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Opinión

La estupidez

La estupidez es una categoría moral, no una clasificación intelectual: se refiere, por tanto, a las condiciones de la acción humana

Hesiquio Trevizo
Presbítero

domingo, 18 abril 2021 | 06:00

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Estupendo escritor es Savater, una enciclopedia ambulante que se lee con gusto, un filósofo que ha hecho fortuna. Escribe y vende bien; hace “especiales” de filosofía para que esta adusta ciencia pueda ser digerida por el vulgo. Esto no significa, de ninguna manera, superficialidad, sino más bien, ingenio. Y Savater lo tiene, tal como se echa de ver en su Diccionario Filosófico (México, 1997). Me ocupé de él cuando la compañera de su vida, el amor que le dio fuerza y orientación, murió; entonces cayó Savater en ese helado vacío de la depresión y se negó a seguir escribiendo. Afortunadamente recuperó la fe en la vida.

Hombre de inmensa e intensa lectura, de memoria prodigiosa, pone su Diccionario bajo un texto de Goethe: “Todo es más sencillo de lo que se puede pensar y, a la vez, más enrevesado de lo que se puede comprender.” Esta cita define bien de Savater que, por una parte, parece hacer accesibles las cosas y, por otro lado, nos deja siempre con la sensación de que las cosas no son tan claras ni simples como quisiéramos.

De su Diccionario me llamó la atención el apartado dedicado a la estupidez, del que hago aquí una paráfrasis. Paráfrasis, en el campo de la filología, es el comentario de un texto; es una ampliación explicativa. Esto me ahorra las comillas y, al mismo tiempo, la fuente queda consignada.

La estupidez. Cosa grave es la estupidez y extendida. No caeré en la tentación escolástica de definir. Savater, citando la obra Allegro ma non Troppo, de Carlo Maria Cipolla,  (1922 - 2000 fue un historiador económico italiano), dice que los evidentes y numerosos males que nos aquejan tienen por causa la actividad incesante del clan formado por los máximos conspiradores espontáneos contra la felicidad humana, a saber: los estúpidos. No hay que confundir a éstos con los tontos, porque puede haber intelectuales, profesionistas –incluso genios, políticos y religiosos-, que padezcan este mal. La estupidez es una categoría moral, no una clasificación intelectual: se refiere, por tanto, a las condiciones de la acción humana. Según el citado Cipolla, pueden establecerse cuatro categorías morales: los buenos, cuyas acciones logran ventajas para sí mismos y también para los demás; segundo, los incautos, cuyas acciones sólo proporcionan ventajas a otros; luego, los malos, que obtienen ventajas para ellos a costa de otros; y, por fin, los estúpidos, cuyas acciones no obtienen ventajas ni para ellos ni para los otros. Peregrina clasificación e inquietante porque uno se pregunta luego, ¿dónde quepo yo? La opinión de Cipolla es que hay muchos más estúpidos que buenos, malos o incautos. Lo terrible de esta categoría –según lo adivinaba Anatole France - es el hecho de que el estúpido es peor que el malo, porque el malo descansa de cuando en cuando, pero el estúpido nunca. Su acción es continua y su intención es arreglar y enmendar los males de los demás y los males del mundo. De los propios no se da cuenta. 

La estupidez, que también está globalizada, la podemos descubrir contemplando el mundo: cientos de millones de seres humanos se mueren de hambre, y los recursos económicos se gastan en armamento, o en mármol para decorar la oficina donde se estudia la manera de acabar con el hambre; a la Iglesia se le achaca que recomienda tener todos los hijos que se pueda, pues lo contrario es pecado; el ozono del firmamento, el agua de los mares y las selvas de la tierra son sacrificados como si conociéramos el modo de reponer tan indispensables riquezas. Anualmente asesinamos 100 millones de tiburones; los rinocerontes se extinguen con la única finalidad de quitarles el cuerno que supuestamente es afrodisíaco. En Europa no sabe uno qué es peor: si los yugoslavos que se mataron y abrieron brechas insalvables por la bazofia nacionalista o quienes, a pesar de lo que sucedió en Yugoslavia y otros lugares, siguen predicando, en tierras aún pacíficas, bazofia nacionalista y superioridad de razas y socialismos s. XXI. La estupidez queda de manifiesto cuando se forman fuerzas y comisiones de paz, mientras los mismos países se encargan de vender armas a los contendientes. No sé si entra en esta categoría el empecinamiento de Salgado Macedonio que ya en el año 2000, desde la “más alta tribuna de la Nación” se opuso al cambio de horario por aquello del mañanero que bien podía desatar, dijo, conflictos conyugales. Me imagino que las mañaneras son más dañinas que los mañaneros. México pudo evitar 190 mil muertes debidas al Covid. Sí, grave y extendida enfermedad es la estupidez. Entre nosotros suena fuerte, pero la palabra designa, decíamos, una categoría moral. Son personas con buena voluntad, pero con buena voluntad se han cometido errores fatales, decía el chapo Napoleón, no el minero, el corso; el camino al infierno está tapizado de buenas intenciones.

