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Opinión

Entre redes

Herido por un celular

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Javier Horacio Contreras Orozco

domingo, 02 abril 2023 | 09:18

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“A nuestro alrededor todos portan armas y de pronto nos quedamos sin proyectiles, sin balas, sin batería, sin poder responder a cualquier embate o sin dirigir ningún ataque”

“Y el resultado está a la vista donde la comunicación ya no es lineal ni vertical, sino caótica, impulsiva, cambiante y dispersa”

A pesar de las campañas de despistolización, todos traemos enfundada una arma. Nos la fajamos en la cintura, la traemos en una funda en el costado derecho para sacarla de inmediato ante la menor señal de un disparo, algunas mujeres la cargan en su bolso, pero para mayor seguridad la mayoría la trae en la mano por lo que se ofrezca. Y siempre la traemos amartilladas, o sea, listas para disparar. 

La carga o repuesto de energía también es parte de nuestro bagaje o equipaje diario. Si a medio camino o a la mitad de la jornada nos quedamos sin “parque” o sin batería, nos sentimos desolados en el desierto o desarmados en medio del conglomerado artillado. A nuestro alrededor todos portan armas y de pronto nos quedamos sin proyectiles, sin balas, sin batería, sin poder responder a cualquier embate o sin dirigir ningún ataque.   

Tenemos la rapidez y la práctica suficiente para defendernos ante cualquier amenaza o para responder a la mínima agresión. Los índices de violencia en todo el mundo no únicamente dependen de la saturación de armas de fuego, blancas, cortopunzantes, químicas o nucleares que los violentos o delincuentes cargan o como monopolio de las policías y gobiernos para reprimir y contener a agresores.

Como buenos pistoleros, dormimos con el arma a un lado de nosotros o debajo de la almohada, siempre cargada para lo que se ofrezca o por una urgencia, por lo que sea. A veces tenemos un repuesto en el buró por si la carga que traemos no nos responde. Como todo el día la portamos en la mano, por las noches la limpiamos para darle lustre y quitarle la grasa de nuestras manos. Será imposible borrar nuestras huellas del arma, aunque la pongamos en una funda.

Periódicamente le cambiamos la funda, de modelo o color diferente para que nos combine con la ropa. Activamos el click ante cualquier movimiento de las personas, disparamos ante un grupo o recurrimos a ellas ante las personas que amamos y a las que odiamos para tener la evidencia y archivo. Bueno, contra nosotros mismos activamos el gatillo, apuntamos y con el dedo hacemos el click.  Eufemísticamente le llamamos “selfie”.

La funda es parte del atuendo, independientemente del día o el evento, de la hora o el lugar, solos o acompañados. Honestamente, ¿cuándo ha visto a una persona desarmada o desprovista de su teléfono en esta época? Quien salga a la calle sin su celular es una rareza, una especie en extinción, una locura que se comete al arriesgarse a salir a la calle, asi, sin nada, desarmado y expuesto a todos los peligros de la era digital.    

Y ya sea tristes o alegres. En tiempo de frio o calor, enamorados o despechados, empoderados o abandonados, siempre nos acompaña nuestra arma en la mano, en la cintura o en la bolsa. 

Para asesinar a alguien solo basta realizar un movimiento rápido y decidido de uno de nuestros dedos. Así de fácil. Y todo el día la estamos activamos. La nueva arma letal es digital o electrónica. 

Cada era desarrolla su propia tecnología, sus armas y su visión de la vida. Cada generación adopta un sentido de la vida, una razón para hacer o dejar de hacer las cosas. Vamos pues, una filosofía de vida y de acción. Todos somos filósofos por naturaleza, desde el momento que nacemos como seres racionales, que creemos en lo que va más allá de lo físico, en nuestras dudas e incertidumbres, en nuestra capacidad de amar y desamar. Nuestras almas son un bullicio encantador de emociones y pasiones, de ideas y convicciones y hasta de resentimientos y venganzas. Asi somos los humanos. Y conforme la época envolvemos en celofán esa amalgama de anhelos, frustraciones y alegrías. El uso del celular lo hemos incorporado a nuestra naturaleza.

