hombre que amaba a los perros”. En un pasaje relata una reunión de amigos y se pusieron simpáticos. Uno hizo alusión a los métodos de la tristemente célebre KGB. 

-¿Cuál es la mejor manera de cazar un león?

-Muy fácil. Agarras a un conejo, le empiezas a dar bofetadas y a decirle que vas a matar toda su camada… hasta que confiese que en realidad es un león disfrazado de conejo.

Bueno, es humor ruso, no me culpen. Pero viene a colación justo por lo que está en el centro de la situación que ahora se sigue con interés en el estado, y habla de métodos incorrectos para arrancar confesiones. Como al pobre animal orejón. 

Resulta que el Gobierno estatal anterior conformó todo un equipo encargado de perseguir los delitos de César Duarte y pandilla. Les dio lo que necesitaron. Los instaló en la bella casa porfiriana de la calle Cuauhtémoc, en la ciudad de Chihuahua, y que inmediatamente antes fue residencia oficial de dos gobernadores. Desde ahí montaron los casos que serían turnados para su resolución por el Poder Judicial. Y, ahora se dice, también escenario de la obtención de pruebas de modo ilegal, con diversos tipos de presión que han sido observados por desde la perspectiva de los Derechos Humanos. 

En esos procesos fueron enviando a la cárcel a implicados por cosas muy diversas, grandes y pequeñas, incluyendo desde luego al primer mandatario. Cinco largos años haciendo todo esto. El gobernador Corral personalmente supervisó todo, empeñado como estuvo, equivocadamente agregaría, en hacerlo el centro de su gobierno. Y casi lo único a lo que le dedicó atención y tiempo. 

Durante ese período gubernamental pasó de todo. Algunos casos se cayeron. A otros los alcanzó la muerte sin concluir. Unos más confesaron y ahí quedó el asunto, quizá con reparación. Otros tardaron, pero salieron. Y algunos más siguen detenidos, incluyendo el principal de todos. 

Pero desde entonces se decía que se utilizaban diferentes métodos no legales y menos éticos para conseguir pruebas que hicieran sólidas las imputaciones. Que eso se diga, en principio no extrañaría a nadie. Es benéfico para un maleante que se crea que las pruebas con que se sustenta su sanción fueron obtenidas de modo ilegal, para de esa manera evadirse del brazo de la ley sin tener que demostrar su inocencia, que evidentemente no podría. Lo verdaderamente grave es el otro extremo: qué pasa si en efecto ocurrieron esos excesos de los que se acusa.  

Si la Fiscalía actual ha decidido imputarlo, yo realmente creo que debe haber fundamento, y tiene que corresponder una sanción ejemplar y rápida. No se conoce públicamente el expediente, pero de entrada hay muchos testimonios que relatan cosas por diferentes medios hacia el gran público. Se habla de grabaciones, de confesiones bajo presión, de escuchas ilegales. Hace años México fue un paraíso de este tipo de procedimientos, desde luego violentos, cuando ahora se habla casi solo de presión psicológica. Junto a aquellos bárbaros de las policías de los años sesenta y setenta, el actual, Francisco alias Paquito, es una hermana de la caridad. Pero no por ello dejaría de ser absolutamente reprobable. El reto ahora será tanto demostar sin duda que hizo aquello de lo que se le acusa, como que ocurra sin dilación, no en largos cinco años. 

Pero, por otro lado, y también se lo escuché en entrevista al fiscal Fierro, que este caso no impida sancionar a quienes realmente cometieron delitos en aquel infausto período, encabezados por ese César sexenal que fue Duarte. Ya hay voces interesadas, también lejanas del aprecio por la justicia y cercanas en cambio a la miserable politiquería, especulando, alimentando la confusión, diciendo que favorecerlos es el único propósito del proceso. 

Pobre Chihuahua, atrapado en esos debates, de los que precisamente la que más ha padecido es la verdadera justicia, que aún es una asignatura pendiente para nuestra gente, ciudadanos, políticos e instituciones. 

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