Opinión

El tigre no puede destigrarse pero la humanidad sí puede deshumanizarse

El español José Ortega y Gasset escribió hace más de 50 años la frase que intitula la presente participación

Jorge Breceda
Analista

sábado, 10 agosto 2019 | 06:00

El español José Ortega y Gasset escribió hace más de 50 años la frase que intitula la presente participación y en la cual girará la siguiente reflexión. 

Exactamente hace una semana, un sujeto de 21 años entró a una tienda con arma de fuego en mano y perpetró la peor masacre de una ciudad que se encontraba catalogada dentro de las cinco más seguras de Estados Unidos. 

El día lunes –dos días después del acaecimiento– escuché a una persona decir “es una desdicha lo sucedido el fin de semana pero la vida sigue y no podemos parar”, lo anterior me hizo reflexionar sobre la extrema tristeza, incertidumbre, miedo y todas aquellas emociones que nacieron al enterarme de tan terrorífica noticia. 

Después de un evento, de una tragedia como la que se vivió ¿qué debe pasar? ¿Cómo debe actuar el ser humano? ¿Qué reflexión se deberá plantear o replantear? ¿Existe una obligación de las personas que sobrevivimos a tal acontecimiento? 

Tratemos de hilar fino para llegar a un buen camino, primero, decir que el propio significado de la vida es tan potente que no puede bajo ningún sentido menospreciarse, es decir, todos y todas tenemos algo en común, ¡queremos vivir!, nos rehusamos a dejar de ser, dejar de estar. 

Ahora, ya con una idea común, la contradicción a la vida es la muerte. El mayor deseo del ser humano que es vivir, se ve contradicho con la ausencia de ella, por tanto, el dolor que provoca el observar o conocer que una vida se ha terminado debe causar un profundo dolor, no importa si se conocía esa vida o no, al final es un ser humano que ya no se encuentra en este mundo compartido. 

Por lo tanto, el deber de las personas ante este tipo de tragedias es detenerse, contraer el movimiento individual y social para reflexionar sobre el quehacer personal y comunitario, preguntarse qué se está haciendo tan mal, qué sucede con lo que sucede. Por ende, dejar a un lado la producción y ponderar la obligación humana que es la empatía. 

La indiferencia humana no se puede permitir, es intolerable como principio ético y moral, sin duda; si existiesen los imperativos categóricos, indiscutiblemente uno de ellos es construir y actuar en la empatía de lo trascedente: la vida. En este sentido, edificar una ética ciudadana que permita exacerbar las predisposiciones humanas que Emmanuel Kant sitúa en su obra Sobre la paz perpetua.

Sobre lo anterior no sólo Kant plantea el valor de la colectividad, los griegos tenían un término que además de potente, es bellísimo, el areté, cuyo significado es un compendio de excelencias: justicia, templanza, fortaleza, carácter, prudencia, entre otras, todas estas excelsitudes deberán de ser seguidas y reproducidas por la humanidad. 

Esto deberá de emancipar la vida y el ámbito económico, asignarle un valor al ser humano; no por ser un ente productor, sino por ser un individuo común, un ente con el que se comparte tiempo y mundo. Más aun, seguramente usted ha escuchado hablar del homo economicus (capitalismo puro y duro), un ser que encuentra su valor por su uso; utilidad. 

Sin embargo, es dable mencionar que los últimos ganadores del Premio Nobel de Economía han superado la creación del homo economicus y han constituido al homo reciprocans; una persona que tiene una fuerte tendencia reciprocante, es decir, un sujeto que ve, siente y defiende al otro, lo anterior, no sólo sustentado desde la economía, sino en estudios de neurociencia. 

Se insiste en que el ser humano debe sentir dolor por la muerte del otro, este sufrimiento obliga a deliberar sobre las emociones y el actuar, el primero porque es importante sufrir con los que sufren y el segundo porque nos debemos de comprometer en emerger del sufrimiento colectivo; creando un vínculo social compasivo.

Por último, dos ideas, la primera es que somos seres humanos y nada humano nos debe parecer ajeno, al desconocer el dolor del otro perdemos lo único que somos y compartimos, la humanidad. Segundo, las tragedias nos permiten asignar valores intrínsecos a las personas y las relaciones, hoy –por lo menos– demostremos a esa persona cuanto la queremos, cuan necesaria es para su vivir, porque lamentablemente, la vida es tan efímera que no brinda certidumbre para hacerlo mañana.   

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