Opinión

La feria del libro

De manufactura romana, la frase se acuño hace muchos años y poco a poco se fue aplicando a la labor literaria:...

Jesús Antonio Camarillo
Académico

sábado, 25 mayo 2019 | 06:00

De manufactura romana, la frase se acuño hace muchos años y poco a poco se fue aplicando a la labor literaria: “Nulla dies sine linea” (Ningún día sin una línea). Alguien mucho tiempo después diría que son dos los más grandes acontecimientos intelectuales en la vida de un ser humano: cuando aprende a leer y cuando aprende a escribir. Quizá más importante todavía el primero que el segundo. Otros han afirmado que la lectura es el único instrumento real que tiene el cerebro para progresar. Y aunque hoy podríamos encontrar múltiples propuestas sucedáneas que como tales la intentan desplazar, lo cierto es que el acto de la lectura permanece incólume, como la estoica carta de triunfo de un proceso que se niega a morir.

Por ello y remando contra la corriente, es necesario generar toda una política pública que forje nuevos lectores y que no permita la deserción de los que ya lo son. Aunque esto último habría que matizarlo, porque el que regularmente es ya lector, muere lector y si así pasa es porque la lectura se convierte en un rasgo de identidad de la persona. Al que lee se le nota, hasta en la manera en que observa a sus semejantes. No se diga en otros caracteres. Usualmente, al buen lector se le identifica desde que articula el primer vocablo. Cicerón llegó a decir que “a hablar no se aprende hablando, sino leyendo”. Tenía toda la razón, lo que la gente llama “facilidad de palabra” no es más que balbuceo de perico sino está soportado por ideas, nociones y conceptos. Y esos no provienen de la naturaleza, emergen de un proceso que tiene mucho de artesanal: la lectura y no de otra vía.

Estos días en que inicia en Ciudad Juárez la tercera edición de la Feria del Libro de la Frontera (Felif) deberían ser días de fiesta para nuestra comunidad. Las ferias de libros deberían ser eso, motivos de gozo para la gente. Suena utópico pero quizá no muy difícil de alcanzar. Así como llenamos las plazas cuando viene la banda de moda, una novedad editorial o una reflexión sobre una obra clásica, debería concitar el entusiasmo de los juarenses.

Según sus organizadores, la Feria del Libro de la Frontera busca convertirse en la más grande del norte del país. En estricto sentido, la expectativa pareciera no ser tan alta, pero es un  buen principio. Quizá en algún futuro no muy lejano, una feria del libro llevada a cabo en nuestra región busque competir con los mejores eventos literarios de todo el país, para ello se requiere de una convergencia de esfuerzos de tracto sucesivo que no pueden reducirse a un acto aislado o a un cúmulo de buenas intenciones. Hay que trabajar con los que queremos atraer a la lectura, todo el tiempo. Sólo de esa manera habrá demanda e interés. Porque así como sin payaso no hay fiesta, como diría “El pagano”, un conocido luchador juarense, sin lectores no hay feria de libro que valga, por más que llenemos los escenarios con las estrellas literarias del momento.

Por lo pronto, el menú de la Feria del Libro de la Frontera que se llevará a cabo ahora en Plaza de las Américas, se ve atractivo; 300 sellos editoriales exponiendo sus arsenales bibliográficos, más de 400 actividades entre talleres, paseos literarios, promoción de la lectura para niños y jóvenes, cuentacuentos, “performances”, espectáculos de música y hasta de lucha libre; 125 autores nacionales y 25 internacionales presentando sus obras a los lectores.

Cabe acotar que para los lectores empedernidos cualquier feria del libro suele ser  un manjar, con independencia de su tamaño, alcances e influencia. Es, pues, semana de fiesta y lo que se va a exponer sirve hasta para prevenir o cuando menos retrasar la llegada del Alzheimer y otras enfermedades neurodegenerativas.

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