Los intelectuales, los filósofos, los hombres de letras y políticos no escapan a esta enfermedad –advierte Savater-. La llevamos dentro, como los mineros la silicosis. Mire usted, antes sentarme a escrbir recorrí las calles A. L. Mateos, Costa Rica, 5 de Mayo y Bolivia y no podía creer lo que veía. Y las preguntas surgen a raudales: ¿Qué es esto? ¿Medio de transporte para combatir el uso de autos o para solaz y esparcimiento? ¿Es para ciclistas profesionales o aficionados? ¿Para disfrutar la belleza de la ciudad? ¿De dónde viene esa idea? Sí, adivinó usted. La alcaldía de París y la región Île-de-France impulsan el uso de las bicis ofreciendo ayudas económicas y cierre al tráfico de grandes arterias urbanas.

Mientras avanza el proyecto, los franceses que no se atrincheran en las terrazas de los cafés se apresuran a comprar bicicletas o a repararlas. Con el cambio de paradigma que impondrá la nueva normalidad social, la bici puede consolidarse como el vehículo de referencia en la era de la ecomovilidad. La alcaldesa Anne Hidalgo se ha empeñado en cambiar los paradigmas. Una verdadera “vélorrution”, dicen los parisinos y las parisinas. Y la bici se convierte en el nuevo objeto de deseo. 

La alcaldesa ha conseguido que una parte de la histórica Rue de Rivoli se cierre al tráfico de coches y sea posible ir en bici de Saint-Paul a Concorde (en espera de poder hacerlo desde Vincennes a La Défense) sin necesidad de ir respirando el smog de los autos. Una prueba más de su empeño en sacar adelante su plan París 100×100 Cyclable, que tenía fecha límite en 2024, pero que se pretende acelerar, y una muestra de su continua cruzada contra los coches. 

De por allá viene la idea; pero no tener en cuenta las mediaciones culturales, económicas, sociales, etc., etc., es catastrófico. Las calles mencionadas que están en zonas más bien deprimidas, -porque en Juárez hasta los ‘pasos’ son deprimidos -, angostas y en una ciudad donde ya no caben los autos, esto se convierte en una pesadilla. Uno de los propósitos de las ciclovías es admirar la belleza de la ciudad, bueno, del Malecón a través de la Cuauhtémoc o la Hidalgo no existe nada que sea digno de admirar. En la iglesia de San Felipe, en la Costa Rica, sin decir agua va, pusieron la ciclovía sin pensar en el servicio de la parroquia, funerales, bodas, XV añeras, bautizos, etc. Y lo más formidable: estacionamiento al lado de las ciclovías. En cada cochera se interrumpe la ciclovía. Con el estacionamiento en ambas aceras, la calle se reduce drásticamente. Y esas calles reciben el tráfico de arterias muy intensas, H.C. Militar y Malecón. Sería bueno que la alcaldesa parisina viniera a echar un vistazo a la transposición de su proyecto a la Hidalgo y ofrecerle un tour por la 5 de Mayo y la Bolivia máxime cuando el viento levanta el polvito de los “hoyos”. Ella habla bien español. 

Así pues, grave y universal mal es ese. Los síntomas más frecuentes de dicha enfermedad son: espíritu de seriedad, sentirse poseído por una alta misión, miedo a los otros, acompañado del loco afán de gustar a todos; impaciencia ante la realidad (cuyas deficiencias son vistas como ofensas personales o parte de una conspiración contra nosotros), mayor respeto a los títulos académicos que a la sensatez o fuerza racional de los argumentos expuestos, olvido de los límites (de la acción, de la razón, de la discusión) y tendencia al vértigo intoxicador. Además, de ser necesaria, una carga policíaca soluciona toda discrepancia.

Termina Savater su reflexión llevando a los intelectuales y prohombres a preguntarse: ¿Qué ha hecho usted frente a los males del mundo presente? Ojalá podamos contestar con la sencillez, la humildad y la luminosidad de Albert Camus: “Para empezar, no agravarlos.” Si eso nos parece poco, mal andamos...

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