El director del laboratorio de multimedia del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) Joi Ito, decía que “internet ya no es una tecnología, sino es un credo” para entender la globalidad del uso de las herramientas digitales, donde todo y todos están conectándose en una revolución en red que está provocando una disrupción radical de todos los aspectos del mundo actual.

Hemos incorporado internet como un credo de religión al que nos encomendamos como protección desde que amanece hasta que anochece. Ahí tenemos puestas nuestras esperanzas y preocupaciones, abandonándonos en una tecnología que la disfrutamos y sufrimos en los teléfonos inteligentes. Es la omnipresencia permanente.

Pero también son nuestra arma defensiva y ofensiva. Atacamos y nos defendemos por los celulares. Generamos estrategias de ofensivas, nos cubrimos por los flancos y la retaguardia. Siempre tenemos el arma a la mano porque aparte, a veces, nos sirve para comunicarnos o enterarnos de la última noticia o del más reciente chisme y rumor.

Andrew Keen[i] mencionó a Winston Churchill, quien sostenía que nosotros damos forma a nuestros edificios, luego ellos nos dan forma a nosotros, lo que significa que los construimos a nuestro gusto, con diseños amplios o ajustados, escaleras de salida, grandes ventanales y chapas de seguridad, con cámaras que vigilen y graben todo lo que se mueve en sus oficinas o cualquier recoveco, pero paradójicamente, cuando los habitamos, esos edificios nos limitan y circunscriben a sus espacios, pasillos, sótanos y accesos. Los espacios nos sujetan como camisas de fuerza con la contradicción de que nosotros las fabricamos a nuestra medida y esa prenda después nos sujeta y aprieta. 

Algo similar vivimos con las herramientas digitales: son grandes creaciones humanas con tecnología de punta, sofisticadas aplicaciones y operaciones complicadas, pero terminamos siendo dependientes de esas herramientas. Y de la libertad a la esclavitud, hay barreras invisibles.  

La revolución más destacada del siglo XXI hasta el momento no es la política, sino se trata de la revolución de la tecnología de la información, el ecosistema digital, internet con nueva visión de la realidad que nos entra por todos lados y la exsudamos por todos los poros.  

El canadiense Marshall McLuhan, desde la década de los setenta, había pronosticado que las herramientas electrónicas, especialmente internet, sustituirían la tecnología lineal y verticalista de la sociedad industrial por una red electrónica distribuida que se vería moldeada por circuitos de información continuos  y nos convertiríamos en lo que contemplamos. Ya no somos nosotros: somos lo que vemos, somos lo que usamos, somos lo que oímos.

Esas herramientas interconectadas por todo el mundo nos reconfigurarían por completo de tal forma que quizá corramos el riesgo de pasar de ser su esclavo involuntario en lugar de su amo. Mcluhan lo avizoraba hace más de 50 años y el futuro ya está aquí.

Y el resultado está a la vista donde la comunicación ya no es lineal ni vertical, sino caótica, impulsiva, cambiante y dispersa. De la comunicación vertical hemos pasado a la comunicación horizontal y por lo tanto de la censura vertical a la censura horizontal con nuevo tribunal digital donde no hay un juez, sino todos somos acusados, fiscales y jueces.

El mismo Winston Churchill se adelantó al considerar el poder que tendría internet para transportar velozmente datos e informaciones cuando dijo que una mentira puede viajar por medio mundo antes de que la verdad haya tenido tiempo de ponerse los pantalones. 

Esa es la gran desventaja de la verdad en nuestros tiempos. Ni siquiera tiene tiempo para reaccionar ante el cúmulo de mentiras que circulan por las redes. La inmediatez y velocidad de internet no permiten siquiera contrastar la otras parte. Asi se va como llega.

Por eso, siempre se carga el arma o celular con la batería cargada o el repuesto hasta en el baño. No vaya a suceder que nos sorprendan como al “Tigre” de Santa Julia y ahí quedemos abatidos. 

Si Manuel Mijares nos hace sentirnos soldados del amor, ¿por qué también no podemos ser del escuadrón del celular o el batallón del teléfono por el que disparamos a matar o morimos por un click? 

[i] KEEN, Andrew (2016) Internet no es la respuesta, editorial Catedral, España

jcontreraso@uach.mx

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