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Opinión

La rebelión de la raza

Es imperioso reflexionar lo que sucede en nuestro propio país al respecto

Daniela González Lara
Analista

jueves, 04 junio 2020 | 06:00

A raíz de las más recientes manifestaciones en Estados Unidos y el resto del mundo en contra del brutal asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un agente policiaco de aquel país, es imperativo no solamente aprovechar la oportunidad para alzar la voz en defensa de los derechos humanos desde cualquiera que sea nuestra plataforma para hacerlo, sino que es imperioso reflexionar lo que sucede en nuestro propio país al respecto. El racismo entendido como la ideología que defiende la superioridad de una raza frente a las demás y la necesidad de mantenerla aislada o separada del resto dentro de una comunidad o un país, ha persistido en México junto con otro mal social como lo es el clasismo, causando desigualdad en el acceso a los derechos determinados por el color de la piel o las condiciones de riqueza en una persona.

Una “herencia maldita” desde la historia de la colonia ha logrado alcanzarnos hasta este milenio donde sigue siendo un infortunio haber nacido con la piel del color del cobre, pues es sabido que el panorama de la calidad de vida de las personas en este país, varía según su tono de la piel. Según la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017, ha quedado expuesto que en cuanto al tono de piel, la mayoría de la población (33.5 por ciento) con tonos más oscuros reconoció tener una educación básica incompleta. El 30.6 por ciento dijo contar con educación básica completa, 15.9 por ciento con estudios de educación media superior y 16 por ciento con educación superior, es decir, la gente de piel oscura, no tiene las mismas oportunidades para acceder a la educación que otra persona de tez clara.  

Para conseguir un buen trabajo con sueldo digno también es el mismo drama, la misma encuesta afirma que el 6.1 por ciento de las personas que dijeron tener un color de piel más claro ocupan cargos directivos, son funcionarios o jefes, mientras que apenas el 2.8 por ciento de la población con tonos de piel más oscuros reconoció tener un cargo de este tipo.

Aun y cuando la mayoría de los mexicanos se jactan de la personalidad solidaria y afable que según ellos nos caracteriza, la realidad es que muchas veces se utiliza como un insulto, entre los propios nacionales, expresiones que tienen que ver con nuestros ancestros llamándonos despectivamente “indios” para indicar, pobreza o ignorancia, como si uno u otro calificativo utilizado de forma peyorativa fuera responsabilidad de la persona agredida en lugar de reconocer que hemos creado un sistema diseñado para odiar lo que somos.  

No se habla de racismo lo suficiente en México, es una mezcla de creerse superior por tener dinero tener piel clara, y por ello sentir el derecho de aprovecharse de quien menos tiene. No es un asunto de “echarle ganas para salir adelante”, sino de cambiar las estructuras de este país de tal forma que exista igualdad de oportunidades para la inmensa diversidad de personas que habitamos México y que no tenga que ser un doble o triple esfuerzo poder lograr nuestros sueños a quienes no tenemos la piel blanca, los cabellos rubios o somos de apellidos encumbrados.

Lo anterior debe llevarnos a reflexionar en los esfuerzos del actual Gobierno de la República cuando tiene como eje central el lema “Por el bien de todos, primero los pobres”, pues es una deuda histórica la que tiene la clase gobernante con los más humildes en este país. El imponer nuevas reglas en este juego desigual que heredamos desde la colonia, sin duda que tardará en ser completamente efectivo, pero el distribuir la riqueza blindando el apoyo a los más necesitados desde la perspectiva constitucional no hay más que aplaudirlo, porque mucho tiempo el sistema neoliberal solamente utilizó a los pobres para manejarlos políticamente, manteniendo a nuestro pueblo ignorante, alimentando una estrategia para odiarnos y dividirnos entre mexicanos mientras saqueaba las arcas del país, sumiéndonos en el odio que divide a los ricos de los pobres, a los criollos de los indios, y hoy a los que se creen blancos, sin siquiera serlo.

Maduremos como pueblo, comenzando hoy por nosotros mismos preservando nuestra cultura, amando la tierra y viviendo en equilibrio con la naturaleza como lo hicieron nuestros ancestros originarios y solo así podremos ser dignos de ser llamados indios mexicanos como el poeta y sabio Netzahualcóyotl que declamaba en su verso “Mi hermano, el hombre”: Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces, amo el color del jade y el enervante perfume de las flores, pero más amo a mi hermano: el hombre. Gracias por leer, yo soy Daniela González Lara.

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