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Opinión

La mano muerta del pasado

Así se ha denominado en la teoría de la interpretación constitucional a la tendencia de recurrir a lo que los “padres fundadores” o creadores originarios de la Constitución quisieron decir cuando emitieron el texto básico

Jesús Antonio Camarillo
Académico

sábado, 02 julio 2022 | 06:00

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La mano muerta del pasado. Así se ha denominado en la teoría de la interpretación constitucional a la tendencia de recurrir a lo que los “padres fundadores” o creadores originarios de la Constitución quisieron decir cuando emitieron el texto básico. La mano muerta del pasado representa una de las caras del originalismo constitucional. En un sentido extenso, referido sobre todo al entorno de la interpretación jurídica en el panorama estadounidense, el originalismo sostiene que la Constitución posee un significado estable y aprehensible, puesto de una vez y para siempre, por los “padres fundadores”.

Concibiendo como forjado en piedra dicho significado, el originalista sostiene que al intérprete constitucional le corresponde el pasivo papel de desentrañarlo,  recurriendo a la intención o voluntad del constituyente o apegándose a un supuesto análisis “textual” del documento fundante. Vale acotar que la postura originalista marca y vende muy bien en la tradición norteamericana, a tal grado que algunos de los más grandes jueces en la historia de la Corte Suprema de Estados Unidos abiertamente se han asumido como originalistas y otros más, aunque no lo sean, de vez en cuando, recurren a sesgos de tal talante. El originalismo permite recrear las actitudes más conservadores de la clase política de esa nación.

Al planteo originalista se oponen modelos interpretativos que consideran que, bajo la batuta de una democracia constitucional,  los intérpretes constitucionales no tienen por qué permanecer atados a la mano muerta del pasado, sino mostrarse como agentes que asumen un compromiso con su entorno político y social. Ver a la Constitución, pues, como una especie de “árbol vivo”, en constante progresión y sofisticación.

Hace unos días, cuando la Corte Suprema norteamericana emitió el fallo que revierte el sentido de la histórica sentencia del caso Roe vs Wade, eliminando el derecho constitucional al aborto, la mano muerta del pasado hizo resonar las campanas, no anunciando su regreso sino sólo recordándonos que en realidad siempre ha estado ahí. La opinión mayoritaria de la Corte, basada en el documento del juez Samuel Alito, está plagada de referencias y evocaciones al más rancio originalismo. “La Constitución no hace ninguna referencia al aborto”, dice el texto. Y agrega que ahí radica el error o el “pecado” de Roe vs Wade, pues según la Corte “Aunque la Constitución no hace ninguna referencia al aborto, el Tribunal sostuvo que sí confiere un derecho amplio a obtenerlo”. Para el más alto tribunal estadounidense la sentencia de 1973 “estuvo atrozmente errada desde el principio”.

Pero lo que ocurre es que el error más grande proviene de la resolución actual. No es necesario que una Constitución enuncie literalmente todas y cada una de las figuras que quedarán bajo su manto protector, aunque en ocasiones resulte justificado ser lo más explícito posible, dada la precariedad intelectual de los posibles intérpretes. Y de esto deben tomar nota los constituyentes revisores de las entidades federativas en México, como es el caso de la reforma constitucional que en Chihuahua se prepara. Una reforma que debe trabajarse muy bien, para aminorar los desvaríos interpretativos de la clase política chihuahuense.

La Constitución de Estados Unidos es un documento creado en 1787. La sola idea de recurrir a la intención o voluntad de sus artífices originarios resulta contraria a cualquier ideal democrático contemporáneo. En el tiempo en el que el documento es promulgado, casi ninguno de los asuntos que se debaten en la agenda contemporánea le quitaba el sueño a los “padres fundadores”, quizá más preocupados por sus cotos y privilegios individuales, así como por una muy peculiar idea de la libertad y la igualdad.

Se debe aclarar que aunque la reversa al caso Roe vs Wade no implica una prohibición federal del aborto al dejar a las legislaturas de los estados abierto el camino para pronunciarse, sí ensancha el camino de la exclusión y la criminalización de la pobreza. Como quiera, la mano muerta del pasado se deja caer, otra vez, con todo su peso.

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