Jueves negro, ¿policías o militares?

Ciudad Juárez vivió el pasado 11 de agosto uno de los días más oscuros de su historia. Volvieron las sensaciones de terror y desconsuelo que fueron comunes entre el 2008 y el 2011, en los que se llegaron a registrar hasta 30 homicidios diarios. Ese día fuimos muchos los que tuvimos un gran desconcierto, incredulidad y miedo conforme nos enterábamos de la riña en el Cereso, de los ataques, incendios y, sobre todo, de los muchos heridos y de la muerte de personas inocentes; pasaron más de ocho horas antes de que funcionarios de los tres niveles de gobierno empezaran a emitir sus primeros mensajes. 

Ese jueves negro perdimos mucho: en primer lugar, la vida de niños, mujeres y hombres, víctimas de ataques bien ejecutados y coordinados; se paralizó la actividad educativa, social, industrial y comercial, con todas las pérdidas que ello representa. Ciudad Juárez nuevamente fue nota negra de ocho columnas en diarios nacionales y noticia de primera plana en diversos medios a nivel internacional.

Pero perdimos algo más: hoy se fortalece en algunos círculos la idea de que las policías locales no tienen la voluntad o la capacidad operativa para contener los altos niveles de violencia, e incluso algunos consideran que estos hechos legitiman el proceso de militarización de la seguridad pública, pues desde su perspectiva el Ejército es la única institución que tiene el armamento, equipo, personal y disciplina para enfrentar a las organizaciones delictivas. 

A los promoventes de esa propuesta -y a los detractores también- habría que recordarles que la militarización no es una política exclusiva del gobierno actual, sino una política de Estado que se ha conformado claramente -al menos- desde el sexenio de Ernesto Zedillo. Han sido varios los presidentes quienes independientemente de sus convicciones ideológicas o partidistas, con acciones u omisiones han debilitado a las policías municipales y estatales, al tiempo en que incentivaron la participación de las Fuerzas Armadas en la seguridad; los resultados de esa política están a la vista de todos.

Algunos creemos que la respuesta no es optar por la desaparición de las policías civiles, al contrario, es apremiante fortalecerlas, invertir y creer en ellas; si se aduce ineficacia, falta de preparación, e infiltración criminal entre sus filas, debe hacerse lo necesario para revertir esos problemas.

La pregunta que hoy debemos hacernos no es si necesitamos más militares y menos policías, sino qué podemos y qué debemos hacer como sociedad para contribuir a que no ocurran más días negros; debemos reflexionar y trabajar colectivamente para ello. 

Debe entenderse que la inseguridad es un fenómeno sistémico y sumamente complejo, por lo que es necesario transitar cuanto antes a un modelo ciudadanizado de seguridad, y dejar atrás el arcaico esquema de seguridad pública que es esencialmente unilateral, punitivo y criminaliza otros problemas estructurales como la pobreza, o la adicción a las drogas.

Ciudad Juárez merece mucho más que centenas de soldados en sus calles; necesitamos gobernantes empáticos y ocupados de tiempo completo en mejorar la calidad de vida; requerimos de instituciones policiales fortalecidas, confiables y comprometidas; de fiscalías que privilegien la inteligencia y la técnica como métodos para resolver los delitos; de sistemas penitenciarios reforzados en los que se garantice el derecho a la reinserción social, y más que todo, precisamos de ciudadanos corresponsables, participativos y exigentes.

Ciudad Juárez es heroica no solo porque ha sido cuna de importantes hechos históricos, sino porque ha resistido por años los embates de gobiernos indiferentes y de delincuentes en extremo violentos; se ha mantenido en pie, aun a pesar de colindar con un país que es el mayor consumidor de drogas y el más grande exportador de armas del mundo. Las y los habitantes de Juárez son quienes con su trabajo, valentía y resiliencia mantienen viva a esta heroica ciudad.