Opinión

El problema de una carga moral indistinta

El peso de las actitudes y las acciones contienen valoraciones indistintas para cada persona

Jorge Breceda
Analista

sábado, 25 enero 2020 | 06:00

El peso de las actitudes y las acciones contienen valoraciones indistintas para cada persona, para algunas personas los actos realizados representarán un peso moral que no les permitirá seguir con normalidad y otras tendrán la capacidad de solventarlo con el mínimo esfuerzo.

Un fantástico ejemplo de lo anterior se puede relatar con el –tal vez– peor acto de violencia radical vivido en la modernidad; éste fue el bombardeo atómico en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945.

En tal tragedia se encuentran dos personalidades, la primera, el coronel Paul Warfield Tibbets, piloto del bombardero Boeing 29 Superfortress que lanzó la bomba atómica; siempre defendió la decisión y declaró públicamente no sentir remordimiento, aseguró que ejecutaba órdenes y desempeñaba un quehacer técnico que reclamaba exactitud, ajeno a planteamientos sentimentales.

Segundo, el comandante Claude R. Eatherly piloteó uno de los aviones encargados de verificar las condiciones meteorológicas previas al lanzamiento de la bomba, es decir, él no soltó la bomba, él no observó la destrucción causada; aun con ello, relata que padeció durante toda su vida terribles remordimientos de conciencia que lo llevaron a instituciones mentales durante varios años, se convirtió en activista contra las armas nucleares y permanentemente exteriorizaba su sentimiento de culpa.

Ahora bien, ¿cuál es la divergencia en las emociones de culpa de una y otra personalidad? ¿Cuál es el mecanismo de desapego que utilizó el coronel, mismo que le permitió conciliar el sueño sin problema y la aprehensión moral del comandante que terminó su vida dentro de un manicomio?

Seguramente la respuesta se encontrará en el marco de referencia moral que tiene cada uno de los personajes, así como es determinante que dichas posturas enmarcan lo que se contempla en la filosofía como pluralismo moral.

Atendiendo a lo anterior, un anhelo –se acepta como utópico– es que cada servidor público contenga la potencia moral y propiamente la objeción de la razón que le permita evaluar por medio de la disonancia cognitiva, es decir, imponer a cualquier acto un sistema de valores –cualquiera que se tenga–.

¿Cuál será la función de tal proceso cognitivo? Existirían servidores públicos que expresen permanentemente sentimientos negativos después de realizar actos moralmente incorrectos, no existiría la posibilidad de que una persona siguiera una orden en contra de su sistema de valores –utilitarista, deontológica, de derechos humanos, teológica, entre otras–, claro, de hacerlo el peso moral de sus acciones no le permitirían superar la transgresión a los valores.

Es así como tres ejemplos permitirán con mayor soltura entender lo planteado, primero, imagine al (la) encargado (a) de alumbrado público que por no firmar un oficio por falta de tiempo o por una orden superior, se da cuenta que en el sector donde le era pertinente autorizar luminarias sucedió un delito; tal persona cargaría una imputación de responsabilidad que le impediría vivir en normalidad.

Segundo, sería aquel docente que llega tarde a sus clases o concluye con mucha antelación su catedra, el peso de conocer que uno de sus estudiantes tuvo que dejar de comer su burrito diario para pagar la rutera y así poder llegar a tiempo, ¿con qué calidad moral y ética podría volver a ver a sus estudiantes a los ojos?

Tercero, imagina aquella funcionaria pública que constantemente tiene contacto con la ciudadanía y que determinado día se da cuenta que sus palabras y actos lastiman a las personas a las que atiende, aquel ciudadano que pudo ayudar o gestionar a su favor y no lo hizo por flojera o desinterés, la consecuencia seguramente en los tres casos sería la renuncia al puesto público, ya que el peso moral sería insostenible día a día.

En los tres ejemplos anteriores, así como para la visión del comandante no existe ninguna justificación para sus actos, únicamente persistirá la inacción de actuar en congruencia al sistema de valores, misma que traerá como consecuencia la permanente culpa moral.

Por último, he de reiterar que en este mundo de jerarquías, poder, economía y política, es necesario exaltar los sistemas de valores –cualesquiera que sea– para evitar las transgresiones morales o de suceder tal violación, la culpa individual impedirá su repetición.

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