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Opinión

Juárez, una combi donde manda el narco

Juárez está hundida en dos pandemias, el Covid-19 y la violencia

Carlos Murillo
Abogado

domingo, 09 agosto 2020 | 06:00

Juárez está hundida en dos pandemias, el Covid-19 y la violencia. Aquí el Estado ha fallado y no tiene un plan para revertir el marcador donde va perdiendo por mucho frente al narco. De nuevo, nos han arrebatado la capacidad de asombro. Nos hemos acostumbrado tanto a la violencia en las calles y, mientras la ciudad se vuelve la más violenta de América Latina, nosotros estamos volteando al lado equivocado.

Debo hacer una mención. Cuando me refiero a Estado, estoy hablando de la organización política que tiene una estructura formal, en ese sentido, me refiero al Municipio, al poder estatal y al Gobierno federal, esos tres órdenes, en su conjunto, son el Estado.

Continuamos. Esta semana, se hizo viral un video de un grupo de personas que aprovechan la oportunidad para ponerle una paliza a un asaltante en el Estado de México. La escena dantesca se convirtió rápidamente en el tema de conversación de la opinión pública e inundó las redes sociales de memes. Así es el México profundo, es capaz de hacer una fiesta de una tragedia. 

Sin embargo, este tema se conoce como “justicia por propia mano”. Esto nos lleva a un debate histórico donde el derecho y la legitimidad se contradicen. Desde el punto de vista legal, la violencia es un instrumento de control social exclusivo del Estado. 

Por el contrario, desde la perspectiva política y social, la violencia se legitima cuando la ley es injusta; como en el caso de las revoluciones que se revelan contra la tiranía, esto es el derecho a la rebelión y, sin él, no existiría el mundo como lo conocemos, seguiríamos siendo gobernados por una monarquía absolutista.

Por otro lado, el monopolio de la violencia en el Estado tiene su origen en el pensamiento político de los últimos 200 años, en específico, en un bien intangible que se llama la soberanía de las naciones y que ha tenido un papel determinante para mantener el control social al interior de un país y para defenderse de cualquier fuerza ajena al Estado, interna o externa, en aras de mantener la seguridad nacional.

En esa lógica, los operadores del Estado repiten mecánicamente frases como “nadie por encima de la ley”, “la ley es dura, pero es la ley” o “la violencia legítima del Estado”, con esta retahíla dogmática pretenden explicar la teoría del deber ser. Sin embargo, la realidad es como un río caudaloso que no atiende más que a sus propias reglas. En resumen, la realidad supera a la ficción de las formalidades jurídicas. 

Lo que se vive en la calle siempre es distinto a lo que dicen las leyes y, en México, la impunidad se ha desbordado y ha provocado una crisis de los sistemas de justicia en el mundo, sobre todo en países que privilegian el tener, por encima del ser.

En respuesta a esta crisis, el Estado ha puesto en marcha medidas más agresivas de violencia para enfrentar la criminalidad, sin embargo, en las últimas dos décadas han fracasado todas las iniciativas para prevenir el delito, lo que ha provocado que el hoyo se haga más grande y más hondo y, como consecuencia, el déficit en materia de seguridad en México se ha convertido en el problema número uno -aunque el presidente López Obrador lo niegue-.

Por otro lado, la alta tasa de criminalidad en las ciudades fronterizas provoca la ingobernabilidad, tal como lo ha denunciado la académica Sayak Valencia, quien define este fenómeno como el capitalismo gore y una variable de la necropolítica que se asienta en el otro poder que compite con el Estado, el narcotráfico. 

En esta realidad, estamos solos. El Estado simula políticas de prevención del delito o de plano no hace nada. Entonces, ante este vacío de autoridad, si en algún momento se presenta la ocasión idónea, cualquier persona podría caer en la tentación de hacer “justicia por propia mano” y castigar al delincuente que le acecha, supliendo a la autoridad que tantas ha sido vencida por la delincuencia. Eso hicieron los cuates de la combi. Como resorte saltaron de su asiento para que, por una ocasión, como excepción, el delincuente tuviera un castigo ejemplar frente a los ojos del pueblo, a esa aprobación social desmedida se le llama populismo punitivo.

En México, hay muchos casos de este tipo; donde un grupo de personas deciden comenzar linchamientos o bien, los casos de las autodefensas en regiones como Michoacán. Estos movimientos sociales marcados por la violencia, han peleado su espacio de legitimidad frente al abandono y el fracaso del Estado, provocando el nacimiento de un Estado paralegal.

Pero no son los únicos, también el crimen organizado tiene su propio coto de poder que ha logrado imponerse en regiones donde tienen control absoluto, inclusive de cuestiones de carácter civil y familiar, entonces, no solo castigan a quien no cumple con las reglas de la organización criminal, también hacen justicia cuando hay una deuda monetaria o en el caso del pago de una pensión en un divorcio de cualquier civil.

Entre todas esas variables de “justicia por propia mano”, tenemos el caso de Juárez. Hace unos años, conocí a un colombiano que venía en búsqueda de la historia conocida como la “Diana Cazadora”, que data del 2013, cuando se presentaron dos casos de homicidios con las mismas características; las víctimas fueron choferes de rutera y la sospechosa era una mujer, después llegó una nota a los medios de comunicación donde una persona se atribuía los delitos y explicaba que lo hacía en venganza por la violencia contra las mujeres.

El caso llamó la atención de la prensa a nivel internacional y se convirtió rápidamente en una leyenda urbana. Así, la “Diana Cazadora”, ante la percepción de la sociedad era la “Wonder Women” de Ciudad Juárez, una mujer fuera de la ley que hace justicia, como en los comics gringos.

Desde la “Combi” hasta la “Diana Cazadora”, hay cientos de casos de personas que deciden hacerse “justicia por propia mano”; el caldo de cultivo para que esto ocurra es la impunidad y el fracaso del Estado en las políticas públicas de seguridad.

Hoy, en Ciudad Juárez, hemos retrocedido 10 años. El fracaso de los tres órdenes de gobierno en materia de seguridad es innegable y ha provocado que nuestros jóvenes se sigan matando en las calles. Hoy, Juárez parece una combi donde el crimen organizado manda.

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